Todos tenemos talentos, en una vasta diversidad y en diferentes grados de potencia. Sin importar el tipo y la magnitud del talento, el ego se apodera de la situación para ufanarse con la creencia de que es de nuestra hechura; y hacernos olvidar que es un don que proviene de la Fuente de todas las cosas.
Somos conducto de la Fuente, que nos ha dotado de talentos para el fugaz tránsito por este Mundo. No nos envanezcamos creyendo que son nuestros y que eso es lo que somos. Nuestro ser no tiene nada que ver con ello. Es nuestra forma humana la que trae, de nacimiento, esos accesorios denominados talentos. Así como llevamos colores en la piel, los ojos y el cabello o las dotes del intelecto o las aptitudes físicas, así traemos las capacidades, como un regalo de cuna.
En todo regalo que recibimos nos suceden dos cosas:
- Creemos que es nuestro para siempre y no alcanzamos a ver que es prestado. Aunque sea un regalo llegará el momento en que no será de nuestra propiedad, sea porque moriremos o porque desaparecerá. No durará más tiempo que lo que dure nuestra existencia terrena.
- Nos sentimos con el derecho de usarlo o desperdiciarlo. Cuando que estamos obligados, en estricto sentido, a desarrollarlo y compartirlo con el prójimo ¿Por qué? Porque para eso nos lo dieron: para compensar nuestras fortalezas con las debilidades de los demás, y a la inversa; para avanzar hacia la Unicidad. Podemos, si nos da la gana, botar los talentos, malgastarlos o dejarlos en la semilla… Es el peligro del libre albedrío.
Visto así, el talento es un compromiso como un arma de doble filo. Por un lado es el regalo del Creador y por otro el adeudo para con Él, de echar a andar el don. Pero nuestra naturaleza humana preferiría irse por la suave pendiente de la molicie, léase mediocridad. Es más cómodo, pues no requiere de esfuerzo.
No me refiero nada más a los grandes talentos en los campos del liderazgo, la espiritualidad, el conocimiento, aptitudes físicas o artísticas, como los que tuvieron Mahatma Gandhi, Albert Einstein, Beethoven, Leonardo Da Vinci y Pelé, por citar algunos genios.
Aquí hablo de cualquier don o talento que cada uno de nosotros, seguramente, traemos del Origen. Por más humilde que sea una persona innegablemente que trae su “equipaje” de destrezas. Si no fuera así, no habría quien desempeñara - y muy bien, además – las diversas tareas que se requieren para que el entorno sea más hermoso, limpio, útil y seguro. Desde el ingenioso jardinero hasta el obrero habilidoso.
Tratándose de admirables genios o de hábiles obreros la obligatoriedad de desarrollar los talentos es pareja para todos. También para los del término medio las exigencias son las mismas:
- Reconocer cuál es nuestra dotación innata de capacidades.
- Ponerse en acción para desarrollarlas.
- Encontrar el modo de compartirlas para el beneficio de los demás. Y de paso de sí mismo, pues no hay satisfacción más grande que ser todo lo que se puede ser.
“Soy el agujero de la flauta por la cual se desliza el aliento de Cristo.
Oíd su música”
Hafiz
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D. R. © 2012. Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción, total o parcial, sin el permiso del autor.