La prisa, la falta de tiempo, el correr de un lado a otro...continuamente... es un signo más de la modernidad que nos ha tocado vivir. Muchas veces, en ese desaforado ir y venir, concedemos a cada cosa, a cada persona su porción de tiempo pero olvidamos dedicarnos un periodo a nosotros mismos. Ese olvido, que se ha convertido en cotidiano, parece no tener importancia porque cada vez notamos menos su ausencia cuando las necesidades de los demás se hacen exclusivamente nuestras. Dejamos de lado aquello que afecta directamente a nuestra persona por atender las urgencias del resto y en ello, nos sentimos agusto por creer que nos necesitan y que de este modo estamos conquistando el amor de los que así dependen de nuestros cuidados. Nos equivocamos en varios aspectos. Por un lado, el amor, el afecto, el cariño no está ligado directamente proporcional a la dependencia, aunque así nos parezca muchas veces. Los demás no nos quieren más si estamos en mayor medida a su servicio. A veces nos utilizan comodamente para cuestiones en las que deberían prescindir de nosotros tomando las riendas de sus propias responsabilidades. Y lo peor es cuando comenzamos a sentirnos mal si dejan de necesitarnos porque entendemos que eso manifiesta una falta de cariño. Nuevo error. Pero éste se hace más obvio cuando ni siquiera tenemos tiempo para nosotros mismos, cuando no dedicamos ni un sólo instante a cerrar los ojos y estar a solas con nuestro interior para observarnos desde dentro. Si no logramos pararnos a lo largo del día, ni dedicar unos instantes a repasar lo que sentimos, lo que temenos, lo que deseamos o por lo que debemos cambiar. De poco servirá la entrega a los demás porque la haremos desde un descontrolado desbordamiento que no ayuda ni a fijar los límites para los otros, ni a delimitar nuestro espacio con respecto a ellos. Hay que encontrar un lugar dentro de la casa, ese que más íntimo nos parezca, el que nos proporcione una mayor serenidad...cerrar los ojos...y comenzar a observarnos como si pudiésemos ponernos delante de nosotros mismos viendo a otro. Entonces podremos comenzar a decirnos lo que diríamos a los que amamos y podremos comenzar, también, a ayudarnos como lo hacemos con ellos.