Un fragmento del libro “Los dioses del cambio” (El dolor, las crisis y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón) , de Howard Sasportas
Independientemente de que se los atribuyamos al destino o a la actuación de nuestro Ser más profundo, los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón ponen a prueba y desbaratan la identidad actual del yo, o sentimiento de nosotros mismos, para que así podamos volver a “montarnos” de nuevo. Sin embargo, antes de estudiar los tránsitos específicos de estos planetas, necesitamos definir con más claridad la forma en que estoy usando el término “yo” y necesitamos entender la manera en que nuestro yo evoluciona en la niñez.
En general se define al yo como aquella parte de la mente que tiene un sentimiento de individualidad. En otras palabras, el yo es nuestra sensación de ser nosotros mismos, el sentimiento de un “yo-aquí-adentro”. No nacemos con una sensación muy clara de nosotros mismos. En el útero nos encontramos en un estado en que el yo no existe y no tenemos conciencia de nosotros mismos como entidad aparte y diferente. Creemos serlo todo; creemos que somos el universo entero.
Nacer significa “asumir” un cuerpo, y una vez que nos damos cuenta de que tenemos cuerpo, también nos damos cuenta de que tenemos límite; mi cuerpo termina en alguna parte y el tuyo comienza en alguna otra parte. Esto es lo que se llama un “yo corporal”. Con el paso del tiempo adquirimos un “yo mental”: nos damos cuenta de que tenemos una mente que es nuestra, y sentimientos que son nuestros. A veces sucede que la gente comparte nuestros pensamientos y emociones, pero en general lo que pensamos y sentimos no es lo que piensa y siente todo el mundo. Una vez establecido, el yo (nuestra sensación de ser individuos con cuerpo, mente y sentimientos propios) se expande para incluir cada vez más atributos.
Pensamos que somos guapos, inteligentes y simpáticos, o bien que somos estúpidos, inútiles e inadecuados. Tenemos muchos anhelos e impulsos diferentes; sentimos que algunos son aceptables y les damos cabida en la conciencia, pero hay otros cuya presencia nos asusta admitir, generalmente porque el entorno no nos perdona que los tengamos. Así, pues, al empezar a vivir creemos que somos todo, pero gradualmente esa identidad global originaria se va estrechando hasta incluir ciertas cualidades y rasgos excluyendo otros. Nuestro yo es una edición limitada del Sí mismo, formada por aquellas partes de nuestra naturaleza que estamos dispuestos a aceptar.
Nuestro yo es, pues, una especie de línea limítrofe: todo lo que hay dentro del límite lo definimos como nosotros, todo lo que queda fuera es “no-nosotros”. La línea de demarcación más común es la piel: lo que está dentro de mi piel soy yo, lo que está fuera de mi piel es no-yo. Las cosas que están fuera de la línea limítrofe de mi piel pueden pertenecerme – mi coche, mi familia, mi casa, mi trabajo -, pero no son yo.
Sin embargo, el límite de la piel no es el único tipo de línea divisoria que trazamos. También dibujamos límites dentro de nuestra propia piel. Hay cosas que suceden dentro de nosotros que estamos dispuestos a admitir como parte de nuestra identidad, y a otras las mantenemos fuera. Puede suceder que aceptemos la parte de nosotros que es amable y bondadosa, y neguemos aquella que es cruel y destructiva, pero algunos hacemos lo contrario: nos identificamos con lo que tenemos de frío y áspero, y negamos nuestro aspecto más tierno y sensible. De modo que incluso dentro de la línea divisoria de la piel establecemos nuevos límites, nuevas divisiones entre lo que somos nosotros y lo que es no-nosotros. Los junguianos llamarían a esto el límite entre el yo y la sombra, o entre la parte de nosotros mismos de la que tenemos conciencia y la parte de la que somos inconcientes, el límite entre lo que dejamos ver a los otros y lo que mantenemos oculto en la oscuridad.
Astrológicamente, Saturno es el planeta asociado con los límites, y representa la piel que nos separa de lo “otro”. De forma sumamente positiva, Saturno nos ayuda a definirnos y a afirmar, concentrar y disponer nuestra energía en el marco de formas y estructuras específicas; por mediación de Saturno aprendemos la disciplina y el compromiso. Saturno es también la línea divisoria que trazamos entre la parte de nuestra naturaleza a la que estamos dispuestos a dar cabida en nuestra identidad y la parte a la que queremos prohibir la entrada a nuestra conciencia. En este sentido, Saturno simboliza la necesidad que tiene el yo de estructurarse –el sistema de las defensas del yo-, una dinámica existente en todos nosotros y que construye y procura estabilizar y mantener el status quo de nuestra identidad restringida. Por ello, Saturno puede expresarse negativamente, desautorizando lo nuevo y forzándonos a defendernos –a defender lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos- de maneras rígidas y anticuadas.
Cualquiera que esté familiarizado con la estrategia militar sabe que una línea limítrofe es una frontera, y que las fronteras son potencialmente frentes de batalla. Es en las fronteras donde se libran las guerras. Tan pronto como creamos fronteras –entre nosotros y los demás, o entre las facetas de nuestra naturaleza que reconocemos y expresamos y aquellas otras que negamos como propias- también creamos la posibilidad de guerra y conflicto entre los elementos existentes a cada lado de la frontera.
Urano, Neptuno y Plutón son enemigos de las fronteras y, en este sentido, son anti-Saturno. Cuando estos planetas transitan por la carta, amenazan nuestra identidad, porque sus energías destruyen los muros que ha levantado el yo, socavan la frontera entre nosotros y los demás y nos hacen tomar conciencia de nuestra esencial unidad con la totalidad de la vida (a esto es especialmente adepto Neptuno), de nuestra interconexión con todo. O, lo que es aún más importante, destruyen los límites entre aquello de lo cual tenemos conciencia en nosotros mismos y aquello de lo que somos inconcientes o que negamos, de modo que nos vemos forzados a admitir concientemente los aspectos de nuestro psiquismo que hemos mantenido en el exilio. Saturno se esfuerza por mantener el status quo, intenta que las cosas sigan siendo como siempre, pero no lo consigue. No importa que nos decidamos a cambiar o que nos hagan cambiar; los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón son un reto para nuestra antigua manera de ser y nos obligan a cartografiar nuevamente las fronteras de nuestra identidad.
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