Del griego kephalé, “cabeza”, la kefalomancia es un método de adivinación en el que se utilizaba la cabeza de un animal (frecuentemente un asno) para pronunciar la sentencia. La cabeza del animal sacrificado ritualmente se colocaba sobre las brasas y se cocía. Una vez que el cráneo estaba despojado e todas sus carnes, se formulaba la pregunta. Si el cráneo movía la mandíbula, la respuesta era afirmativa.
A continuación, se pronunciaban varios nombres de personas a las que se creía culpables de un crimen: si las mandíbulas del asno se retorcían y chocaban, la culpa recaía sobre la persona cuyo nombre se había pronunciado.
Esta práctica se conoce en pueblos germánicos, en los cuales el caballo tuvo una gran importancia dentro del terreno adivinatorio. La leyenda de Fadala es un ejemplo ilustrativo: el caballo Fadala, cuya cabeza había sido clavada encima de la puerta, hablaba con su dueña cada vez que esta franqueaba el umbral.
Los celtas por su parte, practicaban un culto con cabezas humanas que consistía en apoderarse de las cabezas de sus enemigos, porque consideraban que estaban dotadas de poderes mágicos.
La kefalomancia, además de inexacta, era bastante desagradable. No obstante, mientras estuvo vigente condenó a muchos inocentes, por lo que se piensa que ésta es una de las razones por las que no ha perdurado.