AutoestimaDurante nuestro crecimiento hay una palabra de dos letras que nos mantiene amarrados al malestar, una pequeña palabra que escuchamos en cuanto nuestros oídos comienzan a reconocer y comprender el lenguaje proveniente de los mensajes que nos dicen los adultos ante nuestra valentía por descubrir y aprender del mundo que nos rodea. ¿Sabéis ya de qué palabra os hablo?
-No seré nunca lo suficientemente buena.
-No lo superaré.
-No soy capaz de hacer las cosas bien.
-No valgo para esto.
-No soy una persona creativa.
-No puedo resolver mis problemas.
Esta palabra se encuentra inmersa en cada una de las expresiones anteriores, tan fuertemente arraigada que por muchos esfuerzos que hagamos por tratar de vencer la negatividad que se desprende y nos acompaña, no son suficientes para hacernos sentir mejor ni para cambiar nada en ocasiones. Quizás sea muchas veces la causante de la imposición de los propios límites a través de nuestro convencimiento. Pongamos varios ejemplos:
Nos apuntamos a un taller de pintura. Con el paso del tiempo vamos mejorando poco a poco nuestro estilo y un día, nos regalan unas entradas para ir a una exposición de un pintor célebre y reconocido como Van Gogh, Durero o Salvador Dalí y quedamos realmente admirados y sorprendidos por su trabajo, y ¿qué hacemos? En lugar de disfrutar de su pintura y asistir a nuestras clases, dejamos de hacerlo por la simple razón de que pensamos que nunca llegaremos a pintar así y no servimos para ello. Nuestra exigencia de hacer algo que pueda ser reconocido por los otros ha destruido la actividad que nos proporcionaba placer mientras la realizábamos. Ha vuelto a aparecer en escena el No, junto a la frustración y el miedo. Y esto mismo puede ocurrir cuando vamos a realizar una entrevista de trabajo, en reuniones con nuestros amigos, al compararnos con los demás o incluso en el amor, cuestionándonos continuamente si realmente le gustaremos a nuestra pareja o si desaparecerá en cuanto nos conozca mejor.
¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos sentimos tan diferentes y tan incapaces? ¿Cuál es la imagen que tenemos de nosotros mismos?
Las respuestas a estas preguntas tienen un factor común, la autoestima.
¿Qué es la autoestima?
El psicólogo humanista Carl Rogers definía la autoestima como la constitución del núcleo básico de la personalidad, exponiendo que la raíz de los problemas de muchas personas es que se desprecian y se consideran seres sin valor e indignos de ser amados. Resumiéndose el concepto de autoestima en que todo ser humano, por el mero hecho de serlo, es digno del respeto incondicional de los demás y de sí mismo; mereciéndose estimarse a sí mismo y que se le estime. Por su parte, para el psicoterapeuta Nathaniel Branden, la autoestima se corresponde con la experiencia y posibilidad de que podemos llevar una vida significativa y cumplir sus exigencias, abarcando ésta dos componentes: un sentimiento de capacidad personal y un sentimiento de valía personal.
Y aunque podemos seguir investigando y aportando datos sobre las diferentes concepciones y acepciones que aguarda el término autoestima, bien es cierto que tiene varios aspectos comunes entre unas y otras definiciones.
Por lo tanto, la autoestima podemos definirla como la percepción evaluativa de nosotros mismos, es decir, cómo nos valoramos en los diferentes aspectos de nuestra vida. Es la capacidad de querernos, amarnos, respetarnos, aceptarnos y valorarnos, que comprende un repertorio de comportamientos y actitudes, que constituyen y sustentan la base de nuestra identidad personal, sirviendo como uno de nuestros principales pilares de apoyo. Siendo la clave para comprendernos y comprender a los demás.
Las personas con una autoestima alta se sienten aptos y confiados para la vida, capaces y valiosos. Se sienten seguros, estando mejor preparados para afrontar las adversidades y con más posibilidades de lograr el éxito, entablando relaciones enriquecedoras y no destructivas. Mientras que aquellos que se encuentran con una autoestima baja, se sienten inútiles para la vida, equivocados como personas, buscando y reafirmando constantemente esa imagen que tienen de sí mismos, despojados de toda confianza, sintiéndose incapaces de enfrentarse a los problemas que se les presentan, siendo más vulnerables ante las críticas y opiniones que reciben. Y también encontramos aquellos que se encuentran en mitad del camino, en ese término medio que fluctúa entre sentirse apto e inútil, acertado y equivocado como persona, reforzando en ocasiones un sentimiento de inseguridad e incoherencia. Así, las diferencias entre una baja o alta autoestima es una cuestión de grado que condiciona la calidad de vida de cada individuo.
Cada uno de nosotros sale a confirmar que su manera de evaluarse es la correcta y elegirá de manera arbitraria los indicadores que le confirmen su nivel de autoestima. Si una persona me dice que soy muy simpática e inteligente, y tengo baja autoestima, me agradará oírlo en ese momento, pero al pasar el tiempo comenzaré a desestimarlo buscando justificaciones de acuerdo a mi forma de valorarme, como que lo ha dicho porque no me conoce bien o ha pasado poco tiempo conmigo. Sucediendo esto también en el caso contrario, ya que si me considero simpática y amable, por mucho que alguien me diga que soy desagradable, desestimaré sus palabras diciéndome que esa persona no me conoce y no sabe lo que dice. Así, confirmamos solo lo que creemos, teniendo un gran peso lo que pensamos sobre nosotros mismos. Por lo tanto, el concepto que tenemos sobre nosotros mismos influye en todas nuestras decisiones y elecciones más significativas, modelando el tipo de vida que nos creamos.
Cultivar la autoestima sería desarrollar la creencia de que uno es competente para vivir y merece la felicidad –como afirma Nathaniel Branden- y por lo tanto, de enfrentar la vida con mayor confianza, benevolencia y optimismo, lo cual nos ayudará a alcanzar nuestras metas y experimentar la plenitud.
Lo que ocurre a veces es que no realizamos cambios porque desconocemos por donde comenzar o nos encontramos acomodados en la queja o en el lamento imaginando como nos gustaría sentirnos, fruto del poco compromiso que sostenemos con nosotros mismos para realizar un trabajo sostenido y modificar aquello que nos molesta.
A través de nuestras intervenciones, esfuerzos y constancia, estamos capacitados para modificar cualquier estimación que tenemos sobre nosotros mismos, ya que es de nosotros de quien depende elevarla y aprender a querernos confiando más en nuestras capacidades. Si no revisamos nuestra autoestima, nadie más va a hacerlo. Modificarla requiere un trabajo continuo, cambiando nuestra manera de pensar y de sentir, comprendiendo cuáles son las trampas que nos hacemos. Porque aunque podemos ser aprobados por cada uno de los que se encuentran a nuestro alrededor, si no tenemos la aprobación de nosotros mismos, continuaremos sintiéndonos mal. Aunque seamos capaces de ofrecer una imagen de seguridad y estemos temblando por dentro.
Sentirnos bien, es querernos, aceptarnos y valorarnos, respetarnos, independientemente de los resultados o de aquello que no podamos hacer o no nos guste. Una buena autoestima nos permitirá aceptar las limitaciones y dificultades, pues significa querernos como somos, tanto con nuestros aciertos como con nuestros errores y equivocaciones.
Fuente:
http://psiqueviva.com/autoestima/