“Contá conmigo”. Si estas dos palabras son auténticas y se dicen de corazón, para quien las escucha deben representar un poderoso sostén afectivo amasado con amor, solidaridad, empatía, amistad, compañerismo…
Contá conmigo tiene una especial connotación. Significa, nada más ni nada menos, que ponerse en el lugar del otro, conducta que extrañamos porque, la verdad, escasea.
Transitamos tiempos de relaciones frágiles, líquidas, como las define Zigmunt Bauman. De poco compromiso. La sospecha está a la orden del día y la confianza no recibe gran estímulo.
“Es que nadie cree en nadie, ante semejante realidad esperar que el otro (la otra) se atreva a insinuar 'contá conmigo', es como pedirle peras al olmo”, comentó el participante de uno de mis cursos.
“Opino igual –se sumó una compañera del grupo-. Cada vez vivimos con mayor desconfianza, invertimos tiempo y energía en averiguar si quien tenemos al lado o enfrente trata de engañarnos, de manipularnos o de sacar ventaja”.
El entusiasmo fue en aumento: el mayor de los asistentes argumentó: “Cuando la palabra pierde valor, la confianza desaparece. Viví lo suficiente para haber sido testigo de la decadencia que viene padeciendo la palabra. Entonces seamos honestos: ¿cómo voy a confiar en alguien que ayer me prometió una cosa y hoy ya se olvidó?”
"Contá conmigo" es una responsabilidad, una promesa que debemos cumplir aunque represente sacrificar ciertos placeres o momentos de esparcimiento. A veces nos apuramos en “dar el sí”, un sí hipócrita, que brota de la boca para afuera y luego no nos hacemos cargo. Ya inventaremos alguna excusa para zafar.
Cuando nos comprometemos y después faltamos a nuestra palabra, la devaluamos aún más. Y como esta conducta se repite en todas las situaciones de la vida (cotidiana, laboral, social), la desconfianza crece, acecha, invade, se interpone en las relaciones, arruina los vínculos y genera incomunicación.
Para peor, cuando nos engañan, la frustración pega fuerte y de ahí al encasillamiento queda un solo paso. Salvo que queramos mucho a esa persona, nunca más confiaremos en ella y a partir de ese momento ocupará el casillero de los fallutos, de los chantas.
En la época de lo descartable, del toco y me voy, de la liviandad para criticar y descalificar, de los cinco minutos de fama, de priorizar los mensajes de texto a la voz humana, contar con alguien que ofrezca un momento de su tiempo (no importa cuánto) para acompañarnos, para respaldarnos, constituye un hecho esperanzador. Nos confirma que, en efecto, somos personas.
* La autora es periodista y entrenadora en comunicación:
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