Acerca del asentamiento del romance y su cristalización en algo más práctico y duradero llamado “amor”Una inquietante señora de avanzada edad se balancea enérgicamente en una mecedora mientras imágenes de una vedette con brazos en alto tras cortina de gasa y de un pianista con los ojos cerrados de tanta intensidad acumulada se suceden. Interpretan todos el preludio de la metáfora: la misma señora cargada con una maleta de espaldas al que suponemos es su marido con gemela carga, ambos mirando a los distintos sentidos de una misma dirección. Y es que, pese a que sus costados andan bien pegados, el videoclip referido, 'Casi nunca bailáis', no puede diferir más de su reverso luminoso y eje vertebrador de la canción ligera española en los 90: 'Bailar pegados' (#intensidad), del capitan general del pop en lengua hispana Sergio Dalma. No hablamos de una ruptura propiamente dicha, sino de la trascendencia de la misma cristalizada en odio y tedio, palabras que pese a su muy similar composición, estúpidamente no riman.
La señora inquietante, ahora algo pensativa (seguramente su pensamiento pivota alrededor de “lo que no fue”) vuelve a mecerse al compás de las teclas enfrebrecidas de Alberto Comesaña mientras el blanco y negro de la propuesta sigue multiplicando la gravedad de la situación hasta límites desquiciados.
Cristina del Valle, voz cantante de la narración sugiere que el agotado matrimonio de una ex vieja gloria de la danza y su repulsivo e individualista marido casi nunca bailan. Y lo explica así: “Casi nunca bailáis, casi nunca bailáis, casi nunca baái-láis”, poniendo especial énfasis en la duplicación de la primera “a” del tercer “bailáis” para dar lugar a un ripio artificial pero muy efectivo, ofreciendo así el relevo a lo que más tarde conoceríamos como Jarabe de Palo.
Cuando Del Valle dice “bailáis” se está refiriendo a TODO ”
Yendo al quid de la cuestión (y aquí es cuando hago efectivos los conocimientos de Literatura Comparada que estudié como optativa en primero de carrera), cuando Del Valle dice “bailáis” se está refiriendo a TODO, una galaxia de experiencias que toma realidad corpórea en los cuerpos viejos y ajados de dos ancianos dolidos. Porque bailar es metáfora de reír, llorar, saltar, follar o viajar. Pero juntos.
Hablamos de un estribillo triste, por tanto, que pone en la rampa de lanzamiento la pimpinelesca y sincopada réplica del cantante: “Tanto trabajar para ti, y tú a mí que me das”, un conato de rapeo ñeta inhóspito en los albores de los 90, cuando no todo el pop estaba salpimentado aún por los coros de Jay Z.
Reproches, pues, desde ambos bandos: ella se mece muy fuerte y muy rápido y en una escena hasta descabeza un pollo con furia (metáfora de todos los pollos descabezados con furia en cualquier latitud del mundo) mientras él argumenta que trabaja mucho para luego ver todo el suelo de la cocina lleno de cabezas de pollos y el parqué del salón lleno de surcos furiosos, que la mecedora no lleva pegatinas de alfombrilla.
Más tarde (baile de la canción que narra y que ambienta a partes iguales mediante) un verso habla de esperanza sin que nadie haya atajado explícitamente el conflicto: “Seguro hay un lugar un bosque junto al mar. Segundas partes son las mejores horas”, dando por bueno el Rajoy Way of Politics, que defiende una solución de los problemas consistente en mirar hacia delante muy intensamente e ignorar las embestidas de los adversarios y todas las circunstancias existenciales en general a la espera de un mañana mejor. La moraleja es positiva. Y es que si te dicen que no bailas nunca (y eso parece algo malo) y cuando bailas todo funciona, caramba, pues casi mejor bailar. Y oler las flores por el camino, que a nadie puede hacerle mal (excepto a los alérgicos. Pero los alérgicos se casan con otros alérgicos y como tienen muchos alérgenos en común, pues siempre se entretienen).
Todo este erudito preludio me lleva a reflexionar sobre un tema tangencial que se pone sobre el tapete cada vez que escrutamos el corazón de una chica buena de verdad en cualquiera de las personalísimas entrevistas que publicamos en GQ o en las ya más amateur conversaciones de bar que, dios sabe por qué, os dejamos llevar a cabo sin tutela. En dicha circunstancia, llegados a un punto de complicidad y de copas suficientes, ella confiesa que valora más que nada en el mundo la capacidad de reír juntos mientras tú esperas que ese juntos te incluya en un futuro no demasiado lejano (por ejemplo esta noche).
Eso, podemos defender sin miedo a la equivocación, sucederá medio fácil si habéis bebido por encima de lo razonable y (sobre todo) ella también. Pero venimos hoy a preocuparnos por el largo plazo de las relaciones en las que algunos de vosotros andáis ocupados estos días.
Hicieron mucho daño a las interacciones personales la puesta al día del mito del Pigmalión encarnado por Julia Roberts en 'Pretty Woman', la saga iniciada con 'Antes del amanecer' en el año 95 y todas las malditas entregas de Walt Disney lanzadas desde que vuestras parejas tienen edad de razonar. La razón es que sublimaron una idea de amor romántico imperecedero que los científicos se empeñan en negar y cuya relajación atormenta a almas sensibles interpretándolo como poco menos que una enfermedad.
No siempre hay que cenar partidos de la risa: moriríais de hambre ”
Caracterizaremos pictóricamente las risas de una relación como una pareja de recién casados que se mueve rítmicamente al compás de la música (de una canción de Las Amistades Peligrosas, sin ir muy lejos). Esa danza nupcial, coreografiada durante varios meses en una clase de Lavapiés, tiene como objeto último la consecución de un momento irrepetible inmortalizado en el vídeo de 2.000 euros que tu cuñado podía haberte conseguido por “menos de la mitad”, pero es un hito, la risa y el baile, que nunca alcanzará igual intensidad. Ni hace falta que sea de otro modo.
Todos los dolores de cabeza derivados de no dar lugar a una risa tan perfecta como las de los primeros meses ni a unos pasos tan absurdamente bien llevados a cabo de nuevo se conoce como costumbre y confianza y no son malas bien gestionadas.
En un estudio de la Universidad de la Vida recientemente referido por un mail que se encuentra en mi bandeja de spam hablan de la agradable rutina, el compañerismo, la paciencia y la manga ancha como motores del 97% de las relaciones sólidas y duraderas del planeta Tierra. Eso y bailar un par de viernes al mes en un bosque junto al mar… o en el bar latino de debajo de casa. Pero pegados.
Fuente:
http://www.revistagq.com/articulos/la-conversion-del-romance-en-amor/18481