Vivimos en una sociedad donde todo tiene precio y el valor de las cosas viene determinado por él. Nada parece hoy ajeno a la tasa cuantificadora de lo que otro esté dispuesto a pagar por ello. Todo se compra y se vende, se alquila o se traspasa, se arrienda o se transfiere pero siempre mediando una cuantía económica que pretende definir, en el fondo, su valor.
Sin embargo, el valor de lo que apreciamos viene definido por otros criterios en los que, la mayoría de las veces, nada tiene que ver el dinero.
Pienso muchas veces en la ayuda voluntaria, en la solidaridad altruista que lleva a la gente a cambiar los lujos y comodidades por la pobreza, la falta de medios y la escasez. Admiro la fuerza, la protección y el respaldo que estas personas son capaces de dar a otras a cambio de nada. Lo que transita es entonces un valor de otra índole. Se trata de intercambiar la necesidad material por la abundancia afectiva; transacción en la que siempre se gana, desde cualquier punto.
No soporto el daño gratuito e injustificado, como nunca dejaré de admirar a quienes tienden sus manos y su corazón ante la desgracia ajena. Hay un arco muy diversificado de personas en ambos bandos y en el amplio medio que los separa se instala la gente que seguimos viviendo día a día nuestra vida como si de una pesada carga se tratase sin mirar más allá.
A veces las desgracias de otros aligeran las nuestras. Ayudar, colaborar, compartir o acompañar nos libera de las angustias propias para gratificarnos con la respuesta del que lo recibe. Socorrer a otros nos puede hacer un gran favor a nosotros mismos. La plenitud que uno siente cuando ayuda es equivalente solamente al bienestar que nos invade cuando somos felices. Dar lo mejor de uno mismo a cambio de la mejora de otros es un pago más que suficiente para sentirnos bien y entender que dando también se crece y por tanto que cuando compartimos no disminuye lo que tenemos sino que se amplía en tantos porciones como personas se beneficien de ello.
La gratitud que sigue a la ayuda desinteresada es tan inmensa que se constituye por sí misma en un premio que nos llena del privilegio de ser de esos pocos elegidos que pueden permitirse disfrutar de lo que realmente tiene valor y nunca tendrá precio.