Quien no tiene sus ideas claras, tiene altas probabilidades de perder una negociación o discusión, de cualquier tipo y naturaleza que sea.
Muchas veces, cuando nos sentamos a dialogar para llegar a un acuerdo o cuando discutimos un problema, nos desordenamos un poco. Sabemos lo que queremos, o bien, sabemos lo que no queremos. Pero, a veces, no contamos con la claridad necesaria para evaluar qué posibilidades tenemos de ganar o perder una discusión, o una negociación. A veces, nos olvidamos de tener en cuenta qué imprevistos pueden surgir, nos olvidamos de que no tenemos control sobre las emociones y las reacciones o respuestas de los demás. E incluso, en ciertas ocasiones, también suele pasar que no imaginamos que vayamos a reaccionar de determinada manera.
Tener las cosas claras significa mucho más que saber qué es lo que queremos y qué es lo que no queremos. Significa evaluar todas (o casi todas) las opciones y situaciones posibles, significa estar consciente, a cada momento, de cómo reaccionamos, emocionalmente, frente a lo que la otra persona nos está diciendo.
A veces, la gente cree que planificar y tener las ideas claras, es algo así como:”Le diré esto, y entonces, cuando me responda aquello, le contestaré así”… pero, ¿qué sucederá si las cosas no ocurren de ese modo?
Tener claridad de pensamiento ayuda a no dejar cabos sueltos, aumenta las posibilidades de llegar a un acuerdo o de lograr una negociación favorable.
Por lo que refiere a estar consciente de nuestras emociones, podemos decir que una de las cosas más importantes, es tener noción de cómo vamos a exponer lo que deseamos discutir, analizar o negociar. ¿Vamos a exponerlo empleando un tono quejoso y lastimoso? ¿Vamos a sentarnos a hablar de un modo prepotente y arrogante? o ¿vamos a dialogar de una manera adulta, asertiva y abierta, dispuestos a oír a la otra parte?
Cuanta mayor apertura tengamos, mejores herramientas tendremos para evaluar a la otra persona, sus reacciones y sus ideas. Esta toma de consciencia propia y de los demás, es una herramienta poderosa que, no sólo nos ayudará a aclarar muchas cosas, sino también, nos permitirá negociar desde una posición mejor o más ventajosa.
Quien intenta negociar en medio de una situación caótica, sin tener sus ideas claras, sin tener el menor registro de sus emociones y de las emociones ajenas, está condenado al fracaso.
Es importante, entonces, sentarse a negociar habiendo analizado todas las variables, antes de la negociación. Ya se trate de una discusión pertinente a una relación de pareja (por ejemplo, cuando las cosas han tomado un rumbo que no es satisfactorio y es imperioso hacer cambios), o bien, una negociación de salario o de mejora laboral, de algún tipo, siéntese a hablar con la otra persona con la mayor claridad y apertura posibles, ya que eso es precisamente lo que le permitirá estar en una posición más ventajosa.
Si tiene que tomar una decisión definitiva, tómese todo el tiempo que sea necesario para evaluar todas las consecuencias, antes de sentarse a hablar con la otra persona y comunicarle tal decisión. Cuando nos ponemos a discutir “en caliente” o “en el fragor de la batalla”, lo más factible es que nuestros argumentos se desvanezcan en unas pocas horas y cambiemos de opinión, radicalmente. Las decisiones importantes no se toman impulsivamente, se toman luego de pensarlo detenidamente y una vez que tengamos un 90% de certeza respecto de la claridad de nuestras ideas, nuestros sentimientos y las posibles consecuencias de nuestras propuestas o decisiones.
La claridad le abrirá caminos, la falta de ella, lo llevará a caminar en una nebulosa de confusiones.
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