La luna fue, junto a la menstruación de las mujeres la primera referencia que la humanidad tuvo para medir el tiempo. La regular alternancia de sus fases, repetida cada 28 días –y su sincronía con el sangrado de las mujeres de la tribu– ocurría en un ciclo corto muy accesible a la mente prehistórica, que observándolo pudo llegar a comprenderlo, representarlo y utilizarlo.
Los primeros calendarios de la humanidad que se han hallado consistían en muescas talladas en hueso o piedra reproduciendo ciclos de 13, que podrían contar tanto las lunas de un ciclo solar completo (año) como las menstruaciones de una mujer. La misma palabra menstruación comparte raíz etimológica con mensual y mes.
En las oscuras noches, la humanidad primitiva debe haberse sentido unas veces fascinada por su fría luz nocturna; y otras aterrorizada por su ausencia que abandonaba a todos en la oscuridad de una noche llena de peligros. Nuestros más antiguos antepasados celebraban con enorme alegría el cíclico y regular retorno a la luz, y veneraban ese misterio ligado a la misteriosa sangre de las hembras.
La luna siempre ha estado vinculada a la humanidad, pero muy especialmente a las mujeres. Ha representado la esencia de lo femenino y en la gran mayoría de las tradiciones espirituales ha sido honrada como una diosa.
Muchas culturas han representado el ciclo de la luna como una tríada femenina constituída por la doncella (cuarto creciente), la madre (luna llena) y la abuela (cuarto menguante). Estas tríadas nos ofrecen hermosas metáforas que pueden sustentar las diferentes eta-pas de nuestra vida como mujer. El cuarto rostro de la luna, la luna negra (nueva) no suele representarse porque como hechicera y reina del mundo subterráneo es invisible en la oscuridad de la noche. Llena de un profundo poder femenino salvaje, es el aspecto más misterioso de la Luna, que el patriarcado estigmatizó llenándolo de connotaciones perversas y demoníacas.
La Luna, hija de la Tierra como nosotras, es nuestra hermana. Ella es el espejo que a través de su ciclo de 29,5 días, nos permite comprender con facilidad nuestra propia naturaleza cíclica.
Cuando las mujeres asumimos nuestra sincronía con la luna, entendemos la naturaleza de la realidad en la que todo lo que entra al mundo de lo manifestado, se desarrolla, muere y renace en una danza eterna sin principio ni fin.
Las mujeres somos, ante todo, seres cíclicos pero el patriarcado neoliberal en que vivimos no puede aceptar nuestra naturaleza que no responde al mandato de producir 8 horas al día todas las semanas. Cuando una mujer tiene su menstruación, su “luna” como nosotras decimos, lo que necesita es estar tranquila y descansar. No porque esté enferma, sino porque ha llegado el momento de interiorizarse y soñar para poder beber de su fuente interior, nutrir su alma y restaurar su energía. Sin embargo tiene que levantarse para ir a trabajar. En Argentina, en la década de los 50, Eva Perón legisló una ley para que las mujeres pudieran quedarse un día en casa cuando tuvieran su menstruación; yo creo que las mujeres deberíamos reclamar, entre otros, ese derecho.
Sin embargo, las mujeres que participamos en círculos en sincronía con la luna no somos “adoradoras” de la luna, porque el nivel de conciencia del tercer milenio en que nos ha tocado vivir no es el de la prehistoria, cuando realmente creían que la luna era una diosa que vivía en el cielo. Honramos la luna como un símbolo vivo que nos permite entender y celebrar nuestra propia naturaleza cíclica. Nos reunimos para celebrarla porque a través de esa cita mensual sincronizamos nuestro cuerpo con los ritmos del universo entero. Así se ponen en marcha procesos inter-nos que transforman la visión del mundo y de la vida de toda mujer que mantenga esta práctica en círculo durante un tiempo prolongado. Probad durante 13 lunas y notaréis los cambios.
Actualmente, la mayoría de mujeres apenas mira la luna ni le presta ningún tipo de atención. Los vínculos lunares, que nutren los cimientos de la memoria ancestral femenina, han sido interrumpidos. Para las mujeres es imprescindible restaurar esa vinculación.
No es difícil lograrlo. Nuestra naturaleza está tan ansiosa por fluir en libertad que responde con asombrosa velocidad a cualquier brecha que le ofrezcamos.
Lo primero que tenéis que hacer es conseguiros un calendario en el que figuren las fases de la luna y comenzar a medir el tiempo desde una perspectiva lunar. Cambiar nuestra manera de medir el tiempo es la primer medida de libertad que una mujer se debe a sí misma. El calendario lunar es un calendario que refleja los ritmos del universo; en tanto que el calendario gregoriano es una máquina de control político y económico que nos aleja de la naturaleza. No lo olvides, quien controla tu tiempo, controla tu energía. Tú eliges.
Fuente: La Gran Madre Luna. Zsuzsanna Budapest. Ediciones Obelisco