No hay que ser muy observador para darse cuenta de que un bebé no tiene apenas consciencia del mundo físico, por ejemplo, quiere coger algo que está fuera de su alcance y aún no comprende que no puede, no reconoce porque aún no tiene memoria, no sabe dónde puede haber un peligro por falta de experiencias, etc. Cuando un niño nace aún tiene la conciencia en el mundo de donde viene, que no es otro que donde vamos cada noche cuando nuestro cuerpo físico se duerme y donde vamos después de la muerte de éste. Según va tomando conciencia del mundo físico va perdiendo la conciencia de ese otro mundo de Ángeles, por eso los niños son clarividentes durante unos pocos años por mucho que sus padres se empeñen en decirles que no se inventen cosas o que no tengan tanta imaginación. Los niños nacen con “conciencia” de Alma fruto de todos sus renacimientos a través de millones de años, pero sin consciencia del mundo físico porque aún o ha tenido experiencias en él. El niño comienza por tomar consciencia del nuevo mundo gracias al placer de alimentarse de la leche materna, lo que le hace “desear” tener esa experiencia otra vez, pero más adelante tendrá que hacer frente a otras experiencias que serán motivo de rechazo porque le causen dolor, y otras donde se mostrará indiferente.
Así es que, la base de las experiencias se encuentra en la información que llega de los sentidos hasta el cerebro y que la mente luego almacena como placer (deseo) o dolor, (rechazo) de lo que se deriva toda una serie de emociones que pueden llegar al amor o al odio entre otras. Con cada experiencia que tiene el niño, la mente la almacena en la memoria, representada también en agrupaciones neurales del cerebro. Cada vez que se repite una experiencia con algo nuevo ésta toma el lugar de la anterior y cuando se repite mucho una misma experiencia se forma el hábito, y según sea la educación, enseñanza, relaciones sociales, etc. así será el carácter y la propia identidad. Pero, como todos nos podemos dar cuenta, nuestra consciencia del mundo físico y nuestro carácter van cambiando con el paso de los años según las experiencias de cada día.
La humanidad, como tal, también ha pasado por diferentes estados de consciencia comenzando por la inconsciencia del mundo físico como en el caso del recién nacido. Mucho antes de obtener el germen de lo que, a través de la evolución, se ha convertido en mente, éramos inconscientes del mundo físico como lo son los animales o como lo somos mientras dormimos. Hubo una época en que éramos tan inconscientes como los minerales, pero llegó un momento en que los impactos del exterior “despertaron” otra conciencia superior que nos hizo mostrar algo parecido a lo que hoy llamamos sentimientos. De ahí surgieron, como hemos dicho en el anterior párrafo, los deseos por lo que causaba placer y rechazo por lo que causaba dolor, pero también aliciente para seguir experimentando aunque nuestra consciencia todavía era interna, es decir, todavía no “conocía” el mundo físico. Fue la evolución en esa conciencia interna la que, de forma similar a los animales, nos llevó a necesitar otra consciencia superior que estuviera relacionada con el mundo físico, y por eso nos facilitaron el germen de lo que hoy hemos desarrollado como mente. Según fuimos desarrollando la mente y conociendo el mundo físico nos hicimos autoconscientes de nosotros mismos y nos dimos cuenta que éramos individuos. Así es que, hemos pasado de la consciencia del mundo interno o mundos superiores, a la consciencia externa del mundo físico (perdiendo la anterior) gracias a la cual estamos evolucionando por medio de las experiencias en este mundo que hemos creado.
En el caso del niño tiene una primera etapa de casi inconsciencia hasta los 7 años, una segunda donde se reconoce como un ser pero dependiente de sus padres hasta los 14, y una tercera donde se independiza gracias a que se siente responsable de sus actos a los 21. A nivel de humanidad, pasamos por una etapa de inconsciencia del mundo físico; una segunda donde nos dejábamos dominar y actuábamos de acuerdo al cuerpo de deseos o emocional; y una tercera, en la que estamos ahora, donde gracias a la mente somos autoconscientes y estamos desarrollando la voluntad y los poderes del Alma. Todo eso ha hecho que nos identifiquemos tanto con este mundo de materia que aún muchos creen que son el cuerpo físico. Es cierto que otros saben que eso no es así, pero la realidad es que, por no ser, no somos ni siquiera la mente. Tanto el niño como la humanidad se dejaron dominar por el placer y eso les llevó a desear más experiencias placenteras, y así se ha llegado a intentar vivir para satisfacer nuestros deseos personales. Como he dicho, a partir de obtener la mente, también comenzamos a desarrollar la voluntad, pero tanto la mente como la voluntad están muy apegados a lo material, a la personalidad y a todo lo que nos satisfaga egoístamente. Cuando teníamos la conciencia interna desconocíamos el mundo físico, ahora tenemos conciencia del mundo físico pero desconocemos el mundo del Alma, que es el verdadero mundo del Yo o Ego.
Es necesario que el hombre se conozca a sí mismo y para conocerse a sí mismo debe auto-observarse para así poder ser consciente de lo que pertenece al mundo y lo que pertenece al Alma. Cuando despertó el hombre a este mundo pensaba que era el cuerpo y se identificó como un Yo a la vez que consideraba “no-yo” a todo lo demás. Ahora se identifica con la mente y considera no-yo a su cuerpo físico pero todavía tiene poca idea de que esa conciencia tampoco es la que le corresponde. El hombre actual, como le ocurre al niño, actúa según lo que se va grabando en su cerebro desde que nace, la repetición automática de hechos crea hábitos, éstos crean el carácter y éste último crea unos rasgos que le hacen actuar casi como un autómata. Y es de ese estado de consciencia en el que estamos ahora y donde, (aunque creamos que este mundo es real) en realidad estamos dormidos, del que debemos salir para elevarnos a la conciencia del Alma. Actuamos según lo que tenemos guardado en el cerebro y que, a su vez, despierta ciertas emociones que impulsan a pensar y a actuar de la misma forma. No es el mismo yo el que ante un problema se pone a razonar conscientemente que el que actúa todos los días haciendo las mismas cosas; no es el mismo yo el que intenta crear algo nuevo gracias a su discernimiento y a su voluntad que el que está viendo la televisión con su mente entretenida en lo que está viendo; no es el mismo yo el que vive en las experiencias del pasado o en las imaginaciones del futuro que el que se auto-observa en cada momento presente o ahora siendo consciente de que sus emociones y sus pensamientos no son él; y no es el mismo yo el que escribe en el teclado del ordenador de forma automática que el que observa atentamente cómo se van formando las palabras en la pantalla.
Desde pequeñitos y según las experiencias que tengamos, estamos activando células nerviosas con la particularidad de que, cuando cierta cantidad de ellas se activan juntas también se conectan juntas, llegando a crear esa repetición una relación y conexión duradera. De esta forma se crean las redes neurales estáticas que, al cabo de un tiempo, se convierten en hábitos. Viendo esta actividad repetitiva a lo largo de toda la vida comprenderemos que el cerebro configura una estructura limitada o “realidad” basada en los mismos sentimientos, emociones, pensamientos, etc. Así es que, mientras sigamos sintiendo las mismas emociones y deseos, y mientras sigamos pensando igual que en el pasado, seguiremos creando la misma realidad que en la que vivimos y seguiremos creando las mismas circunstancias que volverán a crear las mismas emociones y forma de pensar.
La neurociencia actual ya ha confirmado la relación existente (causa y efecto) entre la mente, las emociones y el cuerpo físico que tantas veces ha explicado la filosofía oculta esotérica. Tal y como dicen, tenemos unas sustancias químicas (neurotransmisores, neuropéptidos y hormonas) que con cada pensamiento hacen que el cerebro envíe unas señales químicas al cuerpo para que, a modo de mensajes sobre lo pensado, hagan que el cuerpo reaccione de acuerdo al pensamiento confirmando así que el cuerpo y el pensamiento están en sintonía. De esta forma podemos comprender fácilmente que si creamos pensamientos positivos (amor, compasión, fraternidad, etc.) el cuerpo produce sustancias químicas que nos harán sentir bien pero, de igual forma, si creamos pensamientos negativos (miedos, preocupaciones, etc.) también nos sentiremos mal. Está claro, pues que, según sentimos el resultado de nuestros pensamientos volvemos a pensar de acuerdo a eso que sentimos como resultado de la acción de las sustancias químicas. Si esto lo aplicamos a los hábitos que nos hemos creado, nos daremos cuenta de que ha sido la repetición de una forma de pensar y de sentir lo que nos lleva a actuar casi de forma automática obteniendo siempre los mismos resultados. Es aquí donde cabe preguntarse ¿Hasta qué punto dominamos nuestros cuerpos y hasta qué punto es lo contrario? Lo cierto es que el 95 % del comportamiento y de las expresiones que tenemos a lo largo del día son resultado de esa personalidad fruto de todo lo que acabamos de explicar a lo largo de nuestra vida. De acuerdo con estas explicaciones, es fácil comprender que el verdadero Yo, como conciencia superior, apenas tiene oportunidad de expresarse y por eso se suele decir que está “dormido”.
Mientras el ser humano siga actuando según las experiencias del pasado, según los dictados de sus deseos y de sus emociones incontroladas, según las respuestas mentales automáticas, y según el carácter y los hábitos de siempre, no “despertará” a una nueva conciencia. Por eso es tan necesario que cree un nuevo mundo ideal con sus deseos y con su imaginación; es necesario que deje de etiquetar a todo cuanto conoce, y que vea a los demás como Almas y no según las experiencias que se ha tenido con ellos. Es necesario que el hombre actual sea autoconsciente en sí mismo para poder observar atentamente sus deseos, sus emociones y sus pensamientos, solo así podrá “auto-conocerse” y construir una nueva conciencia y un nuevo mundo.
Francisco Nieto