¿Qué es la felicidad? Por favor, tómate unos instante para saborear la pregunta. No te confundas con la euforia, la alegría o el gozo, emociones intensas que son una deliciosa parte del todo. En realidad, la felicidad es un estado profundoy sencillo que se revela en la inmediatez del presente. Para experimentarla no hay que buscar muy lejos, pero hay que saber qué y dónde buscar.
En su delicioso libro Sobre la felicidad, el filósofo e historiador francés Frédéric Lenoir ofrece una definición potable: felicidad es amar la vida que llevamos. Así de sencillo. Esta felicidad se manifiesta como la conciencia de una satisfacción prolongada en la globalidad de nuestra vida. Prolongada porque se mantiene en el tiempo más allá de los altibajos naturales, y global porque irradia las diversas áreas de nuestra existencia. Además, Lenoir no deja por fuera algo muy importante: la conciencia de este estado, porque somos plenamente felices cuando tenemos conciencia de ello, y a su vez, al estar conscientes de este estado reforzamos la experiencia de satisfacción. Es un ciclo vital que se alimenta a si mismo.
Sobre la felicidad es un vuelo de pájaro sobre diversas corrientes filosóficas. Comienza con los griegos y por supuesto aparece Aristóteles, para quien la felicidad es llevar una vida placentera. Allí también está Epicuro, quien la entiende como la quietud absoluta del alma, y Séneca, quien hablaba de lo que hoy en día es común en la psicología positiva: una vida feliz es aquella que tiene dirección y propósito.
También aparecen en este paseo gigantes como Kant, para quien la felicidad esta emparentada con la moral, o Schopenhauer, quien la entiende como resultado de nuestra sensibilidad y conocimiento real del ser. Lenoir dedica varias páginas a Montaigne, y no oculta su predilección, quien decía que una vida feliz era una vida modesta, hecha conforme a la naturaleza de cada persona.
Sobre este aspecto de la naturaleza individual Lenoir se detiene en Spinoza, otro de sus favoritos, explicando que “cada cual debe aprender a conocerse para descubrir lo que le hace feliz o desdichado, lo que le conviene o lo que no, lo que incrementa su felicidad y disminuye su tristeza. De ahí la necesidad de acceder a un conocimiento verdadero de lo que somos, pero también de renunciar a seguir una moral exterior, dogmática, trascendente, supuestamente válida para todos”.
Por este camino Lenoir se adentra junto a Spinoza en los terrenos más sutiles del no dualismo oriental, es decir, la unidad entre Dios y el mundo, o en otras palabras, que Dios y el mundo participan de la misma sustancia infinita. Así aparece una espiritualidad cotidiana, una divinidad universal, que llega a la mente y corazón de hombres como Albert Einstein. En una oportunidad le preguntaron al genio de la relatividad si creía en Dios. Su respuesta fue “creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de todo lo que existe”.
A estas alturas, con tantos nombres y citas, quizás te estarás preguntando ¿Y no era la felicidad algo sencillo?
Sí. Lo es. En el epílogo de su libro Lenoir escribe su punto de vista. “Ser feliz es amar la vida, toda la vida: con sus altibajos, sus trazos de luz y sus fases de tinieblas, sus placeres y sus penas. La felicidad no se decreta y llega a veces sin que se le busque. También es fruto de una atención cotidiana, de una vigilancia, de un esfuerzo de autoconocimiento. Se trata de vibrar con nuestro ser profundo”.
Entonces ¿qué es la felicidad? Yo creo que la respuesta se siente cuando vive en nosotros. Aparece con toda la fuerza del universo, y las palabras son apenas un reflejo.
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