Los abanicos de posibilidades son situaciones de qué hacer o qué no hacer, ante las preguntas planteadas, que nacen desde el primer cuestionamiento, como interrogantes simples y binarias, de un sí o de un no. De éste primer cuestionamiento, el espectro de las opciones se va extendiendo hasta plantar frente de sí demasiadas disyuntivas que, más que aclarar, pueden bloquear y saturar el entendimiento.
Me valgo de un ejemplo ordinario: si la pregunta es casarme o no, tengo delante de mí una fácil dualidad, en apariencia; con un sí o con un no bastaría para despejar la duda. No obstante, he abierto la Caja de Pandora, las preguntas se reproducirán como un virus. De las primeras dos resultarán cuatro, luego ocho, después dieciséis, y treinta y dos, y sesenta y cuatro, en una progresión geométrica. Si digo sí al casamiento he eliminado el quedar soltero, pero he abierto la puerta para nuevas cuestiones sobre el matrimonio: ¿con qué tipo de mujer?, ¿edad?, ¿educación?, ¿carácter y personalidad?, ¿cómo la encuentro?, ¿en dónde estará ella?, ¿qué galanteo voy a usar?, y así en un larguísimo menú de interrogantes.
Si me congelo, de cara ante tantas preguntas, y no hago nada, seguramente sufriré por la zozobra de la indecisión. Ahora, que si voy decidiendo entre las puertas por abrir, iré avanzando hasta llegar a un resultado “final”. Entrecomillo la palabra final pues, una vez casados, aparecerán más y más dudas: ¿dónde vivir?, ¿cómo vivir?, ¿hijos?, ¿cuántos?, etcétera. Pero – dirían muchos – “así es la vida” ¿O no?...Y ciertamente, así es la vida pero porque la vamos creando, mediante las incesantes e innumerables preguntas y las respuestas que vamos eligiendo. En función de las decisiones que tomemos, los nuevos caminos podrán ser unos u otros, como el quedarse soltero o contraer matrimonio.
En la confusión, por la pluralidad de probables soluciones, por tantos cuestionamientos, la angustia surge como protagonista principal al no saber si las decisiones que tomamos son las acertadas, las correctas, y que son cosas que no podremos descifrar mas que mirando en retrospectiva, conectando los puntos hacia atrás, y comparando lo que tenemos con lo que pudo haber sido y no fue. Sin embargo, en esto no hay culpables, hay responsables. El primer responsable de lo que sucede en mi vida soy yo mismo… ¿Entonces, si yo soy el responsable, por qué fue que opté por esa mujer y no por otra? Simple: porque atraemos a aquello con lo que tenemos semejanzas.
– Pero, ¡si mi pareja es un desastre!, alguien podría apuntar - Sí, pero esa fue la que en su momento atrajiste a tu vida, pues así estabas vibrando, en la misma frecuencia, aunque fuese negativa. De tal modo que volvemos al principio: “El único responsable de lo que sucede en mi vida soy yo mismo, y nadie más”. Una vez asumida la responsabilidad de que a mí me corresponde crear mi vida, debo cuidar la armonía de mis pensamientos y emociones, y velar por el positivismo de mis energías vibratorias para atraer personas y cosas buenas alrededor, evitando la parálisis o la preocupación frente a tantas conjeturas.
Es bueno hacerse preguntas, pero no al grado de abrumarse con tantas de ellas. Quizás lo mejor sea no preguntarle nada a la Vida – o no tanto – y simplemente vivir el momento y dejar de preocuparse por el futuro. En esta paz mental, Él te irá diciendo las respuestas, aunque no hagas preguntas.
“Me haré a un lado y Él me mostrará el camino”
De Un Curso de Milagros
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