Maisie tenía solo once años, y era una niña imaginativa y vivaracha. Un día, cuando Maisie y su hermana Isabel estaban solas, Maisie comienza a moverse como si intentara librarse de alguien que la forcejeaba. Creyendo que era un juego, Isabel fue por una cámara y le tomó fotos. Entonces un viento la tumbó: cuando se levantó, su hermana no estaba, junto a ella había un cráneo y en las fotos…
A veces, lo que más nos aterra no son las cosas concretas que nos suceden, sino el carácter inexplicable de ciertos hechos. Esto suele vivirse principalmente en la esfera del mundo oculto y sobrenatural, donde no es necesario que creamos en ciertas realidades para que, al jugar con éstas, corramos el riesgo de sufrir consecuencias nefastas, siniestramente inverosímiles, como en el caso que veremos.
La historia que se narrará no es inventada: trata de las últimas fotos que se tomaron de Maisie Deacon, una inocente niña de apenas 11 años, cuyos últimos momentos de vida fueron captados en dichas fotografías.
LA HISTORIA ATERRADORA
Todo ocurrió un fatídico 23 de octubre de 1991. Era una mañana aparentemente normal, con el sol esparciendo su luz sobre las plantas, el cielo bastante despejado y el viento en calma. Isabel, hermana mayor de Maise, siempre había tenido un vínculo muy estrecho y cálido con ella, pero aquella mañana de octubre la vería por última vez…
A la manera de ver de Isabel y de todos en la familia, Maise era una niña muy creativa, muy vivaracha y fantasiosa, dotada de una viva imaginación que a veces se expresaba en acciones extrañas, lúdicas y un poco cómicas. Así, esta vez Maise estaba fuera de casa, forcejeando como si luchara con alguien, haciendo como si alguien la intentase dominar.
Cuando Isabel vio a Maise, creyó que la pequeña estaba entreteniéndose imaginando alguna historia en la que era la protagonista o algún personaje. Estaba probando qué tan buena actriz podía ser, por decirlo de algún modo. O bueno, eso fue lo que pensó…
Emocionada, Isabel fue corriendo a buscar una cámara, muy antigua y pesada, pero que sorprendentemente todavía funcionaba. Solo ellas dos estaban en casa, e Isabel quería compartir con su familia las locuras de su hermanita, así que apuntó con la cámara y fotografió a Maise, pero a los pocos segundos fue golpeada por lo que a su parecer fue una ráfaga de viento anormalmente fuerte.
Tras recobrarse de su aturdimiento, Isabel miró a uno y otro lado en busca de su hermana. Maise no estaba en ningún lado: Isabel la llamó gritando, le dijo que no era gracioso esconderse de esa manera, que le diría a papá para que la castiguen, o incluso, ya desesperada y a punto de llorar, le ofreció sus muñecas si aparecía.
Por otro lado, además de la ausencia de su hermana, hubo algo que perturbó a Isabel desde que recobró la conciencia: allí, junto a ella, estaba un cráneo humano. Inicialmente, quizá intentando mantener la calma, probó a pensar que el cráneo era una parte de la broma pesada de Maise, quien supuestamente se estaba haciendo la desaparecida. Sin embargo, los minutos pasaron, el cráneo seguía allí, su hermana no aparecía, y las lágrimas empezaban a caer, poco a poco, hasta que rompió a llorar histéricamente…
Cuando los padres de Isabel llegaron y ésta les contó lo sucedido, inmediatamente comunicaron el hecho a la Policía. Pero había algo que no dejaba de angustiarles, de quemarles el alma con el más profundo desconcierto, y con el temor de que en todo lo acontecido hubiese algo que no era de este mundo: ahí, en las fotos que Isabel tomó de Maise antes de que desapareciera, se veía una figura encapuchada y vestida de negro, que intentaba dominar a la niña con un brazo, mientras con el otro sujetaba un cráneo humano.
¿Quién era el perverso y encapuchado extraño?, ¿por qué cargaba un cráneo?, ¿era un cráneo real?, ¿de quién era el cráneo?… Muchas preguntas zumbaban incesantemente como moscas en los cerebros de los padres de Maise, pero la espera acabó parcialmente cuando los forenses dieron sus resultados, después de analizar el cráneo junto con fotos de Maise y cabellos que afortunadamente la niña había dejado en un peine: el cráneo, ese cráneo que apareció ya seco junto a Isabel, pertenecía nada más y nada menos que a Maise… A la luz de los resultados, la pregunta ya no era tanto quién era el extraño encapuchado, sino…qué era; y eso, eso nunca se supo.