Vivir es un acto simple que complicamos demasiado la mayoría de las veces. Hay pocas razones con verdadero sentido que justifiquen nuestros desvelos. Razones sencillas, espontáneas y dotadas de libertad propia como el amor de los nuestros, la salud propia, y de aquellos que nos importan, o el brote natural de respeto y comprensión hacia lo ajeno, que siempre contribuye a hacer la vida más fácil. El resto son necesidades creadas sin fundamento definitivo. El poder, el dinero, el prestigio, la belleza y un sin fin de estereotipos ligados a la cultura de la época que nos ha tocado vivir, nos confunden haciéndonos creer que son el fundamento de la vida. Pero de nada valen cuando esta peligra, se tambalea o está terminando. Nos vamos como llegamos. Desnudos de posesiones, que solo están prestadas hasta el día de la muerte, y ajenos a las estúpidas querellas que han conseguido carcomer nuestra vida con la ceguera perpetua que solemos mirarla.
Necesitamos salpicarnos con destellos de sensatez que nos hagan ver con claridad.
Pensar en positivo sería un buen comienzo para acabar con la sensación de tener siempre mala suerte. Creer en lo que merecemos es permitir que llegue hasta nosotros. Confiar en lo que valemos nos dispone para alcanzar lo que nunca pensamos posible. No hay mayor fuerza que la de la fe. La poderosa inercia de dejarnos arrastrar por una absoluta confianza en nosotros y en nuestra capacidad de superación. Pero para todo ello lo primero que debemos tener es una meta clara.
¿Qué es lo que quiero?.¿Hacia dónde puedo dirigir mis esfuerzos?.¿Qué es aquello por lo que estoy dispuesto a luchar incansable o a renunciar sin dudar?.
Cuando uno tiene la absoluta certeza de querer nada se resiste, nada es imposible. Porque entonces, y sólo entonces, pondrás tu voluntad, tu esfuerzo, tu entrega y tu mayor empeño en conseguirlo, y ese camino desplegará la bondad de ir a tu encuentro para que lo transites dejando la huella de tus pasos marcada en cada sendero que quede tras de ti.