Llegamos a la vida con demasiado ruido. El primer llanto parece expresar que el lugar donde aparecemos no nos gusta. Crecemos desde lo espontáneo de nuestro temperamento limitados, en todo momento, por las normas que comienzan con fuerza desde la cuna. Y aprendemos a hablar...hablar y hablar creyendo que con esta herramienta todo podemos solucionarlo. Sin embargo pocos nos enseñan el valor del silencio. Ser capaces de mirar hacia dentro, replegarse y hacer un acto de reflexión antes de pronunciar aquello de lo que muchas veces nos arrepentimos.
Sócrates nos dejó los tres filtros con los que juzgar lo que sale de nuestra boca y decidir, más tarde, si emitirlo o no. El primero era el de la VERDAD. ¿Es cierto y verdadero lo que vamos a decir?. La mínima duda merecería silenciarlo. Nunac sabemos qué daño puede hacer lo que decimos y la trascendencia de éste. Por ello, al menos que sea verdad.
El segundo era la NECESIDAD. ¿Es necesario y útil lo que se va a contar?. ¿Va a mejorar en algo a los que me escuchan para sus urgencias y necesidades?. Si es vano, si no aporta nada, si realmente da igual escucharlo o no...mejor el silencio.
Por último, aludió a la BONDAD. ¿Es bueno lo que voy a contarte?¿Te mejora en algo?¿Te da felicidad?¿Vas a poder ayudar a otros?. Si no colabora en el progreso del que escucha...mejor dejarlo dentro.
El dicho popular que encierra en su sabiduría el valor del silencio, nos ayuda a entender que efectivamente deberíamos escuchar más y hablar menos. "Tenemos dos oídos y una boca...para escuchar mucho más de lo que hablamos".
!Cuántos disgustos nos ahorraríamos!!, !Cuántos sin sabores!, !Cuántos desánimos! si aprendiésemos a confiar más en nosotros mismos y mucho más en la valía de los demás, en su juicio, en las razones por las que cada uno toma sus decisiones...entonces...dejaríamos de lado la crítica y ese veneno insidioso que es el intervenir cuando nadie nos lo pide y el molestar cuando nadie lo quiere.