El cumplido es un regalo. Y, cuando lo recibes, aceptas ese gesto generoso que llega de parte de alguien que tiene una opinión favorable sobre algún aspecto de ti… y no se la calla.
Pero, ¿qué pasa con el insulto? ¿Te quedarías ese regalito?
Este tema lo toca muy bien una parábola de autor anónimo que me ha parecido muy inspiradora.
Dice así…
Había una vez un viejo y valeroso guerrero que, a pesar de su edad, aún podía derrotar a cualquier adversario.
Era muy conocido y valorado. Aprendices de todas partes iban a buscarlo para estudiar a su lado.
Un día, a su pueblo llegó un guerrero joven, fuerte y arrogante, dispuesto a derrotar al gran maestro. Ésa era su gran meta: Quería ser el primer hombre en hacerle morder el polvo.
Además de fuerte, el joven guerrero poseía la habilidad de descubrir los puntos débiles de su oponente para atacarlos rápidamente, sin contemplaciones.
Lo tenía claro. Esperaría a que el viejo guerrero hiciera el primer movimiento. Vería entonces dónde era más vulnerable. Y, a la velocidad del rayo y empleando toda su fuerza, le asestaría el golpe fatal del que no pudiera levantarse.
Hasta la fecha, ninguno de sus rivales había sobrevivido en el combate más allá del primer movimiento.
Al viejo guerrero sus estudiantes le aconsejaron que no aceptara enfrentarse con el joven. ¿Qué falta le hacía?
Y, sin embargo, aceptó.
Los dos contrincantes se prepararon para la batalla. Quedaron frente a frente.
Para provocar su reacción, el joven comenzó a insultar al maestro. Siguió y siguió durante horas, aumentando su ira y la intensidad de sus palabras. Le dedicó las expresiones más crueles y abominables que haya escuchado un oído humano y hasta le escupió reiteradas veces en la cara.
El viejo maestro permaneció tranquilo, impertérrito, como si la cosa no fuera con él.
Pasó largo rato, hasta que, inevitablemente, cayó exhausto el joven guerrero. Éste aceptó su derrota y se retiró avergonzado.
Hubo quien le recriminó al maestro que no luchara contra el joven insolente. Y sus estudiantes también querían saber la razón.
— ¿Por qué soportó esa humillación? ¿Cómo pudo?
El maestro respondió:
— Si alguien llega para darte un regalo y tú no lo recibes… ¿a quién pertenece el regalo?
Está bien para reflexionar, ¿no crees?
Y, si quieres más ideas para enfrentarte como un sabio maestro a situaciones como éstas, aquí tienes otras cuantas: Mantener la compostura en una bronca.
Nadie tiene porqué sacarte de tus casillas si tú no le dejas. Faltaría más.
http://tusbuenosmomentos.com/2013/05/insulto-regalo/