Por Pablo Nachtigall
Cada vez son más los hijos de casi 30, e incluso mayores, que no abandonarían por nada el 'nidito' paterno. ¿Hasta qué punto el contexto cultural y económico influye en el fenómeno? Actualmente podemos ver muchos jóvenes que pasados los treinta continúan viviendo con sus padres. Factores como la situación económica actual que hace difícil que un joven de veintitantos se independice y viva solo, como también la proliferación de vínculos de pareja cada vez mas endebles y la prolongación de los estudios, junto a una actitud de sobreprotección de los padres hacia sus hijos, contribuye a que una persona no sienta el deseo de salir del 'nido familiar.
La adolescencia comienza con la pubertad; es decir, con una serie de cambios fisiológicos que desembocan en plena maduración de los órganos sexuales, y la capacidad para reproducirse y relacionarse sexualmente. Generalmente, se inicia a partir de los 11-12 años y se extiende hasta los 18-20.
Si bien estos son los rangos señalados por los diversos especialistas para marcar el período que estadísticamente suele abarcar la adolescencia, actualmente se hace difícil la demarcación final de la edad adolescente. Este fenómeno se está produciendo en numerosas sociedades de países occidentales, tanto en el primer mundo como en países en vías de desarrollo. Sin embargo, hay factores que potencian esto. Por ejemplo, en la Argentina, la inflación, las dificultades crediticias para acceder a una propiedad y los sueldos insuficientes para mantenerse, influyen marcadamente en la posibilidad que un hijo salga del hogar familiar.
Si bien estas causas son muy fuertes, si exploramos a mas fondo en el 85% de estos casos, existe una actitud marcada de comodidad y de temor a independizarse, que muchas veces puede ser apoyada inconscientemente por los padres. De hecho existe un gran porcentaje de padres argentinos que alientan consciente o inconscientemente a que sus hijos sean eternos adolescentes y sigan dependiendo de ellos.
¿Te sucede esto?
En la Torá existe un versículo muy importante, donde Dios le ordena a Abraham que deje su tierra, su patria y la casa de sus padres, para dirigirse a una tierra extraña, la tierra de Canaán, donde le promete que “esa tierra pertenecerá a su simiente”. Una interpretación psicológica interesante al respecto de este versículo, nos habla de la importancia de dejar el nido familiar, los límites confortables y cómodos familiares para adentrarnos en territorios desconocidos desde donde podremos tener un crecimiento real. Abraham nunca habría podido ser el primer patriarca del pueblo judío, si no se hubiese atrevido a traspasar sus propios límites y temores a lo desconocido.
Para muchos hijos, salir de la casa de mamá y papá, inconsciente o concientemente representa una amenaza y temor muy fuerte a su statu quo. Una de las excusas mas comunes que se esgrimen, es la situación económica del país. Si bien es cierto en parte, también lo es la comodidad que representa estar en casa de papá y mamá. Detrás de estas excusas, es bastante probable que hayan temores marcados a vivir solos y hacerse responsables. Ya que el vivir en otro espacio, sea solo, en pareja o con amigos, implica una actitud de hacerse cargo de tareas que suelen realizar los padres, junto a descubrirse como persona individual, más allá de los mandatos familiares. Esto para muchos hijos y padres, resulta atemorizante.
¿Cuáles son los costos de permanecer “cómodos” en casa de nuestros padres pasada cierta edad?
Permanecer en casa de nuestros padres, pasada cierta edad, puede resultar un ancla muy fuerte para crecer y hacernos responsables como seres adultos. Ya que seguimos viviendo en el nidito familiar, sin atrevernos a vivir en otro espacio que nos permita descubrir facetas nuestras más adultas y maduras. Aparte es una forma de perpetuar el seguir siendo “hijos eternos” en vez de experimentar lo que significa pasar a ser administradores de nuestro propio hogar. Esto lo sabe todo joven que va a vivir solo. Implica un cambio de 180 grados en su forma de percibir la realidad. Lo mismo ocurre con los padres, ya que muchos temen “soltar” a sus hijos y lo que implicaría ello, como por ejemplo, volve a vivir solos y rehacer su vida de otra manera.
También es importante remarcar que en esta etapa, muchos hijos que desean salir del nido familiar, pueden generar síntomas psicosomáticos tales como ataques de pánico, depresiones o fobias. Y esto también puede ocurrirles a algunos padres. Detrás de estos síntomas, suele existir vínculos de mucha dependencia emocional poco trabajados y hablados entre padres e hijos. Por eso, es importante en esta etapa, a veces acudir a un psicólogo que brinde herramientas y un espacio donde charlar, blanquear y elaborar lo que implica la salida de los hijos del “nido familiar”.
Más allá de todos estos casos, salir del hogar familiar es un paso vital en el propio crecimiento de una persona. Un individuo es un hijo, pero llega cierta edad que es saludable que pase a practicar el ser adulto responsable de su propio espacio. Y si bien vivir fuera del hogar paterno no es condición indispensable para ello, si es fundamental para ejercerlo en los hechos prácticos.
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