Amarres de Amor con Magia Blanca
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Nemesis
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MensajeTema: LAS CICRATICES DEL ALMA   LAS CICRATICES DEL ALMA Icon_minitimeSáb Feb 08 2014, 23:46

¿Qué son las cicatrices? Son esas señales que quedan después del saneamiento de una herida o una llaga. ¡Bueno! eso diría un cirujano. Pueden ser el resultado de una infección, una cirugía o una lesión. Aparecen en cualquier parte del cuerpo: hay unas planas, abultadas, hundidas o coloreadas. Como sea, las cicatrices son huellas imborrables; pero también señales importantes en nuestras vidas. ¡Claro! para el caso de las cicatrices del alma, convendría precisar que las cicatrices de las que hablamos, no son aquellas que se plasman en la piel; sino las que quedan impresas en el corazón, en los sentimientos, en nuestras emociones. Y aunque muchos sostienen que las mejores cicatrices de la vida son las canas y las arrugas, en realidad ellas son las que nos marcan el camino hacia la excelencia. ¿Quiere varios ejemplos? Un labrador que ha cultivado su tierra, tendrá buenas cosechas; una madre dedicada a sus hijos, siempre criará hombres y mujeres de bien, con valores cristianos y excelente ejemplo de moralidad; un profesor universitario dedicado, formará a los grandes profesionales del mañana. En los tres casos, quedarán huellas: en el del labriego, aparecerán las manos curtidas; en el de la madre, surgirán las canas y las arrugas y la satisfacción del deber cumplido; y en el del docente, vendrá el regocijo de saberse admirada por sus alumnos, pero también le llegará el cansancio. Sin embargo, ese trío siempre triunfará. Las cicatrices también nos recuerdan las cosas negativas. ¿Quiere otros ejemplos? Cuando nos ven como unos hombres o mujeres aborrecibles, es porque poseemos un exceso de orgullo, jactancia, petulancia y falsa humildad; cuando hacemos el ridículo, es porque nos pasamos de fatuos o presumidos; cuando no alcanzamos nuestras metas, es porque alimentamos la pereza, la flojera y la molicie. Si no corregimos, perdemos. Pero si componemos el camino, ganamos en templanza, humildad y serenidad. Las cicatrices nos recuerdan algo. Y aunque ese ‘algo’ sea malo, al final debemos tener presente que cada error, deja abierto el camino para no volver a caer en él. No vivamos criticando la vida porque en nuestras sendas hay muchas piedras; mejor veamos cómo podemos conseguir las palancas necesarias para alejar esas rocas de nuestros caminos. ¿Cómo cicatrizar? ¡Perdonando! Eso sana la memoria, el corazón y los sentimientos y le hace ver la vida más nítida. Si se niega a hacerlo, al final se castiga usted mismo. Recuerde, pero sin que le duela. Para qué seguir llorando el abandono de un mal padre a sus legítimos hijos, hijas y nietos. Olvidar los malos momentos, es extirpar del cerebro un tumor dañino, un tumor maligno. Libere de su entendimiento aquellas situaciones que le sacan la chispa. Todo lo que lo atormente es malo. No tenga resentimientos ni haga planes contra los que le hicieron algún daño. Dios tiene antipatía hacia los que juran venganza. Sea el primero o la primera en reírse de usted mismo (a), sobre todo antes que los demás lo hagan. Cuide y domine los sentimientos del corazón. En las situaciones angustiosas, mencione palabras optimistas y entréguese a Dios y a Jesús. ¿Piensa en bobadas? Es algo más suave que la depresión. Sin embargo, es irreprochable y frenética, es una sucesión vertiginosa de emociones sin sentido que nacen en un hoyo en la barriga y se traducen en bostezos y malas caras. Es la angustia existencial, dicen los filósofos intelectuales; es el estrés, sostienen los psicólogos. Cada cierto tiempo aparece como una arruga en el pensamiento, en el ánimo y en el aire mismo. No existe ningún estudio al respecto. No falta quien asegura que se la inventaron los jóvenes para estar siempre aburridos del mundo. Unos la tildan de ‘malpa’. Tiene preámbulos que inmisericordemente algunos llaman ‘locha’. Lo peor es que es una de las cicatrices modernas, de aquellas que estamos en mora de desterrar. ¿Aburrido? ¿Aburrida? ¿De qué? No siga con esos días en que se mira al cielo, al piso o se emborracha para encontrar una respuesta, cuando todo lo que busca está en su pensamiento, en su propia conciencia. Dios no tiene la culpa. Cuando nos cae una desgracia o sufrimos un accidente, enseguida nos cuestionamos: ¿por qué yo? Y a veces podemos preguntarnos ¿qué mal he hecho o qué pecado he cometido para que Dios me castigue así? No podemos conservar la visión del Dios castigador porque Dios es amor. Cuando pensamos en que Dios nos ‘pellizca’, es porque perdemos de vista lo que es nuestra meta, perdemos de vista hacia dónde vamos. Al olvidar eso tan importante, creemos que a los seres humanos Dios nos castiga o nos premia en esta vida. Ojo: somos nosotros mismos los que decidimos condenarnos o castigarnos por el mal que hemos hecho. También es importante tener en cuenta que somos nosotros los que distorsionamos en nuestras mentes cada situación de sufrimiento, para hacerla ver como algo que Dios ha hecho para hacerle daño al alma. En todo caso, en el plan del Altísimo las cosas son muy distintas a como las vemos los seres humanos. El Señor tiene toda la “visión de conjunto” de nuestra vida, ya que Él es un ser infinito en todas sus cualidades. Entre otros atributos, Dios es bueno, justo y sabio. ¿Hemos pensado alguna vez, por ejemplo, que a veces hemos recibido favores que no nos merecemos? Lo mismo puede aplicarse en el sentido contrario, en relación con el sufrimiento: a veces lo merecemos y a veces, a nuestro modo de ver, tal vez no. Las cosas son así, porque en la justicia divina ni el sufrimiento en esta vida es proporcional a la culpa, ni el premio es proporcional a los méritos.

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