Es muy común entre muchas personas sentir una leve pesadumbre al final del día. Un resquicio de desgano quizás, una especie de freno que no nos deja experimentar plenamente una sensación de bienestar. Incluso si estamos al día en el trabajo, si tenemos las cuentas al día –las más pesadas al menos-, ¿no has sentido que algo falta?
Si tomamos en cuenta los niveles de actividad a los que nos vemos sometidos, bien seamos personas de oficina o estemos dedicados al hogar, puede resultar comprensible que nos falte esa pequeña dosis de energía que nos haga sentirnos incompletos.
El asunto es: si todo va “bien”, ¿por qué sigue presente esa cuota de insatisfacción que nos hace sentirnos incompletos? La respuesta está en que probablemente nos estemos exigiendo demasiado: cumplir en la oficina, con la familia, con los amigos; algunos caemos incluso en el error de querer agradar a todos los que nos topamos.
Tenemos que tratarnos bien. Eso no significa que dejemos de cumplir en el trabajo, o que tratemos mal a la familia o amigos. Significa que debemos encontrar la manera de empezar a tratarnos como tratamos a los demás. O también puede significar que debamos cambiar nuestra manera de tratar a los demás: entregar menos, sin que eso signifique dejar de entregar.
Una vez a solas con nosotros mismos, debemos revisar cómo nos comportamos con respecto a eso que vemos cuando nos paramos frente al espejo:
¿Somos compasivos con nosotros mismos? Hay muchos mitos al respecto, siendo uno de ellos la creencia de que la autocompasión nos lleva a acumular una gran carga de egoísmo. No es compasivo dejar ir nuestras metas en función de los demás. La autocompasión es justamente lo contrario al ego: es aceptarnos imperfectos y saber que eso está bien.
Hay quienes creen que ser compasivo con uno mismo no puede aprenderse. Salta la pregunta: si nacemos hablando español (o el idioma materno que sea) ¿por qué entonces sí podemos aprender otro? O ese zapato que al principio nos incomodaba y que después del uso se convirtió en imprescindible. Es cuestión de práctica.
Nos va a costar, pero después veremos cómo un mundo nuevo se abre ante nuestros ojos. Lo bueno de todo esto es que tenemos la libertad para establecer nuestros propios términos, para decidir si un fracaso es una oportunidad o un latigazo, para escribir nuestro decálogo del éxito, y sobre todo de estar agradecidos por tener la oportunidad de hacerlo.
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