Con demasiada frecuencia ideamos nuestro futuro como si lo pudiésemos diseñar a nuestro gusto. Vivimos de seguridades en un mundo de incertidumbres. Cuando la vida nos demuestra una y otra vez que todo es cambio nos empeñamos en ignorarlo y en seguir creyendo que hay un destino que determinará su rumbo.
Cierto es que somos responsables de nuestra realidad inmediata y que, a pesar de no poder controlar las circunstancias externas, siempre podemos crear nuestras propias condiciones interiores para reaccionar ante ellas. Los malos momentos nos suceden, nos pasan de parte a parte, nos envuelven en una espiral de sinrazones que parecen acabar con nuestras fuerzas y hasta intentan equivocarnos haciéndonos creer que podrán con nosotros. Nuestra tarea inmediata es demostarnos que no es así. Que tenemos estrategias mentales para salir adelante y voluntad para seguir creyendo que es posible.
La categoría temporal de pasado, presente y futuro solemos vivirla mal. Al pasado le dejamos invadir el presente, que no lo tratamos sino como un adelanto de lo que sucederá y no como aprendizaje eficaz de lo que ocurrió. Ni uno ni otro existen y sin embargo permitimos que anulen el aqui y el ahora que tan valioso debería ser. Cuando todo a tu alrededor está muy mal, cuando parece que nada tiene sentido y que sería mejor no existir para dejar de sufrir, entonces es cuando el presente debe manifestarse con más fuerza. Posiblemente es en ese momento cuando la mente se pone en marcha y comprende que la única forma de salir adelante es centrárse en el instante que se vive, resistir el momento a cada rato, aceptar lo que venga sin resistencia y correr un velo que aisle lo que del pasado nos daña y otro más que no deje pasar los temores que sentimos frente al futuro en esos momentos. De este modo, en el espacio concreto y limitado de lo que se vive ahora es en el que empezaremos a encontrar el sentido a lo sencillo, a todo lo que pasa desapercibido cuando nuestra mente está ocupada en el sufrimiento, a aquello que nos hace sentir bien aunque sea solamente por un instante, a los olores nuevos de las estaciones que llegan, a la compañía de la gente que camina a nuestro lado y valorar que solamente despertarnos cada día ya es un milagro que lo justifica.
No hay otro camino que el que vamos haciendo paso a paso con nuestros propios pies. Si levantamos la vista y logramos ver cuando mirarmos, nos encontraremos con otros muchos ojos que están esperando ser mirados por los nuestros. No estamos sólos. Nunca lo estamos.