El miedo es una emoción destructora. Logra devastar los sueños y la visión del emprendedor. Todavía más, su poder destructor puede acabar con la energía misma del empresario temeroso.
Primero que todo, conviene precisar qué es el miedo: “Es el recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que deseaba. Ó, “la perturbación angustiosa del ánimo por un peligro real o imaginario”.
Así precisado, aceptemos que todos tenemos incrustada la agitación del miedo en el instinto – en diferentes grados de aprensión. Pues el miedo cumple con la función primaria de prevenir, al ser viviente, de las amenazas reales del medio ambiente que puedan atentar contra su supervivencia. No obstante, hay miedos reales e imaginarios. Éstos, los imaginados, son los más dañinos.
No hay que confundir al hombre que tiene miedo con el que es temerario. El que sufre de miedo y lo supera, ése es el valiente. El que comete actos imprudentes o alocados, pues no siente o no mide el peligro, ése es un insensato. Algunos temerarios llegan, incluso, a la total estupidez conductual.
Valeroso es aquél que actúa venciendo sus temores. Del atolondrado temerario puede decirse que ni siquiera posee el sistema de alarma, del que la naturaleza dota al hombre y a otros seres vivientes, para prevenirlo de posibles ataques.
El pensamiento tiene una insólita influencia de atracción que consiste en que lo semejante atrae a lo semejante. Es decir que, de tanto pensar en lo que se teme, se termina atrayendo precisamente el incidente temido.
Es claro que nuestra mente puede ser nuestra mejor amiga... o la peor enemiga, si no la controlamos.
Es por ello, que al cerebro se le ha llamado “el ejecutivo implacable”, pues hace lo que se le pida. No tiene sentido del humor, es obediente, no refuta ni reclama. Es indiferente y amoral. No evalúa si la orden recibida es ética, buena o mala. Hace exactamente lo que le pedimos. Inclusive acciones contra natura, como lo es el suicidio.
Si lo que le pedimos – mediante repetidos pensamientos – es justamente lo que tanto tememos que no suceda, caeremos en un obsesivo remolino de aprensivas cavilaciones, sobre lo que nos preocupamos que ocurra. Y, por extrañas razones, sucederá precisamente aquello de lo que estamos temerosos.
El emprendedor debe enfocarse, en el pensar y en el actuar, en lo que sí quiere, y no en lo que teme. Así, logrará un doble beneficio: evitar el acontecimiento indeseado o temido y, lo más importante, conseguir lo que sí desea. Llámese éxito, dinero, salud, objetivos de negocios o de la vida en general.
Lo anterior es muy semejante a muchos consejos, que hemos leído y escuchado, y que se resumen en uno sólo: “piensa positivamente”.
Pensar en positivo trae el beneficio de crear un estado de mayor quietud mental, como producto de la reducción del nivel de inquietud.
Y sitúa al individuo en una disposición, positiva también, que activa su creatividad para solucionar cómo sí logra lo que quiere, en vez de desgastarse y distraerse en pensamientos obsesivos y destructivos sobre cómo defenderse de lo que teme.
El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
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D. R. ©2007. Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.