Necesitamos enfocar en positivo. Nos atrae lo que rechazamos.
Nos lo contaba hace poco un amigo del blog. Cuando era niño, en más de una ocasión, su padre no le ayudó a montar los juguetes. Era un hombre de negocios muy ocupado y varios días de Reyes le dijo que estaba demasiado cansado para montarle su juguete.
Aquello se le quedó grabado en su memoria. Tanto que juró y perjuró que cuando fuera mayor y tuviera hijos, él nunca dejaría que eso le pasase, jamás le diría a sus hijos que no podía montar sus juguetes.
Así lo ha hecho siempre desde que tuvo su primer hijo hace ya 10 años. Sin embargo, faltó a su promesa estas pasadas Navidades. Había trabajado hasta tarde el día anterior, a lo que sumó el ajetreo de la noche de Reyes, el madrugón de sus hijos para descubrir los regalos y este año se sorprendió a sí mismo diciéndole a su hijo: “Estoy muy cansado. Dile al abuelo que te ayude”.
Los psicoterapeutas cuentan que es habitual el caso del paciente que juró de niño no parecerse a sus padres, para luego, de adulto, descubrir que muchos rasgos de su carácter son iguales a los de aquéllos.
La explicación a este fenómeno es que nos atrae lo que rechazamos. Basta con decirnos a nosotros mismos “no voy a hacer esto”, para que ese juramento en negativo tire de nosotros como un imán potentísimo que no podemos evitar.
La solución está, por un lado, en cambiar el punto de enfoque, darle otro sentido al propósito. En lugar de prometer “no hacer” algo o “evitar” un comportamiento, es mucho más útil comprometerse en positivo: “voy a hacer” o “voy a ser”.
Pero ese cambio formal o de palabra ha de ser también de fondo. De nada sirve cambiar el sentido de nuestras afirmaciones o compromisos si no van acompañadas de una creencia más profunda: solo aquello que verdaderamente deseamos hacer (y no lo que queremos evitar) resulta ser una auténtica motivación. Sabiendo lo que queremos y formulando nuestros propósitos en positivo, estaremos en disposición de conseguirlo.
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