Ser emocionalmente inteligentes se ha convertido en una obligación, en una tarea pendiente de la que siempre todos queremos saber más. Sabemos que es una cualidad indispensable que no puede faltar ni en nuestros pequeños, ni en nuestros mayores ni en nosotros mismos. No obstante, no siempre sabemos bien cómo hacerla nuestra ni podemos explicarnos qué es lo que falla.
Cuando la emoción nos derrota…
Es frecuente que nos demos cuenta del error cuando, con frecuencia, aparece ese sentimiento de descontrol, abatimiento y derrotismo ante un acontecimiento que nos provoca una fuerte emoción (ira, enfado, miedo, tristeza, alegría…). Así es que, por un lado, podemos esforzarnos en esconder o minimizar nuestra tristeza, minusvalorar nuestro miedo o no compartir nuestro enfado ante una injusticia por miedo a descontrolarnos o a la incertidumbre que produce la reacción de los demás. Ésta es la mejor muestra de nuestra vulnerabilidad emocional. Esa odisea que nos impide decir no por miedo a las consecuencias y no saber responder, que no nos deja sacar de nuestras vidas lo que nos hace daño, que nos hace dependientes emocionales…
¿Por dónde podemos empezar a cambiar?
Obviamente, tienes que modificar la autovaloración que haces sobre ti mismo, tus capacidades y tus cualidades emocionales. Para aumentar tu autoestima tienes que mantener una actitud positiva y amarte incondicionalmente, independientemente de las circunstancias. Interioriza esto porque a continuación te vamos a dar unas pautas…
¡Es hora de conseguir el equilibrio! Si tu cuerpo se siente bien, tu mente lo agradecerá. Mens sana in corpore sano y, para ello, es indispensable: dormir el tiempo adecuado y en condiciones confortables, realizar ejercicio físico, comer de forma saludable y equilibrada y realizar actividades que fomenten tu autosuficiencia.
¿Qué más impide mejorar nuestro autoestima?
Tus creencias irracionales. Sí, esas actitudes que te hacen reaccionar de forma negativa por estar ancladas en el pasado y no adecuarse al presente. Las expresamos en forma de exigencias (debería de, tendría que, siempre, nunca...). Este tipo de pensamientos ya los analizamos en otro artículo pero vamos a repasar algunos para ayudarte a identificarlos:
-Ser catastrofista: recibir una crítica no quiere decir que te odie o que no valgas para nada. Además, tu valía personal no depende de lo que los demás piensen de ti.
-La tendencia a minimizar tus problemas, derechos o preferencias. No nos atrevemos a decir no por miedo a cómo le siente a la otra persona y por la ansiedad que nos genera defender nuestras preferencias.
-Ser excesivamente exigente contigo mismo, ¿no te parece que el mundo no sería mundo si todos lo hiciésemos todo perfecto?
Tu forma de interpretar lo que te indica el entorno, respóndete a esto de forma sincera:
-¿Quién crees que es responsable de cómo te sientes o de cómo se sienten los demás? «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo» decía Ortega y Gasset.
-¿Necesitas la aprobación de los demás? No necesitas la aprobación de los demás, como te hemos contado en otro momento, es imposible e innecesario gustar a todo el mundo. Primero eres tú.
-¿Eres realista con lo que te propones? No puedes esperar gustar a todo el mundo ni ser el mejor en todo.
¿Qué creencias favorecen una buena autoestima?
-Procura preferir en vez de exigir: aceptar tus limitaciones es imprescindible para desarrollar tu potencial.
-Mantén una actitud de preferencia respecto al otro: renuncia a cambiar a los demás, acéptalos incondicionalmente.
-Piensa en primer lugar en ti mismo.
-Sé tolerante contigo y con los demás. Errar es humano.
-Sé flexible y no rígido en tus quehaceres.
-Sé responsable de lo que piensas, sientes y haces pero no culpable, pues hacerlo así sólo te resta posibilidad de cambiarlo. Como ya señalamos en un artículo anterior es indispensable ser conscientes de la relación entre nuestros pensamientos, emociones y acciones para conseguir desarrollar la tan ansiada inteligencia emocional.
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