Se supone que lo más correcto es que una persona se porte con sus semejantes del modo en el que ella quiere ser tratada. Incluyamos en el lote los deseos e intenciones:
Como a ti no te gusta que los demás deseen lo peor para ti, tú tampoco actúas así con ellos.
Eso no quita que sí haya personas que desean el mal y que incluso se alegran de las desgracias que les suceden a otros.
¿Por qué esas personas desean el mal? Las causas pueden ser varias: frustraciones, heridas que no se curan, problemas que no saben resolver o, simplemente, porque les da la gana.
Ellas sabrán el motivo. Si te parece, nosotros nos vamos a preguntar qué ganan con ello.
Más allá del desahogo temporal que experimentan cuando piensan en la desgracia que se cierne sobre esa persona que “odian”, ¿a ti te parece que se benefician con su actitud?
Vale. Quizás sonrían a sus anchas cuando vean sufrir a esa persona a quien le desean la peor suerte. Pero, qué quieres que te diga… No compensa.
Por lo pronto, aquí tienes tres razones por las que no vale la pena desearle mal a nadie:
1. La vida suele “cobrarse” por sí misma
Es una tontería desearle “el mal” a otra persona, porque “el mal” llegará igualmente.
Supón que yo te deseo lo peor, porque estuve años preparándome para un puesto de trabajo y me dio mucha rabia que te eligieran a ti. ¡Espero que te vaya fatal en todo lo que hagas!
Ya me desahogué, pero de nada sirve que gaste más tiempo enviándote “malas vibraciones”. Porque la vida ya nos trae “mal” a todos (también a las buenas personas).
Hay etapas tranquilas, relativamente afortunadas… y etapas difíciles y dolorosas. Para unos duran más; para otros, menos. Pero ten por seguro que malos tiempos habrá para ti (y para mí) sin necesidad de que nadie los desee. Así es la vida; cambio continuo.
2. El tiempo perdido
¿Conoces a alguien que en pleno estado de felicidad desee la desdicha de otro? Generalmente, es quien se siente mal el que quiere que el otro se sienta peor.
En mi opinión, se equivoca cuando decide perder un tiempo valioso deseando, esperando y celebrando el infortunio de otros. Ese tiempo podría emplearlo en arreglar su vida y en disfrutar todo lo que pueda de la misma.
3. Te conviertes en lo que no quieres ser
Volviendo al ejemplo del trabajo que te dieron, imagina que lo conseguiste empleando malas mañas contra mí.
Yo estoy triste, frustrada, hundida y muy resentida contigo, por haberme hecho esa faena. Y, en lugar de superar la situación con el tiempo, me atasco en el odio.
Tampoco esto sirve a largo plazo. Si ya he sufrido daño por tu mala obra, ¿cómo es que dejo que siga pudriéndome por dentro? ¿Quiero guardar todo el resentimiento y la inmundicia dentro de mí? No, no es eso lo que quiero.
Ya que fui herida, no quiero aumentar el daño. La ignorancia, la malicia o cualquier otra actitud que me haya perjudicado por parte de los demás no harán que yo me convierta en una persona que no quiero ser. Yo quiero pensar y hacer las cosas de un modo distinto.
Para la siguiente oportunidad (que la habrá) ya es cuestión de que cada uno piense: ¿Qué gano yo deseando el mal de esta persona?
Porque, cuando se piensa, se cae en la cuenta de que es muy poco lo que se obtiene (quizás el breve desahogo) para lo mucho que se pierde.
http://tusbuenosmomentos.com/2013/11/desear-mal-ajeno/