En las grandes tragedias griegas, el sufrimiento de los protagonistas estaba relacionado con haber incurrido en una gran ofensa a los dioses: la soberbia. Ser soberbio significaba creerse mejor que la divinidad y obviamente, que el resto de los humanos. Edipo, Layo, Agamenón, sufrieron los peores destinos debido a esa actitud en que se sentían mejores que el resto de los mortales.
Ser soberbio hoy día parece popular e interesante. Aprovecharse de la oportunidad, engañar al sistema o a los otros, descalificar al prójimo, parecen barnizar de poder al que es suficientemente astuto para sacar beneficio de ello. Y además puede ser celebrado por otros si se hace con gracia.
La soberbia: Un pecado común
Aunque pueda decirse que esta actitud es más bien propia de un país subdesarrollado, donde recién se empiezan a imponer las normas de urbanidad, en los grandes países el pecado de hybris continúa igual.
Si bien los grandes países son más cuidadosos en mantenerse en lo “políticamente correcto” y no criticar a viva voz a las minorías y acatar las reglas, a menudo sus habitantes caen en el mismo juego cuando se trata de compararse con sus congéneres de otros países, donde existen las categorías de primera, segunda y tercera.
En el mundo de los negocios, la empresa y el entorno laboral, el afán de competencia lleva a menudo a abordar con falta de caridad al prójimo. Así, clientes, competidores, colegas y jefes son descalificados y pasan a estar en la lista de los desvariados que sólo quieren molestar.
En el entorno familiar, el ex marido, la ex mujer, la suegra, los amigos de la pareja, cualquiera que represente una amenaza a la competencia o a la atención del otro, pueden entrar rápidamente en una lista negra. Los que están en ella, aunque puedan tener razón en algunas ocasiones, no calificarán nunca para un reconocimiento.
La soberbia impide aprender
Ser soberbio es ego. Y no del que aporta. Para peor de males, ser soberbio nubla la mirada y no permite reconocer lo bueno del otro. Para colmo, ser soberbio altera la propia realidad y no permite identificar las propias debilidades. Por lo tanto, evita la evolución.
Nada es personal, De ahí lo absurdo de la soberbia. Sin autocrítica ni reconocimiento de que el otro puede tener la razón y yo estar equivocado, llegan las peores sorpresas. Es por eso que las tragedias griegas tienen un sentido educativo. Hoy el pecado de hybris tiene tiene el mismo castigo que en la Grecia antigua. Si bien puede reportar beneficios de corto plazo, sus consecuencias bien pueden desembocar en grandes dramas. Lo positivo de ello es que de alguna manera, el ser encuentra la herramienta para un aprendizaje. Y si no es por las buenas, será por las malas…
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