Todos sabemos que la vida no es eterna, sin embargo, vivimos obsesionados con la eternidad, anhelamos la juventud, la fuerza, la astucia de los 20, la sabiduría de los 40, la energía de la infancia… pretendemos que las cosas, las costumbres, los códigos sean los de siempre, y hasta intentamos sostener inamovibles nuestras creencias.
Queremos todo para toda la vida, y la única vida que tenemos la saboteamos en busca de ilusiones que se esfuman en el aire sin más.
Las relaciones personales forman parte de este tesoro indiscutible de lo no permanente, toda la historia de la literatura habla de la codicia humana por poseer lo imposible, la voz de Gutiérrez Nájera, del poeta, en su bello poema decía “no pidas nada eterno a los mortales”… y nadie parece hacerle caso; porque a cada nueva posibilidad que surge, la etiquetamos para siempre, y siempre es tan corto, Neruda decía es tan corto el amor y tan largo el olvido.
En el afán de vivir premisas insostenibles cargamos de fracasos nuestras experiencias. Creemos que el amor, la amistad, los vínculos en líneas generales se miden por un tiempo marcado por el calendario. Desestimamos los momentos, los aprendizajes; por no atesorar lo perenne.
Más, la vida es tan breve y fugaz, como la tristeza que nos embarga, o la alegría que nos sorprende.
Para ser felices debemos dejar de apegarnos a un resultado imposible. Nada es permanente, nada es para siempre. Nada es como lo vemos, todo es nuestra percepción. Si lo que vemos no nos agrada, es hora de cambiar nuestro enfoque.
¿Cómo hacerlo?
Aceptar. Es indispensable. ¿Aceptar qué cosa? Qué estamos en cambio permanente. Nadie se baña dos veces en el mismo río, dijo Heráclito, todo está en movimiento. Si hoy somos diferentes a los que éramos ayer, ¿cómo pretender obtener algo para siempre?
Siempre es el lugar común del miedo, todo se transforma, todo es temporal, todo tiene un ciclo, un fin.
Debemos aprender a aprovechar lo que tenemos en el momento presente, desprendernos de lo que podrá ocurrir o no en el futuro, amar en el aquí y en el ahora. Contemplar que cada ser que pasa en nuestra vida es un maestro que se queda el tiempo que nos lleve aprender la lección. Bendecir a todos los que nos topamos porque son los seres que necesitamos para transitar por este camino. Y soltar la rienda, andar libres, fluir.
Dejar de creer que somos menos exitosos si los amores se transforman en desamores en tres o cuatro meses, o si rodamos de relación en relación, o estamos estancados en una desde hace años; cada situación en nuestra vida presente es lo que necesitamos para acceder a una revelación de nuestra alma.
Aceptar que todo tiene principio y final, es reconciliarnos con la vida y la muerte como una proceso evolutivo de nuestra alma.
Escrito por: Chuchi González.