Las emociones forman parte de la condición humana. A diario las experimentamos, pues son completamente naturales. No obstante, es muy probable, que en algún momento de nuestra vida hayamos enfrentado un conflicto por lo que sentimos, debido principalmente a que el mundo emocional regularmente es poco o mal abordado: hemos aprendido a distanciarnos de las emociones, a tratar de evitarlas, a catalogarlas como buenas o malas, a ocultarlas y hasta avergonzarse de sentirlas. Un ejemplo es el lenguaje que utilizamos en torno a las emociones. Frases como “No llores” o “No te enojes” las utilizamos a diario; y aunque es probable que las digamos para mejorar el ánimo de otra persona, estamos calificándola y limitando su derecho a sentir.
Ver a las emociones con normalidad es un acto que no sólo aplica para las emociones propias. Habitualmente acostumbramos a juzgar los estados emocionales de los demás y esto provoca que la persona se perciba como buena o mala. En lugar de esto, podemos hacerle ver a los otros que existen más personas que se sienten así, y que eso no hace de ellas peores o mejores personas. Frases de apoyo como “Te entiendo”, “Estás en tu derecho de sentirte así” o, incluso, “Yo me sentiría igual que tú”, ayudan a estabilizar las emociones de los demás.
Saber que nuestras emociones son normales en vez calificarlas como “buenas” o “malas”, nos libera de viejas creencias: lo correcto o incorrecto de una emoción no radica en sentirlas, sino en lo que hacemos con ellas.
Por ello, es importante entender que “sentir no obliga a hacer”. Es decir: si reconoces que sientes mucho coraje contra alguien, no tienes que golpearlo; o si sientes deseos de quedarte en cama y no ir a trabajar, eso no signnifica que faltarás a tu labor. Sentir atracción por alguien más cuando estamos comprometidos con otra persona es normal, el problema radicaría en convetir esas emociones en hechos concretos: que nos guste alguien más es comprensible; pero la infidelidad es otra cosa: es una acción, y como tal, es susceptible de juzgarse como buena o mala, tanto a nivel personal como social. Las emociones no existen para ser juzgadas, pero lo que haces con ellas, sí.
Por lo anterior, es importante identificar lo que sentimos y estar convencidos de que experimentar esas emociones es algo natural, común a todas las peronas. Ser conscientes de lo que sentimos nos ofrece la libertad de actuar en consecuencia y de experimentar responsablemente nuestro mundo emocional. No juzgues tus emociones, pero aprende a evaluar las consecuencias que traerán tus actos, tanto a ti como a los demás.
Aceptar lo que sentimos, es decir, normalizar nuestras emociones, también nos quita la culpa (el “se supone que yo no debo sentir esto, debo ser una mala persona”), y nos ayuda a construir nuestra vida y nuestros actos en torno a ellas. Lo que decidamos hacer será más significativo y enriquecedor para nuestra vida que el mero hecho de esconderlas, reprimirlas o dejar que nos rebasen.
Evita negar lo que sientes y date la oportunidad de conocer tu mundo interior antes de actuar. ¡Acepta tus emociones, canalízalas de forma adecuada y actúa responsablemente!
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