Autor: Isabella Di Carlo Surraco
“Un hombre es lo que piensa en su corazón”, nos dicen las enseñanzas de la Sabiduría Eterna. Pensar con el corazón es acceder a nuestra genuina humanidad, sitial donde ya no son egoístas los sueños, sino son arrullos de hermandad.
En el ascenso, cuando el ruido ensordecedor de las comparaciones, rivalidades, juicios, culpas y condenas ha sido acallado, el caminante se comienza a acariciar en lo más íntimo de su pecho un anhelo… aspiración, pregunta, arrobador deseo.
¿Podría quizás llegar a conocer a alguien que encarnara el ideal? ¿me será dado ver en vivo y en directo el amor, la sabiduría, la pureza, la entrega? ¿podré ver en acción el poder espiritual impersonal? ¿lo reconoceré al instante si pasa delante de mi?
El día llega siempre al que piensa y anhela con el corazón, la vida satisface en su momento esa clase de anhelo tan cercano al amor. Y como siempre sucede con las metas, la meta alcanzada una meta mayor desvela, y en el pecho en cuyo centro ardía prudente fuego, abrasadoras llamas al crepitar nueva pregunta revelan.
¿Podré llegar yo mismo allí? ¿Cuál es poder original, único, latente en mi?
Todo lo que un hombre logra alcanzar es por definición una realización posible y como tal un desafío y un poderoso incentivo. Cada logro del pasado es el puente sobre el avanzan hoy nuestros pies, cada pequeña victoria nuestra allana el sendero a quienes caminan después. Soñemos lo que los tibios del mundo consideran imposible, soñemos con el corazón y encendamos juntos una imparable, arrolladora, apasionada y loca revolución.