Una serie de estímulos (desde los olfatorios a los visuales, desde los táctiles a la propia fantasía del sujeto) ponen en marcha la respuesta sexual: la naturaleza humana responde con todos sus sentidos a las posibilidades sexuales.
El caso es que estos estímulos llegan a la médula espinal, no sin antes haber sido controlados por el llamado cerebro diencefálico (hipotálamo, hipófisis, etc.) y posteriormente analizados por el cerebro superior o corteza cerebral. El sistema encefálico no solamente verifica los estímulos, sino que da vía libre a la respuesta definitiva. Las respuestas sexuales, como la erección del pene y del clítoris y la lubricación vaginal, son controladas por los segmentos sacros de la médula, que controlan también la expulsión del semen (eyaculación) y parte del orgasmo femenino. Las secciones dorsales y lumbares son las responsables del cierre de la vejiga urinaria, con lo cual no es posible la mezcla de semen y orina en el hombre, así como de una parte del orgasmo femenino (contracciones musculares profundas del cuello uterino y del fondo del saco vaginal).
Sexo y emoción: el sexo venerable
El sexo es un impulso muy primitivo y muy ligado a circunstancias emocionales. De hecho, prácticamente las mismas estructuras que regulan la emoción regulan el sexo, aunque con algunos matices diferenciales.
El llamado diencéfalo o cerebro primitivo, común a todos los mamíferos, interviene mediante el hipotálamo, el cual inicia el interés sexual, el deseo tal como lo entendemos los humanos, recogiendo la información que llega del exterior o de la propia bioquímica interna —por ejemplo las hormonas—, controlando así mismo parte de la excitación sexual y la eyaculación, interviniendo en las sensaciones de placer y contribuyendo a la modulación emocional y afectiva de la conducta sexual. En el ser humano es el cerebro superior, la corteza cerebral o córtex, el órgano que ampliará o cambiará las funciones de este «circuito primitivo» del sexo.
© Biblioteca práctica de autoayuda. Vol. Disfrutar de la sexualidad