Según la OMS un 28% de la población mundial sufre este trastorno que genera una manía por ingerir solo alimentos vegetales u orgánicos, no tratados con conservantes, ni fertilizantes. El peligro de reemplazar los nutrientes de las comidas por complejos de vitaminas y la alcohorexia, que pone al alcohol como sustituto ideal
Desde el punto de vista médico, una persona que sufre ortorexia padece un tipo de trastorno obsesivo que lleva al extremo la idea de una alimentación sana. Desarrolla un control exhaustivo y cada vez más estricto de los componentes de los alimentos, procura ingerir solo comida orgánica, vegetal, no tratada con fertilizantes, sin conservantes, ni grasas saturadas.
"Suelen ser defensores a ultranza de una alimentación inmaculada que, en muchas ocasiones, hacen extensivo a quienes les rodean. Además, señalan como ‘delito’ comer alimentos como papas fritas, salchichas o gaseosas azucaradas", señala Rubén Bravo, especialista en Nutrición del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO).
En una sociedad que cada vez come más y peor es difícil detectar cuándo alguien ha tomado responsablemente las riendas de su nutrición y cuándo se le está yendo de las manos. La Organización Mundial de la Salud estima que la ortorexia afecta a un 28% de la población de los países desarrollados y que su prevalencia podría ir en aumento en los próximos años.
Se empieza por huir de lo artificial, por contar calorías y por cancelar todo tipo de alimento transgénico y termina siendo muy peligroso, hasta el punto de caer en lo patológico. "Las alarmas se deben disparar cuando alguien dedica más de tres horas a organizar su menú, cuando busca cualquier excusa para no comer fuera hasta el punto de minimizar sus relaciones sociales e, incluso, cuando cuenta cuántas veces mastica cada bocado", explica Bravo.
Afecta principalmente a mujeres, adolescentes y deportistas, sobre todo, quienes practican fisicoculturismo. "Estos pacientes suelen presentar un déficit de grasa, hipotensión y problemas cardiovasculares. Desde el punto de vista psicológico, alternan estados de euforia con otros de ansiedad. Y experimentan una falsa autoestima, basada en un sentimiento de superioridad que trae consigo la idea de que su modo de vida es mejor que el del resto".
El arte de "demonizar" las comidas
Las personas que sufren este padecimiento tienen a buscar cualquier excusa para no ingerir ciertas comidas. Se obsesionan con aquello que sería "negativo" en cada alimento y por lo tanto, dejan de incluirlo en su dieta. Generan una cruzada contra las carnes rojas, los azúcares simples, los lácteos con lactosa o las grasas saturadas. O, más recientemente, el gluten. "Si no se es celíaco o intolerante no hay por qué eliminarlo de la dieta. El gluten es una de las principales proteínas del trigo. Aporta vitaminas del grupo B y minerales como el hierro, calcio o zinc, entre otros nutrientes, por lo que no hay motivo alguno para eliminarlo de una dieta equilibrada", apunta la doctora Cristina Bouza, médico especialista en Nutrición en la Clínica Instimed en Madrid, España.
Ocurre que hay quienes llegan a la consulta del nutricionista con ganas de adelgazar o de someterse a una dieta de desintoxicación, pero con una larga lista de alimentos que supuestamente son ‘veneno’ para ellas. "Son los que se saben de memoria la composición de los alimentos y tienen su criterio propio acerca de lo que deben o no comer. Nuestra misión como médicos es aconsejar y recomendar aquellos alimentos que les ayuden a bajar peso de una manera sana y beneficiosa para su salud", apunta la doctora Bouza.
Sin embargo, cuando alguien está convencido de que un alimento es tóxico para su organismo puede tener reacciones somáticas indeseadas. Cuando nos autoconvencemos de que algo nos sienta mal, al final, termina haciéndolo. El cerebro interpreta esa angustia como que ciertamente se ingirió algo pernicioso, fantasea con los posibles efectos adversos de esos contaminantes en el organismo y, lo más probable, es que la digestión se complique o incluso se produzcan episodios parecidos a una alergia.
¿Podemos vivir de vitaminas?
En esa búsqueda angustiosa por ingerir todos y cada uno de los nutrientes recomendados, es frecuente el uso de los suplementos nutricionales. A veces, en exceso. "El consumo excesivo de suplementos de proteínas a largo plazo puede contribuir a la desmineralización ósea, la osteoporosis y la sobrecarga renal. El exceso de vitamina D provoca niveles de calcio en sangre anormalmente altos que pueden dañar gravemente los huesos, el tejido blando y los riñones. Abusar de la vitamina A y el betacaroteno puede tener efectos tóxicos a largo plazo en los órganos que los metabolizan: ojos, hueso e hígado", alerta Bravo.
El peligro de reemplazar comidas con alcohol
La obsesión por sumar y restar calorías lleva a conductas peligrosas para la salud. Una ramificación de la ortorexia es la alcohorexia (o drunkorexia, en inglés). "Es compensar el exceso de calorías consumidas con el alcohol reduciendo la ingesta calórica del resto de comidas. Este desorden lo sufren, sobre todo, mujeres jóvenes, entre 15 y 30 años. Es un trastorno alimenticio grave que muchas veces termina en un doble deterioro del organismo provocado por la suma del alcoholismo y la desnutrición. Suele ir acompañado de bulimia y las consecuencias son pérdida de concentración, anemia, daño en órganos vitales y un alto riesgo de muerte", explica el especialista Rubén Bravo.
Esta moda por matarse de hambre ya se está dando en varios países desarrollados del mundo. Ante la más mínima evidencia, los expertos recomiendan un abordaje multidisciplinar con psicoterapia, control nutricional, terapia para equilibrar el funcionamiento emocional y pauta farmacológica con antidepresivos, ansiolíticos o anoréxicos.
Para el resto: una dieta balanceada y disfrutar de la vida sin obsesionarse por una o dos caloría de más.
Fuente: El país.