Primero desapareció una mujer, luego fueron dos, tres, cuatro, cinco… La suma de víctimas del sexo femenino de las que se había perdido su paradero desde comienzos de la década de 1980 hasta principios de este siglo en Low Track, Vancouver, Canadá, parecía no tener fin.
Había un patrón: todas eran prostitutas. Esto mismo desalentó el accionar policial al principio. Eran casos aislados, muchos de los cuales ni siquiera eran denunciados, y cualquiera de estas chicas podía haberse mudado a otra región, lo que era habitual dada la profesión.
Complicaba también la intervención policial que muchas fueran adolescentes que habían huido del hogar familiar y cambiado su nombre para trabajar.
Sin embargo, la suma de desapariciones tras quince años fue tan flagrante que en septiembre de 1998 comenzó la investigación oficial.
La falta de evidencia y la poca cooperación de los proxenetas hizo que no hubiera rastros sólidos que seguir. El avance vino gracias a un perfil geográfico que permitió a los investigadores entender que se trataba de alguien de la zona.
Cuatro años pasaron -en los que continuaron las desapariciones- hasta que el 5 de febrero de 2002 arribaron al domicilio de Robert William Pinkton, un granjero criador de cerdos que para entonces tenía 53 años de edad. En el hogar encontraron municiones calibre .357 magnum, gafas de visión nocturna, esposas y una jeringa junto a un frasco que decía “afrodisiaco de mosca española”. Todo muy misterioso, pero la única acusación formal que se le pudo hacer fue por posesión ilegal de armas, un delito bastante común en la zona.
Quien también recibió una visita fue su hermano, David Francis Pickton, otro sospechoso.
El granjero fue absuelto pero siguió bajo supervisión policial hasta que 17 días después, el 22 de febrero, fue definitivamente arrestado.
Cuando pudieron rastrillar su propiedad a fondo, la temible sospecha se hizo verdad. Había restos de cadáveres humanos por doquier. La policía encontró cabezas y manos de mujeres en la heladera, baldes con partes humanas y dientes, todo en un radio de cien metros en torno al trailer donde Pickton traía a las chicas. También se descubrió un revolver calibre .22, cuyo cañón tenía un juguete sexual con el ADN de una de las víctimas.
Cada semana se le anexaban más crímenes al temible granjero, prácticamente de cada mujer que hubiera desaparecido en la zona y aledaños en los últimos veinte años, lo que daba un total de 49 víctimas. Las excavaciones en la granja siguieron hasta noviembre de 2003, cuando el costo de la investigación oscilaba los 70 millones de dólares y el juez Justicie Williams decidió detenerlas. La granja fue embargada y todas sus construcciones fueron demolidas.
No sólo era cuestión de hallar los cuerpos, también de identificarlos. Tarea ardua por el estado de putrefacción de la mayoría, agravado por la intervención de los insectos e, incluso, de los animales. En varios casos, las víctimas fueron arrojadas a los cerdos para no tener que enterrar los cuerpos. Escena que nos recuerda la película Hannibal y la voracidad que pueden tener estas criaturas hambrientas. Este hecho en particular preocupó al gobierno de la Columbia Británica por miedo a que los cerdos hubieran sido comercializados, pero la pesquisa arrojó que sólo se habían consumido dentro del lugar u obsequiado a unos pocos visitantes.
La investigación también implicó al hermano, Dave, quien sostivo que sólo hacía lo que Robert le pedía. Curiosamente hasta ser arrestado administraba una discoteca llamada ‘Piggyś Palace’ (en castellano, ‘El palacio de los cerdos’).
La indagación comprobó que Pickton satisfacía sus deseos sexuales antes de asesinar a las chicas. Primero las sodomizaba y luego las estrangulaba, apuñalaba o les disparaba en la cabeza con un revolver de bajo calibre. En ocasiones, ‘jugaba’ con ellas colgándolas de ganchos y sacándoles la grasa del cuerpo. Posteriormente las cortaba y las daba como alimento a sus cerdos.
Se cree que el mismo Pinkton comió a algunas de sus presas, por lo que el caso sumó tantos ribetes atroces que se prohibió a la prensa local dar detalles de la historia hasta que se terminara de armar la acusación formal. Para entonces, las muertes de su probable autoría superaban la veintena y podrían pasar años hasta que se juntasen las pruebas suficientes para inculparlo por cada una de ellas, así que el juez resolvió sólo aceptar pruebas por seis de los casos: Marnie Frey, Sereena Abotsway, Georgina Papin, Andrea Joesbury, Brenda Wolfe y Mona Wilson.
Con todas las evidencias en su contra, ‘Willy’ Pinkton fue hallado -el 11 de diciembre de 2007- culpable de seis asesinatos en segundo grado y sentenciado a 25 años de prisión sin posibilidades de libertad condicional.
El peor asesino en serie en la historia de la pacífica nación canadiense pasaría el resto de su vida tras las rejas.
Su historia es intringante y digna de un thriller hollywoodense.
http://id.tudiscovery.com/robert-willy-pinkton-el-granjero-asesino/