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 La sabiduría del organismo

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Nemesis
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MensajeTema: La sabiduría del organismo   La sabiduría del organismo Icon_minitimeDom Ene 04 2015, 20:19

Una vez que proporcionemos al cuerpo las condiciones más favorables para una buena salud, el organismo repondrá su estado en todos los casos. Es preciso recordar que el cuerpo siempre busca lo mejor para el organismo y actúa únicamente con el fin de reponer su estado de salud.
No existe ningún elemento o factor que posea la inteligencia o el poder de realizar las funciones corporales; por esta razón, la mejor medida es dejar que sea el propio organismo el que realice todas las funciones. Todo aquello que se encuentre en el interior del organismo funciona bajo una única premisa: servir como material que el cuerpo necesita o bien provocar la aparición de toxinas o problemas letales. Recordemos que toda sustancia inservible para el organismo actúa como elemento tóxico. Este es un tópico prácticamente invariable.
Tenga siempre presente que la única sanación existente es la desarrollada por el propio organismo y, por lo tanto, no existe otra sanación posible.
La idea principal es mostrar la inmensa inteligencia del cuerpo humano y su infinidad de provisiones para dotar al ser humano de bienestar y longevidad. El organismo cuenta con miles de “ángeles de la guardia”, mecanismos de control y regulación, que velan continuamente por el mantenimiento del equilibrio orgánico ideal. No obstante, cuando el organismo sufre de forma reiterada, los impedimentos de unas condiciones adversas, estos “ángeles de la guarda” pierden su efectividad.
Es evidente nuestra incapacidad intelectual para comprender la sabiduría del organismo, cuya magnitud y eficacia rebasa nuestras posibilidades. El cuerpo no necesita que le ayudemos, aunque podamos proporcionarle apoyo. Lo único que necesita el organismo es poder administrar adecuadamente sus necesidades de forma independiente. Es decir, nuestro único apoyo debe consistir en crearle las condiciones higiénicas más idóneas, una tarea que no requiere excesivo esfuerzo por nuestra parte. Asimismo es incuestionable:
- Que la ley y el orden dominan en el reino de la vida.
- Que el ser humano no debe entremeterse en un dominio vital cuya sabiduría supera, con creces, la suya.
- Que el organismo actúa correctamente bajo todas las circunstancias.
- Que es erróneo tratar de suministrar al organismo otra cosa que no sea lo exigido por el instinto o la sabiduría innata.
Los hechos destacables se pueden resumir en 10 puntos:
1. La inteligencia innata opera con gran eficacia sobre el organismo y sus trillones de células. Esta inteligencia orgánica es inherente y automática. Se transmite constantemente de generación en generación.
2. La inteligencia interna y la programación suministran y anticipan las necesidades que el cuerpo necesita.
3. La perfecta nutrición de cada una de las trillones de células que componen el cuerpo humano, así como la nutrición de la población que la componen, compuesta por cuatrillones de mitocondrias y orgánulos, requieren una logística y una inteligencia que sobrepasa los límites imaginables de cualquier habilidad intelectual.
4. Cada célula que se encuentra en el interior del organismo es fundamental para el perfecto funcionamiento del cuerpo. El organismo es parsimonioso y no tolera la existencia de numerosas sustancias tóxicas.
5. El cuerpo actúa con firmeza cuando debe protegerse de invasiones exógenas. Por esta razón, provoca la aparición de miles de tumores y otras salidas de emergencia para garantizar la vida y salvar al organismo.
6. El organismo posee “enzimas asesinas”, denominadas lisosomas, que utiliza para digerir tumores cuando posee la cantidad de energía precisa, como sucede cuando se encuentra en estado de ayuno.
7. Aquellas células que se encuentran tan intoxicadas que han perdido toda su funcionalidad se convierten en células cancerígenas. El resto de células se encargan de aniquilarlas dichas células, siempre que posean la cantidad precisa de vitalidad residual y las fuentes sean las correctas.
8. El cerebro es el motor del organismo y su inteligencia supera ampliamente todas las existentes.
9. El organismo es el único agente que cuenta con las fuentes, el poder y la pericia necesarias para mantener su entorno y sus operaciones en pleno rendimiento y para restaurarlas si sufrieran algún daño provocado por factores adversos.
10. Casi las personas que sufren problemas son víctimas de una programación viciada. A menudo es necesario cambiar por completo el trasfondo ideológico de las personas para enseñarles a librarse de su sufrimiento e infelicidad.
El ser humano posee en su interior una inteligencia y un orden tan perfecto que nuestros intelectos se ven incapaces de comprender. Aunque muchas personas nunca admitirán su incapacidad por saber y comprender, debemos aceptar que nuestras capacidades son muy limitadas. No podemos comprender el concepto de la infinidad y estamos completamente desorientados por la presencia de numerosas realidades de la existencia.
La arrogancia y las malas acciones que provocan una mala influencia sobre las personas, surgen como consecuencia de una educación reductiva, de la soberbia y del autoritarismo que reinan en muchos ambientes. En cambio, la humildad o la bondad, virtudes tan preciadas por la humanidad, fluyen de la sabiduría intelectual y de la comprensión. La sabiduría reconoce nuestra naturaleza finita y admite la ignorancia, un acto de humildad. Esta virtud no suprime nuestros impulsos innatos para buscar nuevos conocimientos, sino que surge de una comprensión que estimula la búsqueda de una sabiduría mayor. El verdadero conocimiento nos motiva constantemente para que avancemos en nuestra exploración y desarrollo.
Toda esta visión se centra en un campo sobre el que se ha investigado e indagado bastante poco. Cuando nos encontramos ante la inmensa multitud de facultades que posee en su interior el cuerpo humano, debemos tener un respeto reverencial frente a la gran inteligencia desplegada en cada uno de los trillones de procesos que tienen lugar diariamente en el organismo y la gran precisión que observamos. No podemos hacer otra cosa que aceptar que el cuerpo humano opera sobre unos principios que manifiestan el dominio de la ley y el orden en el reino orgánico. Debemos aceptar que nuestra constitución se basa en este orden. Y cada uno de nuestros actos debe ajustarse a las leyes universales de la existencia.
Nuestra intención es mostrar la magnitud de la inteligencia innata; de la sabiduría inherente del organismo que supera miles de veces la inteligencia de la que hacemos alarde continuamente. Su poder es tan inmenso que podríamos tacharlo de pasmoso, sorprendente. Sin embargo, mostrarla inmensidad de la inteligencia innata no es una tarea fácil, puesto que apenas existen estudios que versen sobre este tema. No obstante, podemos analizar y apuntar algunas de las muchas manifestaciones de la sabiduría orgánica innata.
Cuando finalice la lectura del texto propuesto, conocerá la existencia de una providencia interna que debería respetar. Asimismo, comprenderá que las cualidades orgánicas son tan poderosas que jamás podrá olvidar la siguiente recomendación: jamás interfiera en el dominio vital. Su ayuda nunca será beneficiosa para el organismo, lo único que puede provocar es la aparición de problemas. El conocimiento y la sabiduría que la civilización humana ha desarrollado desde los albores de la humanidad hasta nuestros días no pueden igualarse a la inteligencia exhibida en las operaciones celulares que tienen lugar en el interior del organismo.
Lo único que usted puede hacer para ayudar al organismo es ordenar el entorno externo para que éste sea lo más propicio posible para el cuerpo humano. Recuerde bien: ¡Lo único que puede hacer por el organismo es dejar que trabaje sóloÉl sabe lo que hace, pero usted no.

LA INGENIERÍA DE LA VIDA – Por el Dr. Herbert M. Shelton (1895-1985)

El proyecto de ingeniería más sofisticado de todos los que conocemos hasta ahora, es la creación de un perfecto organismo animal a partir de un minúsculo óvulo. Piense por un instante en la maravillosa estructura arquitectónica que supone el cuerpo humano.

Miles de elevadores y poleas utilizados en cada una de sus acciones; numerosos canales de conducción, a través de los cuales se realizan los procesos de distribución alimenticia y eliminación de líquidos residuales; sensores que regulan la temperatura corporal adaptando sus acciones y funciones a cada uno de los entornos y necesidades existentes; un grandioso sistema nervioso; ojos, oídos… Consideramos la radio como un invento grandioso, sin embargo nuestro organismo posee mecanismos de “emisión” y “recepción” inexistentes en la actualidad. Todos los inventos humanos tienen su génesis en el organismo animal.

Cuando estudiemos las maravillas del organismo, sus estructuras, sus funciones, su desarrollo, su evolución y sus numerosas capacidades y poderes, debemos tener presente que la fuerza que las creó y las mantiene, se encuentra en su interior. El poder o inteligencia que hace posible la transformación de un óvulo fertilizado en un cuerpo perfectamente desarrollado es sólo una parte de la fuerza interna que controla incesantemente cada una de sus actividades.
El origen de esa fuerza intrínseca es totalmente desconocido, ésta puede ser un poder inteligente o una energía invisible, pero lo cierto es que su objetivo final es alcanzar el mayor grado posible de complejidad y funcionalidad. El motor que garantiza el mantenimiento, desarrollo y estado de salud del organismo parece guiarse por los dictados de nuestra inteligencia interna, y no por la inteligencia consciente del hombre. De hecho, a menos que garanticemos que algo pueda surgir de la nada, que esa inteligencia pueda surgir de algo que carezca de inteligencia, debemos creer que la inteligencia consciente del hombre es una parte subordinada de una inteligencia muy superior que controla y dirige su vida y que se encuentra en su interior.

Si observáramos algunas de las hazañas mecánicas que el organismo efectúa cuando se encuentra enfermo, aceptaríamos sin ninguna duda la siguiente afirmación de Sylvester Graham: “El instinto orgánico actúa en cada una de estas operaciones con determinación y racionalidad para eliminar la causa que ha originado el problema”.
Comencemos analizando el proceso natural que el organismo inicia cuando surge una herida, un rasguño o cualquier otro problema epidérmico. Aunque consideremos este proceso como un acto puramente mecánico, debemos señalar que en él actúa la misma inteligencia que, de forma tan magistral, transformó una pequeña partícula de protoplasma en un cuerpo perfectamente desarrollado.
Cada vez que la piel sufre una rotura o corte, existe una exudación de sangre que se coagula formando una costra hermética. Esta costra protege la herida y permanece durante el tiempo que sea preciso. En el interior del organismo, justo debajo de la mencionada costra, comienzan a sucederse una serie de acontecimientos de suma importancia. En primer lugar, el cuerpo envía a la zona dañada una gran cantidad de flujo sanguíneo, mientras que los tejidos, nervios y células musculares que se encuentran en ambos lados de la herida comienzan a multiplicarse con rapidez formando un “puente celular” que une las dos orillas de la herida.
Todas estas operaciones se llevan a cabo bajo un estricto control y orden. Las células que se acaban de crear en los vasos sanguíneos se unen a las células que se encuentran en el otro lado para restablecer, de forma ordenada, los canales de circulación. Del mismo modo, y bajo el mismo sentido del orden, se unen los tejidos conectores. Con una precisión y pericia comparable a la de un especialista en sistemas de comunicación, las neuronas reparan la línea que se había cortado. Una vez que se vuelve a establecer la comunicación celular, los órganos vuelven a la normalidad, restableciéndose el orden entre los músculos y tejidos de la zona. Un espectáculo sin dudas sorprendente, aún más si se tiene en cuenta que no se ha producido ni un sólo error.

Cuando la herida desaparece y se establece en su lugar el espacio de piel necesario, la costra que se había formado en la zona dañada comienza a desaparecer, ya que su trabajo ha finalizado. Durante el período de tiempo en el que su utilización fue necesaria, la costra permaneció fuertemente unida a la piel, dificultando de esta forma su extracción, sin embargo, cuando su función finaliza, el organismo la mina hasta que cae sola.
Con pruebas tan evidentes como ésta, es imposible poner en tela de juicio la sinonimia existente entre el poder inteligente que creó nuestro organismo y el poder que lo cura. ¿Acaso necesitamos alguna prueba más contundente que el orden y los medios utilizados en el proceso curativo, dos cualidades idénticas a las utilizadas en el proceso de creación, mantenimiento y modificación del organismo en su relación con los elementos esenciales de la vida?
Sin embargo, podemos ver con mayor claridad la magnitud de la naturaleza si observamos el proceso de curación que tiene lugar cuando un hueso se fractura o rompe. Desde el preciso instante en que el cuerpo sufre una rotura ósea, la inteligencia que nos creó a partir de un óvulo, comienza a trabajar duramente para reparar el daño ocasionado. El organismo segrega una sustancia líquida sobre la superficie ósea en ambas direcciones desde el punto de fractura. La zona bañada por el líquido se endurece rápidamente hasta convertirse en una sustancia ósea que se une firmemente a las dos secciones del hueso. Este “anillo óseo” permite que el cuerpo utilice el miembro hasta que la naturaleza pueda reparar el daño. Por medio de un proceso de multiplicación celular, similar al visto anteriormente en la herida epidérmica, los extremos del hueso vuelven a unirse y, con ello, se restablecen los canales de circulación. Cuando finalizan estos procesos de reparación, el “anillo óseo” comienza a suavizarse y a ser absorbido, excepto una pequeña parte que se adhiere definitivamente al punto de fracción.

Si golpea su dedo con un martillo, el resultado será un moretón bastante doloroso. Su aparición se debe a una efusión de sangre bajo la piel, seguida de una pequeña inflamación y descoloramiento. Parte del tejido sufrirá una ligera mutilación y las células quedarán destrozadas, muchas de ellas llegando a morir. Sin embargo ¿se queda el dedo así toda su vida? Por supuesto que no. Con el paso de los días el tejido dañado será sustituido por uno nuevo y las células sanguíneas muertas desaparecerán a través de los vasos sanguíneos. Al poco tiempo, la inflamación cederá, el dolor desaparecerá y pronto nos olvidaremos del moretón. Este es otro ejemplo que nos demuestra la gran inteligencia que posee la fuerza que controla y dirige cada una de las acciones del cuerpo. Una vez más somos testigos de su maravillosa eficiencia.

hora bien, esta gran inteligencia que observamos en los procesos de autocuración, reparación y ajuste que tienen lugar en el interior del organismo no sólo se observan en situaciones tan complejas como las mencionadas, sino que también puede darse en cualquier otro accidente más común, como la simple introducción de una astilla en la piel. Cuando esto sucede, el organismo no procede a su retirada de forma inmediata. La naturaleza, o fuerza vital, hace gala de su destreza y lo elimina por nosotros. El dolor y la inflamación provocada por su introducción van seguidos de la formación de pus, que destruye el tejido hasta alcanzar la superficie de la piel. El paulatino crecimiento de la capa de pus finaliza en el instante en el que rompe definitivamente la superficie de la piel y sale al exterior, transportando la astilla.

La formación de abscesos en el interior del cuerpo es otro ejemplo más de la destreza arquitectónica del organismo. Éstos se encuentran separados del resto de los órganos y sistemas orgánicos por un muro formado por tejido granulado que impide su propagación y la expulsión de pus en la circulación.

Cuando el cuerpo sufre la aparición de una apendicitis, los intestinos que se encuentran alrededor del apéndice crean adhesiones que forman un muro de contención que impiden la propagación del problema y en cuyo interior se forman los abscesos. La zona de menor resistencia suele ser el interior de los intestinos y por lo tanto, si los médicos no interfieren en el proceso, casi todos los casos finalizan con la ruptura de los abscesos y la expulsión del pus a través de las cámaras.

Si se aplica una bolsa de hielo uno o dos días antes de iniciarse el tratamiento ordinario, se producirá un considerable descenso en el esfuerzo necesario para la elaboración del muro que separa el apéndice del resto de la cavidad abdominal. Sin embargo, si no aplicamos ninguna bolsa de hielo, el organismo creará un muro de separación entre el apéndice inflamado e infectado y el resto de la cavidad. La bolsa de hielo interfiere en las operaciones curativas y protectivas iniciadas por el propio organismo con tanta virulencia, que uno de los cirujanos de abdomen más importantes en el mundo de la medicina declaró: “Rechazo con rotundidad la utilización de bolsas de hielo y en aquellos casos en los cuales se utilizan, anuncio siempre por adelantado que posiblemente tendrá el apéndice gangrenado. Y casi nunca me equivoco. En aquellos casos en los que existan indicios de apendicitis, no debería usarse bolsa de hielo bajo ningún concepto”. La naturaleza realizará su propio trabajo como considere oportuno y cualquier intento por asistirle debe considerarse como una interferencia perniciosa y entrometida.

La inflamación aguda del riñón finaliza normalmente en buen puerto, sin embargo, a veces se puede complicar con la aparición de una supuración acompañada de ciertos abscesos, principalmente en las zonas cálidas del organismo. La cantidad de sustancia que un absceso de riñón puede descargar suele ser enorme, sin embargo, la naturaleza expulsa esta sustancia de forma magistral.

Existen numerosos canales a través de los cuales puede expulsarse el pus que se forma en losabscesos. La inflamación puede extenderse hasta adherirse finalmente al diafragma. Antes de que esto suceda, el organismo forma alrededor del absceso una capa densa formada con tejido cicatrizado. Cuando la inflamación llega hasta el diafragma, prosigue su camino hasta alcanzar los pulmones, adhiriéndolos al diafragma. Desde este momento, el riñón, el diafragma y los pulmones forman una sola unidad. Sin embargo, la fuerte unión que existe entre cada uno de los órganos impide que la pus se introduzca en las cavidades peritoneal y pleural. Mientras tanto, el organismo forma una pequeña cavidad en el pulmón a través de la cual vierte el pus en un tubo bronquial. Finalmente, el cuerpo expulsará las sustancias tóxicas por medio de la tos, vaciando el absceso y dejando la cavidad completamente limpia. El muro que se había formado en torno al conducto del absceso se fortalece y contrae hasta que sólo quede una cicatriz, cerrando con ello el agujero. En este momento, el paciente recupera la salud.
El absceso también puede dirigirse hacia otras direcciones, hacia abajo o hacia el lado. En tales casos, el proceso es completamente igual, excepto que ahora el riñón se unirá al estómago, a los intestinos o a la pared del abdomen mediante la inflamación. Si la adhesión se realiza al estómago o a los intestinos, el absceso perforará ambos órganos y el pus se expulsará a través de las cámaras. Sin embargo, si el absceso se adhiere a la pared del abdomen, el pus se expulsará a través de la piel. En ambos casos, la herida producida por la expulsión del pus cicatrizará y el paciente recuperará su estado de salud. En algunos casos, el absceso descarga directamente en el interior de la vesícula, pasando posteriormente a los intestinos. Esta situación recibe el nombre de “punto de partida”.
Algunas veces se da el caso de personas muy débiles cuya naturaleza no le permite culminar la conexión entre los diferentes órganos. Cuando esto sucede, el pus termina por introducirse en la cavidad pleural (empinema) o en la cavidad abdominal, provocando una peritonitis o, a veces, la muerte.

Otro ejemplo de la magnitud y efectividad con la que opera la naturaleza en nuestro interior se da en aquellos casos en el que aparecen cálculos biliares cuya dimensión le impide pasar del conducto biliar al intestino delgado. Cuando esto sucede, el organismo provoca la inflamación de la vesícula biliar hasta que se adhiere a la pared intestinal e inicia un proceso ulceroso que finaliza con la apertura de un pequeño orificio que comunica la pared de la vesícula y la pared intestinal. Una vez finalizado este proceso, las piedras se deslizan a través de la cavidad y se expulsan por medio de las cámaras. Cuando la vesícula vuelve a su estado normal, la pequeña cavidad se cierra y el organismo recupera la normalidad. A veces, el organismo elimina estas piedras a través de la pared abdominal y la piel.

El doctor en medicina J. F. Baldwin, miembro del Colegio de Cirujanos de Estados Unidos, relata en una revista especializada sobre transfusiones sanguíneas cómo una pequeña muestra de ingeniería orgánica puede mostrarnos la ingeniosidad de la naturaleza en sus esfuerzos por prolongar la vida humana, a pesar de los esfuerzos realizados. Al finalizar una operación que realizó a una mujer de mediana edad quien durante muchos años había sufrido continuas hemorragias de los intestinos, afirmó: “En la operación extirpé una maraña de intestino delgado realizando una anastomosis, como es normal. Después de examinar el trozo de intestino extirpado, observamos que se había producido una obstrucción abdominal, pero que la naturaleza la había eliminado por medio de una ulceración que tuvo lugar entre los rizos adherentes del intestino que se encontraban encima y debajo de la ulceración. Sin embargo, la úlcera continuó actuando en el interior del organismo provocando la aparición de una anemia. Después de ello, la mujer se recuperó sin ningún problema y volvió a la normalidad”.

Cuando escuchamos casos como éste, en el que el organismo pliega y une dos partes del intestino y crea una úlcera con el fin de formar un conducto en torno a la obstrucción, la única explicación razonable es la existencia de una verdadera fuerza inteligente. Sin lugar a dudas, la úlcera podría haberse curado al finalizar su trabajo, es decir la formación del conducto, sin embargo, la situación no se lo permitió. La naturaleza posiblemente comunicó una y otra vez, en un lenguaje inconfundible, que cesara la ingestión de alimentos, para culminar de esta forma el proceso de curación. Sin embargo, la superficie ulcerada continuó padeciendo la llegada de sustancias nutritivas y fármacos.
Cualquier absceso gangrena que se forme en el interior del cuerpo se encuentra aislado del resto del organismo por una pared de tejido granulado. La parte de tejido dañada desaparece y es sustituida por otro tejido nuevo.

Cuando hablamos del proceso de encapsulamiento nos referimos al proceso mediante el cual rodeamos un cuerpo o una sustancia con una cápsula. Una cápsula, también conocida con el nombre decista, está formada por una cavidad forrada, según su origen, de endotelio (en cuyo caso reciben el nombre de cistas de exudación, formada sobre cavidades ya existentes de tejido conectivo) o de epitelio (conocida como cistas de retención y cuya formación se realiza sobre cavidades epitelial) y en cuyo interior existe un fluido o semifluido. Ambos tipos se engloban dentro de una clase más amplia llamada cistas de distención.

Las cistas de retención surgen cuando los conductos y glándulas del aparato de eliminación sufren una obstrucción. Las sustancias segregadas por las glándulas se introducen en las cavidades que posteriormente serán cubiertas por una pared fibrosa. Pueden surgir en cualquier estructura glandular, como el páncreas, los riñones, las glándulas salivales, las glándulas mamarias o las glándulas sebáceas (quistes).

Cuando el organismo presiente la existencia de un cuerpo extraño, inicia un proceso de eliminación para expulsarlo del cuerpo. El primer paso, es formar una inflamación y supuración. Si ello no fuera suficiente y el cuerpo todavía permaneciera en el interior, el organismo forma una cápsula que contiene una sustancia líquida y cuya misión será dejarla sin ningún poder ofensivo.

Algo parecido sucede en los pulmones con los gérmenes. Rausse pensó que este fluido era una especie de sustancia mucosa en la que se desarrollaba también las sustancias químicas nocivas que las dejaban inofensivas. En su libro Guía de curación mediante el agua, anunció que dicha teoría no podía demostrarse todavía: “Esta teoría se basa en los principios incontrovertibles de la naturaleza en el mundo orgánico y alimenticio, donde actúa de forma similar bajo las mismas circunstancias. Por esta razón, podemos afirmar que la teoría que le acabamos de mostrar no pierde credibilidad, ya que somos incapaces de reconocer con nuestros ojos, debido a su tamaño, los átomos perjudiciales y las diminutas redes que existen a su alrededor o mostrarlos por partes”.

El encapsulamiento de sustancias tóxicas, como tejidos muertos, gérmenes, parásitos, y otros cuerpos extraños, tiene como objetivo dejarlos inofensivos ante el organismo. El proceso y la estructura que desarrolla son simplemente medidas defensivas. Una vez más, debemos resaltar las numerosas y variadas medidas de emergencia que el organismo tiene a su disposición.

La formación de cálculos biliares, y otras piedras, es un ejemplo más de la pericia arquitectónica y mecánica del organismo, cuyo fin último es preservar la vida del cuerpo. En aquellas personas que sufren de tuberculosis, los puntos más afectados de los pulmones suelen ser las zonas donde se forman las piedras. En el momento en que se produce dicha formación, la enfermedad finaliza en esa región. Las autoridades sanitarias consideran que la naturaleza emplea este medio para aislar el bacilo del tubérculo.

Al igual que sucede en los pulmones, la formación de piedras en la vesícula y en los riñones es el resultado final de la inflamación y posee, sin lugar a dudas, una finalidad definitiva y útil. También es cierto que a veces su tamaño es tan grande que puede provocar la aparición de ciertos problemas, sin embargo, recuerde que su tamaño depende directamente de la gravedad de la situación. La mayoría de los cálculos biliares suelen ser lo suficientemente pequeños para pasar sin que la persona note su existencia. Existen muchos casos de personas que han muerto con cálculos biliares sin tan siquiera percatarse de su existencia. Los problemas sólo aparecen en el momento en el que deben eliminarse del organismo y, únicamente, en aquellos casos en el que su tamaño le dificulte pasar el conducto biliar con facilidad. Cuando una piedra puede atravesar todo el conducto con facilidad, pero se encuentra con dificultades para atravesar el pequeño orifico que conecta la vesícula con el intestino, podrá atravesarlo con bastantes problemas y provocará la aparición de grandes dolores.

Sin embargo, este dolor cesará, en el preciso instante en el que atraviese el orificio. (El paciente creerá que el dolor desapareció gracias al medicamento que había tomado y pensará que fue éste el que le “curó”.)

El término trombo se refiere a un pequeño coágulo de sangre que se forma en los vasos sanguíneos. Cuando aparece en la sangre uno de estos coágulos, decimos que el cuerpo ha sufrido una trombosis y que los vasos se han obstruido. No son más que el resultado de una herida y una inflamación y pueden provocar la obstrucción total de los vasos.

En los intestinos existen numerosas glándulas de pequeño tamaño compuestas de una estructura linfoidea, similares a las amígdalas de la garganta. Se conocen con el nombre de placas de Peyer. En los casos de fiebre tifoidea, estas placas aumentan su tamaño (hipertrofia) e incluso pueden segregar pus. A veces, mudan de piel, en cuyo caso puede producirse una hemorragia si los vasos sanguíneos que se hallan en esa zona no están muy obstruidos. Si la obstrucción sanguínea no se ha culminado o se ha realizado de forma incorrecta, el organismo sufrirá una hemorragia interna. Éste es otro ejemplo de cómo funciona la naturaleza en nuestro cuerpo. Estas obstrucciones pueden extenderse al sistema circulatorio central y desplazarse hasta algún punto clave donde su tamaño podría ocasionar graves consecuencias, como el corte de riego sanguíneo a algún órgano, proceso que causaría su muerte o inanición (esto sólo sería posible si se produjera un corte en una de las “arterias centrales”). Las arterias anastomosis establecerían inmediatamente una circulación colateral o compensatoria que permita suministrar sangre al órgano afectado.

Si aplicamos a la piel una fricción o fuente de calor con gran intensidad y duración, se formará una ampolla. Ésta se crea de la siguiente forma: el organismo vierte una sustancia líquida, suero o agua, procedente de los tejidos y vasos circundantes en un “espacio” que separa la dermis de la epidermis, con el fin de alzar la epidermis y proteger los tejidos que se encuentran debajo de ella. El fluido existente en la bolsa mantiene alejado el calor o, en el caso de una quemadura solar, los rayos solares, y lo protege de cualquier roce.

Como puede observar, este pequeño detalle es un ejemplo más de las medidas defensivas del organismo. En ambos casos, la inflamación y la curación surgen después de la ampolla, y en el caso de la quemadura solar, la piel se protege de ulteriores quemaduras con la aparición de la pigmentación.

Lo mismo sucede con la aparición de callos en manos y pies provocados por un roce constante. El oficinista que realiza trabajos manuales, descubrirá que sus manos son demasiado débiles para trabajar con herramientas. Sin embargo, después de trabajar varios días con estos instrumentos, descubrirá que la piel de sus manos se ha endurecido de forma considerable, hasta el punto que no aparecen más ampollas.

Los tumores surgen de una forma muy parecida. Su aparición probablemente se deba a un intento de endurecer los tejidos irritados como una medida defensiva. El endurecimiento de la piel y los tejidos es una medida defensiva que tiene lugar en cualquier parte del organismo donde exista una irritación. Algunas de las zonas más comunes son la boca, el estómago y los intestinos, principalmente en aquellas personas que ingieran constantemente sal, condimentos y sustancias farmacológicas. La aplicación continua de nitrato de plata convierte la superficie mucosa sobre la que se utiliza en una especie de cuero medio vivo. Otros órganos también sufren un proceso de endurecimiento ocasionado por la exposición continua a sustancias tóxicas.

Entre los ejemplos más destacados cabe señalar el de la toxemia, condición que requiere en ciertas partes del organismo barreras defensivas más grandes que las normales. Cuando las células normales de una parte del cuerpo se encuentran tan dañadas que no pueden resistir por más tiempo el abuso de las toxinas, el organismo pone en marcha los sistemas defensivos más utilizados y la naturaleza pone en pie de batalla a su ejército mejor preparado. Una vez levantada una barrera de células pertenecientes a tejidos conectivos, inicia una lenta, pero fructífera batalla contra las toxinas, mientras continúa alzando más barreras. Este proceso puede continuar hasta que el tumor alcance proporciones incluso peligrosas. Si no fuera por esta barrera, las causas que provocaron su creación habrían destruido la vida mucho antes. El objetivo del tumor no es otro que el de prolongar la vida del organismo.

Algo parecido sucede en las plantas que padecen la invasión de parásitos. Las grandes excrecencias que observamos en algunos robles surgen como consecuencia de la acción de las larvas de ciertas moscas. Esta mosca deposita sus huevos bajo la corteza del roble. Las larvas procedentes de los huevos segregan una sustancia, cuya composición tóxica provoca la aparición de una masa tumorosa. Los parásitos son también los responsables de la creación de una masa tumorosa en la raíz y tallo de los repollos. De igual forma, los olivos y otros árboles sufren también la aparición de esta masa cancerígena. En el caso del cedro, la existencia de hongos en su corteza provoca la aparición de una vegetación un tanto peculiar que recibe el nombre de “escobas de brujas”.

Como puede observar, existen numerosos ejemplos en los que la naturaleza origina medidas defensivas similares. La formación de tumores se debe, sin dudas, a una variación en las relaciones complejas que determina el crecimiento normal y debemos considerarla como una medida natural de protección. Un tumor nunca es fuente de peligro hasta que comienza a descomponerse.

En la inflamación de los riñones producida por un problema renal, los constituyentes normales de la orina disminuyen, ya que éstos permanecen en la sangre en vez de ser eliminados. La necesidad de expulsar de la circulación elementos tóxicos, como las sales, que generalmente se eliminan a través de los riñones, y la necesidad de mantenerlos disueltos en líquidos mientras se mantengan en el interior del organismo, provoca la aparición de retención de líquidos (hidropesía) en numerosas partes del cuerpo, especialmente en los tejidos que se hallan bajo la piel o en las cavidades del organismo. Cuando se recupera la función renal, el fluido hidrópico se introduce poco a poco en la circulación, donde finalmente se elimina.

Un aneurisma es una dilatación localizada en una parte específica de una arteria. Cuando las paredes arteriales se debilitan en un punto determinado, la presión sanguínea puede ocasionar su ruptura, fortalecer algunas de sus capas o provocar su abultamiento. El organismo pone en marcha su mecanismo de defensa de forma inmediata y crea una pared de tejido nuevo alrededor del aneurisma. Si ésta se rompiera y la sangre se esparciera entre los órganos, el organismo crearía una pared de tejido cicatrizado en torno al aneurisma para reducir la pérdida de sangre. Esto se conoce como aneurisma disecante.

Como podrá observar, el número de ejemplos que nos demuestra la magnitud y eficacia con la que el organismo protege sus propios intereses e inicia las medidas de emergencia que estime oportunas, es bastante amplio. Cuando estudiamos el gran mecanismo del cuerpo humano, la eficacia de cada uno de sus órganos, su pericia al encontrar las medidas de emergencia más eficaces, sus poderes de autocuración y recuperación casi ilimitados, no podemos sino evocar una gran admiración por sus poderes curativos y aceptar con resignación la ineficacia de los medios “curativos” del ser humano.

Dr. Herbert M. Shelton
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