Cómo pueden saber si las llamaremos para una segunda citaTengo una musa que me chiva temas. Cuando no sé de qué hablar en este pasquín semanal, me dice que, si quiero que también me lean chicas, les ofrezca la imagen especular en la cual ellas pueden sentirse retratadas desde fuera a la vez que muestro todos los secretos (inseguridades, caprichos, directamente, majaderías) de la psique masculina. Dos pájaros de un tiro.
Me cuenta que no tiene ni una remota idea de los mecanismos que nos impulsan a llamarlas para tener una segunda cita. Me cuenta también que le parece "arbitrario" porque las señales son equívocas incluso cuando crees que todo ha ido bien.
Inciso:
"Arbitrario" es una palabra que me hace gracia. Igual que cuando alguien dice "gafotas" o "bigotudo", a ti te vienen claramente a la mente la imagen de unas gafas muy grandes o de un bigote muy absurdo, cuando pienso en "arbitrario", repito, no es un colegiado futbolístico lo que se cruza por mi mente, sino esa chica que me gusta decidiendo si me coge el teléfono cuando está pintándose las uñas de los pies. Solo necesitaría dejar el bote de laca encima de la mesilla de noche y cambiarlo por el teléfono que insistentemente dice "Alberto" al son del politono de 'Titanic'. Yo le hago gracia, que me lo ha chivado su amiga Margarita, pero a lo mejor a ella en ese momento no se siente inspirada para cambiar de objeto de atención. Lo arbitrario, esa arma de destrucción masiva de paciencias.
Una vez volcados amargamente todos mis complejos y frustraciones, paso a detallar un escenario tipo por el cual una cita se puede ir de las manos sin que se note. Con pequeñas pijadas que los superficiales utilizamos para saber si la que tenemos delante es la futura mujer de nuestros sueños. O no. El algoritmo es complicado y su estructura es similar a uno de esos libros de la infancia de la serie 'Elige tu propia aventura'. "Si quieres que el explorador Jack atraviese la compuerta secreta de la que asoman culebras, pasa a la página 21". "Si por el contrario opinas que es mejor que se tome una Fanta con la exploradora Karen y vivan felices para siempre, pasa a la página 49". Una de las opciones es Game Over y la otra te da un pequeño aliento. A veces, en la vida real, las pistas también van así de telegrafiadas.
*Supongamos que eres un tipo de esos que se visten por los pies y la vas a buscar a su casa:
a) Baja en cuanto la llamas al telefonillo o está esperándote ya en la puerta: Te parece amable pero algo desesperada. Si cree que después de haberte recorrido toda la ciudad con un atasco de narices y tardar 25 minutos en aparcar en la puerta de su casa no estás dispuesto a esperarla un poco más es que no confía en sus posibilidades. Está casi descartada antes siquiera de haber abierto la boca.
b) Su amiga Margarita coge el telefonillo. Te dice que ahora baja, que hola y que qué tal. Tú fichas con ella obsequiosamente y dices que de acuerdo. Pasan cinco minutos, llamas a Paco para confirmar la timba del jueves, llamas a tu madre para decirle que vale, que el domingo vas a su casa a comer sin falta, vuelves a llamar al telefonillo, Marga dice que dos minutos más, y a los 20 minutos suena la voz de tu cita por el interfono como Dios mismísimo desde las alturas y te dice que baja en cinco minutos. La tipa sabe lo que vale. Nuestro interés se multiplica.
*Supongamos que llegamos al restaurante y hay que poner las cartas sobre la mesa:
a) Dice algo del tipo "Qué chuli, siempre había querido conocer este sitio", "Me pirran los grisines", "Soy alérgica a todo tipo de marisco y frutos secos" o "En fin, Serafín". Son cuatro frases que la descartan absolutamente porque 1) "Chuli" es una palabra que entró en desuso en 1987; 2) Emocionarse por algo como unos grisines gratuitos habla de su capacidad de conformismo y nosotros necesitamos reto y cima; 3) Con alguien tan limitado nunca podremos llevar una vida de alboroto, sexo y rock and roll; 4) Lo de "Serafín" no necesita explicación. De hecho, si te levantas, te vas y la dejas con la cuenta, incluso sus amigas serán capaces de descifrárselo luego razonadamente.
b) Habla con sentido de cosas que no son ni lo que recórcholis le ha pasado hoy ni la relación que tiene con sus padres ni lo zorra que es su amiga Julia. Un poco de arte, un poco de viajes, un poco de ambiciones, maldita sea, puede hablarte incluso de política, sexo o religión si lo hace con cabeza y gusto y sin tener que estar de acuerdo contigo necesariamente. Pide el segundo vino más caro, amaga con pagar -aunque ella y tú sabéis que no va a hacerlo- y no mira al reloj en ningún momento. Si hace todo eso, la noche no otea siquiera su fin.
*Supongamos que vais a tomar una copa:
a) "¿A dónde vamos ahora?" es una pregunta trágica de difícil remontada. Si se da y la incertidumbre os domina más de un par de segundos la pusilanimidad reinaría en vuestra relación por los siglos de los siglos, amén. Tú propones y ella asiente sonriendo y sin hablar. Un "No sé, me da igual" no es un buen indicativo. Como los amantes de Teruel. Tonta ella, tonto él. Lo mejor es que os despidáis en ese momento o que os rematen con una espada samurái para que no sufráis más.
b) "¿Te apetece tomar una copa en el Milford?", le susurras. "Claro", responde con sus dientes recién blanqueados fluoresciendo en la oscuridad. Cogéis una mesa al lado de la ventana. Allí conversáis de una manera más o menos parecida a esto y no os dejáis de mirar a los ojos. De vez en cuando le sueltas piropos sobrios ("Me gusta tu pelo, me gusta tu ropa") y ella los encaja como si se los recitaran la primera vez porque, de hecho es la primera vez que se los estás recitando tú. Creáis vuestro propio ritmo, una jerga particular. Las bromas privadas comienzan a salir y en ningún momento demuestra inseguridad. Lo normal es que pidáis otra copa, pero no porque vayáis a emborracharos, sino porque no hay manera de que podáis despegaros la mirada de encima aunque mañana haya que ir a trabajar.
*Supongamos que la acompañáis a casa
(...que no te ha tirado una copa encima por idiota ni tú has tenido que ir al baño a llamar a tu amigo Patxi para que te rellame y te diga que le han ingresado en el hospital. Supongamos que el Game Over no se ha planteado ni por asomo)
a) No te invita a subir. Cosa que respetas. Te desea y la deseas, pero se está guardando una bala. Se toma como algo natural no entregarte su flor el primer día. Sencillamente, sabe que tiene más que ofrecerte. Y eso está bien. Si ha llegado hasta ahí, se ha merecido una llamada. Esperamos que tú hayas merecido que quiera acompañarte de nuevo.
b) Te invita a subir, y te sirve una copa, y pincha el 'Nightswimming' de R.E.M. porque antes le has dicho que es tu canción favorita, y a ella, como concuerda contigo en muchas cosas (por eso te ha invitado), también le gusta mucho. Llega un momento en que coges las copas de vino que ambos sujetáis mientras bailáis y las depositas encima de la mesa. Ella toma tu mano y te lleva al dormitorio. Y se apaga la luz.
Es entonces cuando estallan miles de fuegos artificiales y la única manera de que no os veais de nuevo es que ella (o tú) pronunciéis un "Te quiero" post coitum. No habléis dopados de serotonina. Estáis drogados por la endorfina y eso lo entendería cualquier jurado, pero él (si eres chica) / ella (al revés) [en ese momento] NO. La otra única posibilidad de fracaso es que no seais sexualmente compatibles, cosa que al cómico Ignatius Farray le parece una aberración caprichosa solo atribuible a mujeres desorientadas. Para él los tíos somos sexualmente compatibles con todas las tías.
Fuente:
http://www.revistagq.com/articulos/como-pueden-saber-si-las-llamaremos-para-una-segunda-cita-1/15013