Siempre es peor pensar la magnitud de lo que nunca hacemos, y tenemos pendiente, que el hacerlo sin pensar. No siempre nuestra mente nos ayuda. En muchas ocasiones nos juega malas pasadas, otras olvida lo que necesitamos recordar y en la mayoría se detiene en lo que debemos olvidar. Por eso, aprender a manejarla, dominar el ímpetu que posee y reconducir los pensamientos es la clave de la serenidad interior y la única posibilidad de ser feliz verdaderamente.
Cuando dejamos que el pensamiento encamine el día por los derroteros que elige podemos estar frente a un abismo del que no conocemos la profundidad. Cuando abrimos los ojos a la nueva luz del día lo primero que debemos hacer es agradecer que podamos seguir sientiendo la vida como una oportunidad magnífica de aprender y mejorar continuamente. En segundo lugar, comenzar con la seguridad de que el día está por descubrir y que de nuestras elecciones depende que se convierta en un infierno o se suceda abriéndonos las puertas a nuestro paso. Porque muchas de las malas sensaciones, los sinsabores, el mal humor, la insatisfacción o la desgana se generan en nuestro interior porque lo permitimos. De la forma de aceptar o rechazar lo que la mente pone frente a nosotros, va a depender el estado de ánimo que nos acompañe todo el tiempo. Siempre está en nuestras manos relativizar lo que nos parece tan dramático, dudar de lo que se muestra en nuestra contra y decidir que a pesar de lo mal que esté el mundo a nuestro alrededor, nadie puede entrar en nuestro cerebro y someterle a su antojo. Ese sagrado espacio es sólo nuestro, como lo es nuestra responsabilidad para ser felices o amargarnos la vida. Siempre hay una solución a los problemas...y a pesar de que nos parezca que son irresolubles, que sin nosotros y nuestro empeño no saldrán adelante las soluciones y que irá nuestra vida en salir de ellos...nos equivocamos terriblemente...porque olvidamos que la vida siempre es soberana y resuelve con y sin nosotros.