Sentirse triste es una emoción normal. Todos en algún momento de nuestro ciclo vital nos hemos visto inmersos en un estado en que estamos tristes. No estoy hablando de una gran tristeza que nos podría impedir nuestro funcionamiento diario, no. Sólo de una sensación de melancolía por habernos enterado de una mala noticia o simplemente llevamos unos días donde uno siente que anímicamente no se encuentra al 100% y no sabemos muy bien cuál es la causa.
¿Cuál suele ser nuestra reacción automática ante esta serie de días donde nos encontramos más bajos de moral? En esta situación las personas rápidamente encendemos nuestro motor de los “debería” y los pensamientos suelen ser:
“Debería estar contento”
“Debería salir y distraerme”
“Si no me pasa nada grave, no debería encontrarme de esta manera”
“Me tengo que animar”
“Tengo que sonreír”
Y podríamos seguir con una larga lista de “tengos” y “deberías”
Resumiendo, intentamos forzar una emoción (la alegría) que no estamos sintiendo. Además, no sólo nos forzamos a través del pensamiento, sino también con hechos ya que a menudo llevamos a la práctica estos “debería”. Nos podemos esforzarnos a salir o a sonreír, y al ver que no lo conseguimos o que lo hacemos sin ganas, lo que provocaremos será la puesta en marcha de la frustración porque no nos veremos capaces de estar alegres a pesar del esfuerzo depositado.
Lo que suele ocurrir con los sentimientos es que cuanto más los intentamos forzar, más conseguimos una emoción contraria. Es como si olvidáramos su espontaneidad. Por lo tanto, cuando oímos tristeza, sería necesario que nos la permitiéramos. Recordemos que la tristeza es el estado que induce a la reflexión. Cuando estamos contentos no tenemos tiempo de pararnos a pensar, estamos ocupados relacionándonos y disfrutando de actividades. En cambio la tristeza invita a estar solo ya reflexionar sobre lo que nos preocupa. Es importante saber que será mediante esta reflexión que volveremos a encaminarnos hacia la tan deseada alegría.
Concluyendo, debemos tener cuidado al querer dejar de sentir alguna emoción ya sea miedo, angustia, rabia o tristeza, pues podríamos terminar consiguiendo el efecto contrario.Por ejemplo, en lugar de dejar de sentir tristeza, podría ser más beneficioso descubrir cuál es el desencadenante que te ha llevado a sentirte así y moverte para encontrar en este punto de inicio la solución más adecuada.
Anna Valls