Entre los hititas parecen haberse practicado simultáneamente dos tipos de ritos funerarios: los de inhumación e incineración, sin que podamos asegurar la preferencia de uno u otro. Lo único que sabemos con certeza es que los Reyes de Hatti en la Epoca Imperial, según el ritual conservado, parecen haber preferido la incineración.
Las complejas ceremonias del funeral real duraban catorce días. Todos los investigadores que han estudiado el ritual destacan la semejanza con los funerales de Héctor y Patroclo, tal y como Homero nos canta en La Ilíada. Junto a la pira se sacrificaban bueyes, corderos y caballos. Colocando el cadáver real en lo más alto, se encendía la hoguera que ardía largas horas. Al amanecer del segundo día se apagaba el fuego mediante numerosas jarras de vino, cerveza y walhi.
Entonces los huesos eran recogidos cuidadosamente con una cuchara de plata y bañados en el aceite contenido en un recipiente del mismo metal. Luego se cubría con un lienzo y, finalmente, tras ciertos ritos en los que participaba la maga, la Hasawa, eran trasladados a la cámara funeraria donde descansaban sobre un lecho sagrado. Pero los ritos en sí continuaban durante doce días más.
Pasados los ritos funerarios, los difuntos viajaban hacia el más allá, porque los hititas creían en un mundo después de la muerte. Estos ritos facilitaban al Rey su gran viaje a las Eternas Praderas o Campos Elíseos donde habitan los Dioses. Mas para los difuntos ordinarios (no Iniciados), no había lugar en las «Eternas Praderas». Ellos iban a la Tierra Negra, donde el Dios de la Tormenta había confinado a los antiguos Dioses. En realidad, la Tierra Negra era una ciudad amurallada, en cuyo interior había grandes calderos de bronce sometidos a un fuego eterno, donde se consumía el mal y los muertos no eran más que polvo. Podemos ver la semejanza con el Cielo y el Infierno cristianos, ya que muy probablemente fue aquí donde se inspiraron los Padres de la Iglesia.
En cuanto al ritual funerario babilónico, podemos destacar que el cadáver real, con sus acompañantes, era colocado en una tumba excavada en la tierra con una profundidad entre los nueve y los doce metros. Sellada la puerta, ser realizan sacrificios en le pequeño patio delante de la entrada. Después se rellena éste de tierra hasta que queda a nivel del piso sobresaliendo tan sólo una cúpula. Se encienden hogueras alrededor de la cúpula y se celebran los funerales, vertiéndose las libaciones para los difuntos por un conducto de arcilla que penetraba en la tierra a un lado de la tumba. encima de ésta se construía un edificio subterráneo. En los distintos pisos de este edificio se realizaban ofrendas y nuevos sacrificios humanos. Normalmente, cuando el Rey fallecía, toda la Corte le acompañaba en ese viaje al Más Allá.
Se ha podido comprobar que estos hombres se sacrificaban de forma voluntaria por su Rey-Dios, al que habían jurado servir en este plano o en el otro, pues ellos no tenían el mismo concepto que nosotros sobre la muerte, principalmente por su creencia en la inmortalidad del Alma, siendo la muerte la puerta que permitía el nacimiento a otro plano de conciencia.
La ceremonia está imbricada en la Naturaleza y en el Cosmos. El movimiento espiral de la galaxia, la salida del sol o la apertura de un capullo en flor con los primeros rayos del amanecer están realizando una mágica ceremonia que les hace avanzar en su camino de evolución y les acerca cada vez más a la Divinidad. Pero el hombre parece que ha olvidado o no quiere acordarse de que él forma parte también de la Naturaleza y el Universo, que nadie escapa del Plan Divino de Evolución.
EL hombre actual, prisionero del materialismo, crispado por el stress y esclavo de sus odios, deseos y pasiones, no encuentra la tranquilidad de espíritu necesaria para poder vivir la Vida como una ceremonia. Cuando el hombre viva de forma más natural, tal vez encuentre el equilibro, la armonía y la ceremonia en su interior, como la hallaron estas civilizaciones del pasado.