Actuar correctamente no significa hacer lo que nos conviene. Estamos presionados por las reglas sociales, las normas internas con las que hemos funcionado desde la infancia y los criterios morales que han presidido nuestra vida desde siempre. Nos cuesta mucho entrar en ellos. Nuestra infancia es un camino tortuoso entre la normativa que la sociedad nos reclama y el deseo de libertad y espontaneidad con el que nacemos. Y si parece que los primeros años de escolarización logran aminorar estas actitudes, la adolescencia se vuelve a presentar como un período indómito en el que de nuevo queremos afirmarnos contra el resto. Pero la entrada en las pautas, reglamentaciones, modos y maneras del grupo al que pertenecemos es imparable. Todo ello nos lleva a mantener una idea de “corrección” que, a veces, supera lo que a nosotros mismos nos interesa o nos conviene. Incluso también es cierto que lo que una época, grupo o estamento establece como norma solamente es válido en un momento histórico concreto porque estamos cansados de ver cómo todo cambia y lo que hoy es punible y criticable, mañana es absolutamente valioso y aceptado.
Lo que nos conviene, aquello que sentimos en el interior que es el camino de nuestra “corrección”, la norma que sale del corazón…es la que hay que seguir. La sabiduría es un estado de conciencia al que se llega a fuerza de amar el esfuerzo de vivir en coherencia con nosotros mismos. Hay que aplicar lo que uno aprende a través del dolor, fundamentalmente, porque se aprende mucho más con los errores y fracasos que con las alegrías y el bienestar. Hay que ser inteligentes para gestionar la vida propia. Hay que poner el corazón para poder vivirla con plenitud. Y a partir de ahí…poco importan las normas, de poco valen las críticas y de menos aún, los prejuicios. Si uno está bien consigo mismo, está seguro de no hacer daño intencionado a nadie y cree en aquello por lo que lucha podemos asegurar que no habrá barreras que no puedan superarse, ni caminos que no sean transitables, ni impedimentos que no se conviertan en objetivos conquistables. A partir de ahí, estaremos con el mejor defensor de nosotros mismos pero sobre todo, con la persona que más nos cuida y nos protege, la que tiene al final de su brazo, la mejor ayuda.