¿Han pensado en las causas profundas que se esconden detrás de un enojo? Si bien algunos andan por la vida molestos por las imperfecciones, equivocaciones, injusticias o falencias del mundo que existen por doquier, no son los casos que nos interesan en esta ocasión. Queremos referirnos a aquellas otras situaciones mucho más comunes en las que nos enojamos específicamente con (¿contra?) alguien. ¿Cuáles son las “razones” que solemos esgrimir para justificar nuestro encono hacia una persona en particular? Les suenan frases tales como: porque no me escucha, no me considera, me ignora, me rechaza, no me respeta, me pasa a llevar, se aprovecha de mí, es injusto conmigo, me ofende, me insulta, se burla de mí, me humilla...
Si buscamos una base común a todos estos motivos de enojo, seguramente nos encontraremos con que hemos asumido inconscientemente un rol de víctima ofendida, donde estamos sufriendo una dolorosa sensación de afrenta, como si el otro - con sus palabras, acciones u omisiones - hubiese atacado lo más profundo de nuestro self, como si hubiese remecido los cimientos de nuestra identidad misma. En esos momentos es como si se despertase nuestro instinto de auto-preservación y transformamos esa “ofensa” en un asunto de sobrevivencia. De manera que cuando nos enojamos – taimándonos, culpando, criticando y/o agrediendo - estamos persuadidos que en el fondo lo que estamos haciendo es estar defendiendo nada menos que nuestra propia dignidad.
Mas ¿cómo llegamos a estar tan convencidos que esa otra persona nos ha ofendido? La respuesta es aparentemente muy simple, pero paradojalmente muy compleja a la vez. No son los demás los que nos injurian, sino que nosotros mismos interpretamos que nos han agraviado basándonos en aquellas creencias que inevitablemente hemos ido construyendo en torno a lo que valemos, a cómo deberían vernos y comportarse los demás con uno. El problema es que en el camino se nos olvidó que eran meramente juicios subjetivos y pasaron a ser verdades absolutas. Sin estar plenamente consciente tenemos la expectativa de que las personas deberían de ser diferentes a como son, que deberían actuar como nosotros pensamos que es la manera correcta de hacerlo.
Entonces es como si el otro hubiese incumplido o trasgredido nuestros principios o convicciones más profundos. En otras palabras, detrás de cada enojo hay una frustración de nuestros dogmas. Y nuestras emociones son generadas por nuestras creencias. Es decir, nuestros estados de ánimo son producto de nuestros pensamientos. Como el ser humano no puede biológicamente percibir la realidad tal cual es, toda percepción necesariamente es una interpretación. De ahí que: no son los hechos los que nos enojan, sino la interpretación que le damos a esos hechos.
Sin embargo, si introspectivamente ahondásemos más en nuestro interior descubriríamos que esa supuesta “ofensa” que nos provocó tanto dolor no se debió tanto a una frustración, sino que a que le atinó seco a alguna de nuestras viejas heridas narcisistas o a alguna de nuestras numerosas inseguridades. Pero en vez de darnos cuenta de ello, nuestro vulnerable ego nos lleva a creer que es esa otra persona la que nos ha ocasionado este dolor, como si un otro pudiese ser una fuente inherente de dolor, como si un otro tuviese el poder de producirnos esa sensación. E ignoramos que ese desequilibrio interno representado por nuestro enojo es causado por nuestro propio ego, ignoramos que el enojo y el ego funcionan de forma inseparable.
Pero ¿de dónde viene esa imprescindible necesidad de forjarnos un ego y de defenderlo rabiosamente a como dé lugar? Según la psicología budista proviene del peor veneno del alma: la ignorancia o incomprensión de la verdadera naturaleza de la realidad. No sabemos ni cómo somos ni cómo son los demás y al ignorar quién somos realmente, nos insegurizamos. Así que para sentirnos más seguros construimos una identidad lo más sólida posible, una suerte de “yo” al que nos aferramos como si fuese verdadero y permanente.
Mas como también estamos inseguros acerca de tal identidad, necesitamos ir por la vida demostrándola emocionalmente. De modo que el enojo es la emoción que usamos para reafirmar nuestra identidad. A su vez, la rabia es otro de los más graves venenos del alma, el que se manifiesta en un rechazo iracundo de todo aquello que presentimos que le hace mal a nuestro ego. Por ejemplo, si basamos nuestro “yo” en ser alguien que siempre tiene la razón, cuando alguien nos critica o no está de acuerdo con nosotros, lo vemos como una amenaza a nuestra identidad y nos ponemos hostiles. Sentimos que el otro está rechazando nuestro ser, así que protegemos nuestro ego rechazando a esa persona.
En todo este proceso se nos olvida que el otro realizó actuó por sus propios motivos subjetivos, generalmente porque cree que uno lo ofendió primero y resuma por su propia herida narcisista. Y también se nos olvida que el dejarnos caer en el enojo nos hace mucho daño. Como dijo Buda: “Aferrarte a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirárselo a otra persona; tu eres quien terminas quemado”. O como acota Séneca: La ira, si no es refrenada, es frecuentemente más dañina para nosotros que la injuria que la provoca. Además, últimamente la neurociencia ha demostrado que la rabia altera el funcionamiento de nuestra corteza prefrontal, por lo que cuando estamos en ese estado estamos biológicamente imposibilitados de razonar adecuadamente.
http://www.concienciaplanetaazul.cl/content/view/7346653/Que-nos-enoja-cuando-nos-enojamos-con-alguien.html