Hay muchos crímenes sin resolver a lo largo de la historia de los Estados Unidos, pero ninguno ha desconcertado y frustrado a las autoridades tanto como el asesinato de Valerie Percy. Este infame hecho ocurrió en 1966 y aún hoy, cincuenta años después, se desconoce la identidad del asesino. Si bien las pistas eran pocas, sorprende el resultado de la investigación, teniendo en cuenta que era hija de Charles Percy, hombre de negocios muy bien conectado y candidato a senador por el partido republicano. De hecho, al funeral concurrió el entonces presidente Richard Nixon y el jefe del FBI, J. Edgar Hoover tomó un interés personal en llevar al criminal ante la justicia.
Charles Percy era el favorito del partido republicano en Illinois en aquel entonces y era bien visto para llegar algún día a la Casa Blanca. En aquel verano estaba especialmente entusiasmado porque sus hijas gemelas, Valerie y Sharon, habían regresado del exterior, donde estudiaban, y lo acompañarían en la campaña.
El crimen tuvo lugar el 18 de septiembre, un domingo, durante la madrugada, previo a que amanezca. El asesino usó un cortador de cristales para ingresar a través de la entrada trasera de la mansión ubicada en el Lago Michigan, en las afueras de Chicago, un lugar tan exclusivo como seguro. Atravesó el living, subió una escalera y cruzó el pasillo sin ser visto hasta llegar al cuarto de Valerie. Sabía a dónde se dirigía, en el lugar había 17 habitaciones.
Ella estaba agotada, luego de haber trabajado hasta tarde en la oficina de campaña y no hubo posteriores señales de que escuchara al intruso ingresar a su habitación. Cuando despertó era demasiado tarde. Una mano tapaba su boca; otra clavaba repetidas veces un puñal en su abdomen. Al despiadado asesino no le bastó. Luego de apuñalarla varias veces, la golpeó. Sus acallados gritos no se oyeron, pero su madre se llegó a despertar, tal vez por intuición, tal vez por ruidos del forcejeo. Al asomarse por la puerta de la habitación pudo observar una silueta negra que la encandiló con una linterna mientras escapa. Puedo ver que se trataba de un hombre –luego lo describiría de tez blanca, 1.70 metros de estatura y unos 75 kilogramos de peso–. Corrió hasta su habitación para activar la alarma y despertar a su marido. Mientras la sirena sonaba, ambos atestiguaron un caos de sangre en torno a su hija. Su respiración era mínima y cuando llegó un médico vecino ya había fallecido. Llamó la atención del profesional la reacción de la familia, con una inusual calma para lo ocurrido. Una vez enterados de la muerte, sin entrar en crisis, se pusieron a organizar cómo abordarían la cuestión.
En el lugar se hallaron huellas de las palmas del asesino, pero había usado guantes, los cuales también aparecieron tirados en la habitación. Por cómo llegó hasta allí y la brutalidad del hecho, los investigadores apuntaron a alguien del entorno: un amante despechado, un novio celoso o un tercero en discordia. Cuando esa línea de investigación no rindió frutos, prosiguieron con la familia y luego con dos sirvientes: Frederick Millington y Henry Witting, que no fueron inculpados.
Se buscó entre enemigos políticos y empresariales de Charles Percy. Y se persiguió también a la mafia local por una serie de robos con características similares.
Durante la primera parte de la pesquisa, la campaña de Charles Percy fue suspendida. Se suponía que la evidencia que quedó permitiría encontrar un asesino rápidamente, pero no sucedió. Después de varias semanas, cuando se hizo evidente que el caso llevaría un tiempo largo, Percy reanudó su campaña y ganó el escaño en el Senado, donde sirvió hasta 1984.
El caso quedó sin resolver y sin sospechosos, hasta que en 1973 una serie de historias publicadas en el Chicago Sun Times mostró evidencia de que el asesino era Frank Hohimer, de 46 años, que realizaba entraderas apadrinadas por la mafia de Chicago. La banda de ladrones robaba joyas y plata. El periódico ganó un premio Pulitzer por la publicación, pero aún había una cosa que no encajaba: en la casa de Percy nada había sido robado. Hohimer señaló en declaraciones posteriores, a raíz de esta publicación, que el autor del crimen era Fred Malchow, un mafioso de Buffalo. Para entonces, Malchow había fallecido y Hohimer cumplía una condena a 30 años de prisión por otros crímenes.
Pasaron las décadas y actualmente el expediente permanece encajonado a la espera de alguna pista. En aquel entonces, la familia Percy ofreció una recompensa de 50 mil dólares por información que condujera al asesino de Valerie. Esa recompensa nunca fue reclamada y hoy en día fue elevada a 100 mil dólares.
En el estado de Illinois, los casos nunca se cierran hasta que un asesino es llevado ante la justicia. Una nueva pista podría poner los engranajes en funcionamiento y con la tecnología actual llegar a una respuesta. Ha ocurrido con otros casos. Charles Percy falleció en 2011. La memoria de su hija merece una mejor respuesta.
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