La reacción que cada uno de nosotros tiene frente a una crisis, un hecho traumático, un robo, un incendio, la pérdida de un ser querido o una noticia extraordinaria, pueden variar de un extremo a otro. Nadie puede juzgarla como “buena” o “mala”, porque la “reacción” es una respuesta automática, que no pasa por la razón sino que se activa desde lugares insospechados.
Cuando la opinión pública “se divide”, sencillamente se pone de manifiesto “en la sociedad”, la ambivalencia de la que todos participamos frente a temas muy complejos como la vida, la muerte, las enfermedades, la medicina, la salvación o los vínculos afectivos. Podemos refugiarnos en la religión, en la ciencia, en los libros sagrados, en los prejuicios personales, en la cultura, en el bien o en el mal para “tener razón” y defender nuestras convicciones, pero seguiremos dando vueltas sobre el mismo problema: todos hacemos lo que podemos con nuestros miedos a cuestas.
Por eso, frente al sufrimiento de otro ser humano, siempre vale la pena acompañar sin opinar. Sea cual sea la situación controvertida, habitualmente estamos ante la disyuntiva de tener que optar por una opinión a favor o en contra. Cuando opinamos a favor, el individuo se afianza aún más en sus razones para permanecer estancado en sus principios. Y si opinamos en contra, el individuo se atrinchera con más desesperación en sus propias creencias. Es decir, no aportamos nada nuevo.
Por eso la opción más madura es ofrecer al individuo sufriente, nuevas preguntas. Pero siempre teniendo en cuenta el punto de partida emocional de esa persona. Es decir, se trata de formular preguntas a esa persona en particular –que tiene razones muy diferentes a las nuestras- con el fin de que pueda cuestionarse, buscar alternativas, elegir otros caminos, permitirse dudar, o tener otro acercamiento a la experiencia dolorosa. Esta actitud es muy distinta a la de imponer nuestra visión del asunto, ya sea similar o exactamente contraria. Cuando nos hacemos preguntas, nos acercamos; en cambio cuando emitimos opiniones, nos alejamos. Y todos sabemos que cuando transitamos situaciones dolorosas, lo único que anhelamos es no quedarnos demasiado solos.
Laura Gutman