Hace poco, escuché a alguien que hablaba sobre su reciente ruptura sentimental decir una frase que me llamó mucho la atención: “Por fin vuelvo a ser yo mismo”. Esto me hizo reflexionar sobre la falta de libertad en las relaciones de pareja.
En cualquier relación, cada miembro de la pareja debería poder expresar abiertamente sus pensamientos u opiniones, realizar las actividades que le resulten placenteras y relacionarse con las personas que desea. Si en una relación no existe esa libertad, podemos decir que hay cualquier cosa menos amor, ya que la libertad es un componente intrínseco del amor.
Otra cosa bien distinta es que, con el fin de alcanzar una convivencia más llevadera, intentemos negociar o sugerir el cambio en cuestiones como quién sacará la basura, quién se encargará de poner la lavadora o quién se ocupará de llevar a los niños al colegio.
Nuestras ideas, aficiones y relaciones afectivas forman parte de cada uno de nosotros y no deberíamos cambiarlas solo por intentar complacer a nuestra pareja o a cualquier otra persona.
Si para satisfacer las exigencias de nuestra pareja dejamos de hacer lo que nos gusta, de frecuentar a aquellos con los que nos apetece estar y cambiamos nuestras opiniones o tememos expresarlas, estaremos manteniendo una relación insana que lejos de añadir cosas positivas a nuestra vida, nos las quita.
También puede suceder que seamos nosotros los que coartemos la libertad de nuestra pareja exigiéndole que renuncie a alguna de esas cosas porque consideramos que si no lo hace no podremos tener una relación feliz, en ese caso es fundamental darnos cuenta de que no necesitamos que el otro cambie para tener una buena relación. Solo entonces podremos renunciar al cambio de nuestra pareja y disfrutar de ella tal y como es.
Nuestra felicidad no depende de tener o no pareja ni de cómo sea ésta, por lo tanto, no necesitamos que se ajuste a nuestras expectativas y que para hacerlo tenga que renunciar a ser ella misma.
Todos tenemos multitud de facetas o intereses en nuestra vida: familia, trabajo, espiritualidad, amigos, ocio, pareja… Son fuentes de gratificación que contribuyen al crecimiento personal, por lo tanto, cabe esperar que la relación de pareja, al igual que el resto de facetas, nos aporte riqueza sin mermar o anular ningún otro ámbito de nuestra vida.
Conviene que ambos miembros de la pareja mantengan sus correspondientes intereses vitales, porque son precisamente éstos los que aportarán oxígeno a la relación y enriquecerán los momentos que la pareja comparta. Por el contrario, renunciar a alguno de ellos para contentar a la pareja no hace sino asfixiar y empobrecer la relación.
En definitiva, amar significa aceptar a la pareja, es decir,quererla a pesar de sus defectos y de las cosas que no nos agradan de su vida y, por supuesto, no pretender cambiar nada de eso.