Una de las peores sensaciones que puede experimentar el ser humano es el sentimiento de soledad. Cierto es que puede manifestarse de muchas maneras y que no siempre significa que no haya gente a tu alrededor. La soledad física poco tiene que ver, en ocasiones, con la soledad del alma y ésta última es la que, sin duda, nos devora al instante cuando aparece. Hay soledades infinitas que se presentan en tre la muchedumbre; hay soledades venenosas que confunden y agitan el pensamiento; soledades tranquilas que adormecen el espíritu y le aletargan; otras soledades, las más frecuentes, nos convierten en seres agrios que tienen al mundo por contrincante. Pero también existe la soledad sonora. Aquella que uno elige para estar consigo mismo y conocerse. La que se busca para alcanzar la tranquilidad entre la algarabía; aquella que está llena de silencios que hablan y reconfortan.
Cuando es la soledad pesada y agresiva la que nos acompaña, debemos someterla a un fructífero diálogo en el cual nos confiese por qué no es capaz de reconocer que todos, absolutamente todos hemos nacido para compartir y ser felices con ello. Que nos diga las razones por las que quiere aislarnos cuando sabemos que hay gente que nos espera aunque aún no la conozcamos. Que sea capaz de convencernos, si es que puede, del beneficio del aislamiento cuando no se desea. No estamos solos. Siempre hay genet que nos quiere, que se preocupa de nosotros o que nos espera. A veces hemos de ser capaces de dar el primer paso. ¿Qué importa quién lo de?. Posiblemente, alguien esté deseando nuestra compañía y no se atreva a acercarse. O tal vez, otras personas la estén necesitando y no sepan reconocerlo. Hemos de estar abiertos a la comunicación, agradecidos por las relaciones que tenemos en el momento y esperanzados con las que llegarán en el futuro. Para no sentirnos sólos bastará con fijarnos en la sonrisa de la gente con la que nos cruzamos, la mirada de ese compañero amigo, el apretón de manos de la nueva persona que acabamos de conocer o simplemente, el saludo de los vecinos con los que coincidimos a diario. No hay que infravalorar ningún gesto sencillo. Todo acompaña. Todo nos dice que no estamos solos. Salgamos a la calle cada mañana y comprobemos que todo, absolutamente todo está dispuesto en nuestro favor y no en nuestra contra. De nosotros depende el querer verlo así y gozar de la infinita grandeza de ser una pieza más en el todo, sin la cual, éste perdería su sentido.