Algunas recomendaciones para nuevos y para experimentados meditadores:
Desarrollar el conocimiento correcto
Identificar las ilusiones, falsedades, supersticiones y malas interpretaciones que rigen nuestra vida para comenzar a deshacernos de ellas.
Tener fe para aceptar los misterios.
Al principio de nuestro desarrollo necesitamos fe hasta que, por experiencia, hayamos confirmado nuestras creencias.
Poner en práctica nuestras creencias, llevarlas a nuestra vida cotidiana en vez de ser tan sólo filósofos de sillón.
La teoría es algo barato. Una verdadera vida espiritual es algo real que tiene su costo.
Saber que el egoísmo será siempre la peor piedra de tropiezo al querer deshacernos de la ignorancia.
La ilusión de la permanencia del yo y de las cosas nos lleva a obsesionarnos con la glorificación enfermiza de nuestro ego que nos esclaviza llevándonos a la hiperactividad y al estrés.
Reconocer que somos un todo cuerpo/mente/espíritu.
Tomar conciencia que es nuestra mente la que genera la dualidad entre lo racional/material y lo espiritual. Racionalizar lo espiritual sólo nos produce confusión y sufrimiento.
Expandir el conocimiento en cuestiones relacionadas con el espíritu.
Lecturas adecuadas y conversaciones con personas sabias y compasivas favorecerán nuestro aprendizaje.
Reducir el ego y ser compasivo
La reducción del ego es parte de un proceso integral de crecimiento espiritual que abarca todos los aspectos de la vida de la persona.
Las acciones compasivas reducen el ego e incrementan la sabiduría.
Ser persistente. No abandonar.
El camino puede ser largo y sinuoso. Hará falta tener paciencia consigo mismo, disciplina y mucha fe.
Ser humilde y moderado. Hablar poco y quedarse callados cuando no tenemos nada que decir.
Rodearse de buenas compañías.
Meditar
Realizar con regularidad prácticas de meditación dedicando tiempo a ello cada día (comenzar con 10 min y luego ir aumentando hasta 20 o 30 min). Una forma correcta de meditación nos prepara para la vida y revitaliza nuestro espíritu.
Práctica de atención alerta
Nos sentamos en una silla o en el piso con las piernas cruzadas y la columna bien erguida; tomamos conciencia de nuestra postura.
Apoyamos las manos en los muslos o rodillas y cerramos los ojos.
Llevamos la atención a nuestra respiración.
Tomamos una inspiración profunda y exhalamos con un suspiro.
Relajamos hombros, mandíbulas y vientre.
Nos damos permiso para dejar todo de lado y tomar éstos pocos minutos para nosotros mismos.
Permanecemos alerta pero relajados, con la atención puesta en la respiración. Observamos nuestras inhalaciones y exhalaciones y cómo respiramos naturalmente. Somos testigos de cada respiración: cómo entra el aire en nuestro cuerpo y cómo se llena de energía; cuando deja nuestro cuerpo y se disipa en el espacio.
Luego, empezamos de nuevo, manteniendo toda nuestra atención en cada respiración.
En menos de un minuto pueden llegar pensamientos a nuestra mente. Esto es normal, solo regresamos la atención a la respiración.
Quizás podamos llegar a ser conscientes del dolor en nuestro cuerpo.
Tal vez nos sentimos inquietos, ansiosos o aburridos. Pero si permanecemos atentos a nuestra respiración y nos mantenemos como observador de nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones comenzaremos a darnos cuenta de los condicionamientos que tiene nuestra mente.
El propósito de la meditación es estar consciente de nuestros pensamientos, sin juzgar o luchar contra ellos. El objetivo no consiste en deshacerse de nuestros pensamientos, sino más bien, atestiguar cada pensamiento que viene y va, como cuando miramos las nubes que pasan en el cielo. De esta manera, empezamos a identificarnos cada vez menos con nuestros pensamientos y estaremos más en control y viviendo el presente.