La
productividad y el rendimiento no debe hacernos perder de vista que existen grandes placeres de la vida y muy necesarios que son muy valiosos aunque su valor no esté vinculado con un resultado visible a corto plazo desde el punto de vista material. Existen bienes emocionales para los que también conviene encontrar tiempo. Uno de ellos cobra más sentido que nunca con la llegada de la primavera: el placer de contemplar un paisaje muestra la actitud del filósofo que se sorprende ante la
belleza de un entorno que le desborda y le invita a hacerse preguntas sobre la vida y sobre sí mismo.
Una evocación de la felicidad
Es decir, un paisaje de
primavera se convierte en una clara evocación de la felicidad cuando la persona aprende a contemplar desde la pausa y la calma. Existe una gran diferencia entre mirar y observar en detalle los matices que muestra una obra de arte natural.
El placer de contemplar un
paisaje en cualquier época del año es inmenso porque este gesto de inteligencia emocional permite al ser humano potenciar su diálogo interior en un espacio de calma y de silencio. Encontrar estos espacios de silencio es saludable en todo contexto pero todavía es más gratificante en el caso de vivir en una gran ciudad cuyo ritmo de vida está marcado por la prisa y los atascos de primera hora al ir a la oficina.
Efectos positivos de esta terapia natural
Contemplar la
belleza de un paisaje es una acción inmanente que se convierte en un fin en sí mismo. Una terapia de belleza que eleva el ánimo a través del refuerzo de la alegría, suma nuevas dosis de esperanza, multiplica el gozo interior, refuerza la serenidad de ánimo y potencia la gratitud existencial por ese instante de belleza natural que te ayuda a ser consciente de que eres afortunado por contemplar ese regalo aquí y ahora.
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