¿Por qué murió Juan Pablo I?
A la luz de los testimonios de sus más allegados colaboradores, Juan Pablo I llegó al Vaticano con una idea en su cabeza: regenerar la Iglesia. A pesar de ser un hombre de apariencia débil, las gentes que le conocieron coinciden en desvelar un carácter mucho más robusto del que, posteriormente, una parte de la Iglesia ha extendido. En 1972, siendo cardenal de la diócesis de Venecia, Albino Luciani despierta a los males de la Iglesia en un encuentro con el poderoso cardenal Marcinkus. El encargado de la administración vaticana había vendido la Banca Católica del Véneto al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi sin consultar al obispado de esa región, es decir, el propio Luciani. Cuando llega a Roma preguntando por qué la Iglesia se deshacía de una banca que se dedicaba a ayudar a los más necesitados con préstamos a bajo interés, el entonces sustituto del secretario de estado, Benelli, le cuenta que existe un un plan entre Roberto Calvi, Michele Sindona y Marcinkus para aprovechar el amplio margen de maniobra que tiene el Vaticano: “evasión de impuestos, movimiento legal de acciones”. La reacción de Luciani, recogida en el libro “Con el corazón puesto en Dios: intuiciones proféticas de Juan Pablo I”, es de una enorme decepción: “¿Qué tiene todo esto que ver con la iglesia de los pobres? En nombre de Dios…” preguntó Luciani. Benelli, le interrumpió con un “no, Albino, en nombre del dividendo”.
Mafia y masonería
Unos años antes, a principios de los setenta, un oscuro contable, de nombre Roberto Calvi, comienza una fulgurante ascensión en el mundo de las finanzas italianas de la mano de su benefactor, Michele Sindona, miembro de la logia masónica P2. Fue él quien introduce a Calvi en los círculos vaticanos, concretamente con monseñor Marcinkus, que pasa por ser, si no un integrante de la masonería del Vaticano, uno de sus más firmes aliados. De acuerdo a las investigaciones del proceso mafia-P2, emprendido por la Justicia italiana, el estado Vaticano ejerció durante más de una década como paraíso fiscal, siendo el IOR (Instituto para las Obras de Religión, también llamado Banco Vaticano), aprovechado por la masonería para enviar el dinero a cuentas en Suramérica (sobre todo Argentina) y Centroamérica. Ésta sería la baza que intentaría jugar el General Noriega cuando se vio invadido por su otrora benefactor, Estados Unidos: se refugió en la embajada vaticana de Panamá.
Según quedó demostrado en el sumario contra la logia P2, instruido en Italia a principios de los años ochenta, la conexión Banco Ambrosiano-Banco Vaticano fue la puerta a través de la cual Licio Gelli, jefe de la logia masónica P2 y agente secreto norteamericano, entró a formar parte del núcleo de personas influyentes en la Santa Sede. López Sáez hace suya una cita de Pablo VI en relación con estos hechos: “el humo de Satanás entró en la Iglesia”.
En esas condiciones, el Papa Luciani, partidario de una reforma profunda de la Iglesia, venía dispuesto a no andarse con contemplaciones. En el libro de Camilo Bassoto “Mi corazón está todavía en Venecia”, se transcriben las siguientes palabras del Papa Luciani: “sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas. Quiero ser el padre, el amigo, el hermano que va como peregrino y misionero a ver a todos, que va a llevar la paz, a confirmar a hijos y a hermanos en la fe, a pedir justicia, a defender a los débiles, a abrazar a los pobres, a los perseguidos, a consolar a los presos, a los exiliados, a los sin patria y a los enfermos”,
Juan Pablo I llega al Vaticano con varias ideas claras, y así se lo comunica nada más ser nombrado al entonces secretario de estado Villot: destituir al cardenal Marcinkus y renovar íntegramente el Banco Vaticano. “Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros…. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica: hemos hecho nuestras las reglas del mundo”, fueron sus palabras al llegar. Según relata Camilo Bassoto, periodista veneciano y amigo personal de Juan Pablo I, “pensaba tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia, publicar cartas pastorales sobre la mujer en la iglesia y la pobreza en el mundo”. Luciani quería, en definitiva, revisar toda la estructura de la Curia, como relata Coppola en El Padrino III. No es extraño, por tanto, que hombres como Marcinkus no le recibieran de buen grado.
¿Por qué Juan Pablo I?
Contrariamente a los pronósticos de los conocedores de los entresijos vaticanos, el papa Luciani accede al papado en 1978, por encima de un polaco al que, muchos, incluido el propio Luciani, veían como futuro papa. El secretario de estado del vaticano Villot, ya antes de la muerte de Pablo VI había dicho “he encontrado al futuro papa: será el cardenal Wojtyla”. La victoria de Juan Pablo, por aclamación, fue para muchos una señal divina de que algo iba a cambiar: “la elección la ha provocado literalmente el Espíritu Santo (cardenal Suenens); “¡es una pena que no podamos contar lo que hemos vivido! (cardenal Tarancón).
Desde el momento en que accedió al puesto de Pedro, Juan Pablo I hizo constantes predicciones de que su papado sería corto. El obispo John Magee que, en un principio, se dijo fue quien descubrió el cadáver, recuerda en el libro de Cornwell “Un ladrón en la noche: la muerte del Papa Juan Pablo I”: “Estaba constantemente hablando de la muerte, siempre recordándonos que su pontificado iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a suceder el extranjero”. El propio Magee, secretario personal de Juan Pablo I, y amigo de Marcinkus, cuenta que, poco antes de morir, el papa le dijo: “Yo me marcharé y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina en frente de mí, ocupará mi lugar”. Según parece, Juan Pablo II confirmó a Magee que, en el momento de la elección, él se encontraba casi de frente a Luciani.
Unos días antes de morir el papa, otro suceso luctuoso poco conocido tuvo lugar muy cerca de él. El entonces “número dos” de la iglesia ortodoxa rusa, Nikodim, muere tras tomarse una taza de café en el transcuro de un entrevista con el papa romano. Este no aclarado suceso generó una reacción anticatólica en Rusia tan honda que la herida no ha sido cerrada hasta hace pocos muchos años. El cúmulo de “casualidades” previas a su muerte no se cierra ahí.
Los hermanos Gusso, camareros pontificios y hombres de la confianza del papa, fueron destituidos unos días antes de su fallecimiento, a pesar de la oposición del secretario papal, Diego Lorenzo. Al parecer, también por esos días una persona logró introducirse en los aposentos del papa, dejando en evidencia la falta de seguridad en el Vaticano. Para acabar de redondear todos estas extrañas señales, un médico vaticano comentó al Papa días antes de su muerte que “tenía el corazón destrozado” (el papa no le hizo ningún caso). Tanto Marcinzus como el también cardenal Ugo Poletti, que iban a ser destituidos de sus cargos, hicieron similares comentarios antes de su muerte: “¡Qué barbaridad! ¡ Parece agotado!” (el primero);“en la última audiencia que tuve con él, ocho días antes de su muerte, le encontré particularmente angustiado. Me quedó un nudo de dolor y preocupación por su resistencia física, tanto que, cuando me enteré del luctuoso suceso, me sentí dolorido pero no sorprendido” (el segundo).
El periodista italiano, Mino Pecorelli, miembro arrepentido de la logia masónica P2, desde su revista OP, Observatore Político (ligada a los servicios secretos), publica el 12 de septiembre un artículo titulado “La gran logia vaticana” en el que desenmascara la pertenencia a la masonería de cuatro cardenales: Sebastiano Baggio, Salvatore Pappalardo, Ugo Poletti y Jean Villot. En ese número, afirma: “el papa tiene ante sí una difícil tarea y una gran misión. Entretantas, la de poner orden en el Vaticano”. En otro apartado de la misma revista, propone a sus lectores la historia de un papa laico que muere asesinado tras un breve y tempestuoso pontificado. Un Papa que es periodista en un diario”. El arzobispo Luciani había confesado en una entrevista que “si no hubiera sido obispo, hubiera querido ser periodista”.
Llega el papa polaco
Con estos antecedentes, Juan Pablo II alcanza el obispado de Roma en un año 1978 plagado de acontecimientos trágicos, cuyas investigaciones provocarían, a su vez, la turbulenta década de los ochenta en la política italiana (ver recuadro). En realidad, como queda expuesto en el libro de López Sáez, Wojtyla había sido promocionado a esas esferas a lo largo de la década de los setenta…. en Estados Unidos. Con la ayuda de una profesora universitaria bien conectada, Wojtyla fue introducido en los círculos próximos al poder a través del cardenal de Filadelfia, Krol, y del político Brzezinski (ambos, de ascendencia polaca). Éste último, oscuro personaje ligado a Henry Kissinger, sería consejero de seguridad del presidente Carter y se cartearía con Wojtyla a menudo siendo ya papa. Así pues, la política exterior del Vaticano sufrió un cambio de 180 grados a raíz de la defunción del papa reformista y la llegada del papa polaco. Con la llegada de Reagan al poder, la conexión entre el Vaticano y la Casa Blanca se haría todavía más estrecha, eligiendo el ex actor a sus representantes de política exterior entre católicos; una vía más para aproximarse a la Santa Sede.
La conexión entre el Vaticano, los Estados Unidos y la Mafia vendría propiciada por la máxima obsesión desde que Wojtyla llega al poder: acabar con el comunismo, el sistema en el que había vivido y que todavía reinaba en su patria. Según diversas investigaciones reflejadas en el libro de López Sáez, todavía con Juan Pablo II en el poder del Vaticano se desviarían fondos ilegalmente del IOR, vía Banca Ambrosiana, a la financiación del sindicato polaco Solidaridad. En eso, como en otras cosas, coincidió el Vaticano con los Estados Unidos de la era Reagan (500 millones de dólares de ayuda para Lech Wallesa). El general Vernon Walters, recientemente muerto, de quien se dijo “fue quizá él quien ayudó al Espíritu Santo en la elección de Wojtyla, y puede que colaborase en la muerte del papa Luciani” mantuvo estrecha relación con el papa tras mostrarle unas fotos que demostraban la intención de la Unión Soviética de intervenir en Polonia, su amada Polonia. Richard Allen, que fue consejero de seguridad del presidente Reagan, afirmó que “la relación de Reagan con el Vaticano fue una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos”.
Al parecer, la alianza venía de atrás. Según afirma López Sáez en su libro “El día de la cuenta”, Vaticano-Estados Unidos-masonería-mafia siciliana-Cosanostra habían convergido en oscuras alianzas en la era fría, al unirles un enemigo común: el comunismo. Sostiene Sáez apoyándose en libros como “El fantasma del pasado”, de Flamigni, que la mafia siciliana fue una especie de gobierno secreto estadounidense al finalizar la II Guerra Mundial, establecido para impedir la extensión del comunismo. La masonería, por su parte, estaría controlada directamente por la CIA, a la que habría pertenecido Licio Gelli, el “príncipe de las tinieblas” de aquella época en Italia. Según el periodista italiano Ennio Remondino, que aportaba documentos del ex colaborador de la CIA, Richard Brenneke, “el propio Brenneke afirmaba que Gelli y la P2 habían trabajado para la CIA recibiendo a cambio enormes sumas de dinero que Richard Brenneke sostenía haber entregado al jefe masón. Este dinero era utilizado para alimentar el terrorismo de los años setenta, amén de asuntos inconfesables (tráfico de drogas y armas) y sobre todo, para desestabilizar el cuadro político”.
Como se demostró en el sumario abierto contra Roberto Calvi, el Banco Ambrosiano habría sido un trampolín al servicio de la CIA y la mafia para distribuir cantidades astronómicas, con la complicidad de las ventajas fiscales del Vaticano, a paraísos como Panamá o Nassau, que después servirían para financiar todo tipo de operaciones secretas (asesinatos, golpes de estado), fundamentalmente en América Latina. Allí, en El Salvador y Nicaragua, se cometerían precisamente algunos de los más tristes atentados contra clérigos católicos de finales del siglo XX: Ellacuría y cinco jesuitas más (1989), Monseñor Romero (1980). Curiosamente, Juan Pablo II había despachado a Monseñor Romero unos meses antes de su muerte en una audiencia en torno a las violaciones de los derechos humanos con un “no me traiga muchas hojas que no tengo tiempo para leerlas… Y además, procure ir de acuerdo con el gobierno”. Como relata López Sáez, Monseñor Romero salió llorando de la audiencia papal, mientras comentaba “el papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”.
El ejemplo de Aldo Moro
El asesinato del presidente italiano Aldo Moro, curiosamente, también en 1978, el año de la muerte de Juan Pablo I, puede servir para documentar mejor su muerte y el posterior atentado a Wojtyla.
El entonces líder del partido democristiano italiano había decidido saltarse una de las normas de la política italiana de la era fría: la mañana en que es secuestrado por el grupo de izquierda radical, las Brigadas Rojas, se disponía a formar gobierno con los comunistas. El 2 de mayo del mismo año, Mino Pecorelli publica en su revista: “la emboscada de Vía Fani lleva el sello de un lúcido superpoder. El objetivo primario es, sin más, el de alejar al partido comunista del área de poder en el momento en que se da el último paso, la participación directa en el poder. El cerebro director que ha organizado la captura de Moro no tiene nada que ver con las Brigadas Rojas tradicionales. El comando de vía Fani expresa de forma insólita pero eficaz la nueva estrategia política italiana”. Lo cierto es que ni la policía ni los servicios secretos parece que se esforzaron demasiado en liberar al presidente de gobierno de Italia, que moriría el 9 de mayo, tras 55 días de secuestro.
El mismo Pecorelli escribe el 17 de octubre en su revista “el ministro de policía lo sabía todo, sabía incluso donde estaba preso”. El 16 de enero de 1979, Pecorelli anuncia nuevas revelaciones pero dos meses después es asesinado: dos disparos y una piedra en la boca, por hablar. El miembro de Brigadas Rojas Prospero Gallinari reconoce que contaron con tutela externa en la realización del atentado: “Entonces había quien debía buscarnos y, sin embargo, no lo hacía porque era de la P2, porque les convenía la muerte de Moro”. El general Giovanni Romeo, jefe del departamento del servicio secreto militar en aquella época, dijo a la comisión parlamentaria antiterrorista instituida en los años ochenta: “cuanto todos hablaban de afrontar el terrorismo mediante infiltraciones, el Departamento D ya lo había hecho”.
Como demuestra López Sáez, los agentes de la logia P2 –al servicio de la CIA, no lo olvidemos– estaban infiltrados en los servicios secretos italianos, amén de tener habituales contactos con la mafia siciliana en asuntos como el tráfico de drogas y de armas, de donde salían los fondos para pagar golpes de estado y paramilitares en América Latina, fundamentalmente (el escándalo Irán-Contra del coronel North demostraría posteriormente estas suposiciones). De fondo estaba la frontal oposición de los Estados Unidos a que los comunistas alcanzaran el poder en Italia. Un encuentro de Aldo Moro con el todopoderoso Henry Kissinger, siendo todavía ministro de Asuntos Exteriores italiano, es relatado de la siguiente manera por la viuda de Moro: “es una de las poquísimas veces en que mi marido me relata con precisión lo que habían dicho sin revelarme el nombre de la persona…’ Honorable, usted debe dejar a un lado su plan político para llevar todas las fuerzas de su país a colaborar directamente. Aquí, o usted deja de hacer su plan o lo pagará caro. Entiéndalo como quiera”. La suerte de Moro y la del papa Luciani parecían ir unidas en aquel 1978.
El Papa Juan Pablo I, elegido en ese mismo año 1978, había decidido que la iglesia no debía entrometerse en asuntos político. Teniendo en cuenta la poderosa influencia que la Iglesia había tenido en la orientación del voto hacia la democracia cristiana, no extrañará el interés por verle desaparecer. William Colby, jefe de la CIA entre 1973 y 1976, declaró en sus memorias que “la mayor operación polítida asumida por la CIA fue prevenir el avance comunista en Italia en las elecciones de 1958, impidiendo así que la OTAN fuese amenazada políticamente por una quinta columna subversiva: el PCI”. En aquella época, el dinero sucio penetraba en la política italiana en todos los partidos políticos, llegando a corromper también al partido socialista. Según denuncia el periodista alemán Jürgen Roth “Bettino Craxi, entonces presidente de la nación y de los socialistas italianos, fue corrompido con millones de dólares de la P2. De acuerdo con los planes de la P2, en sus cuatro años en el cargo aseguró mediante decretos del Gobierno, entre otras cosas, el imperio mediático del miembro de la P2, Silvio Berlusconi”.
Atentado contra Juan Pablo II
El cardenal Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, sabe que el Banco Ambrosiano está siendo investigado por inspectores del Banco de Italia desde 1978, debido a un descomunal “agujero” en sus finanzas y, en consecuencia, también el Vaticano. Cuando Juan Pablo II llega al poder, Casaroli, partidario de desprenderse de la participación en el Ambrosiano y, por tanto, de Calvi, le informa a Woytyla de sus intenciones. Este aprueba esa política, pero con mucha más cautela que su precedesor, por eso no destituye a Marcinkus nada más llegar y le ampara frente a la justicia italiana.
El sumario del Banco Ambrosiano llega en enero de 1979 a manos de un respetado juez de la corte de Milán, Emilio Alessandrini, que decide, al parecer, impulsar las investigaciones. Diez días después, fue asesinado “oficialmente, por un comando de subversivos”.
A Alessandrini le sustituye el juez Luca Mucci quien en junio de 1980 inculpa a Calvi “por exportación ilegal de capitales, falsificación de documentos y fraudes”. Al conocer los accionistas principales del Banco Ambrosiano, la justicia italiana descubre la conexión de esta institución con el IOR del Vaticano. Un año después, Michele Sindona, padrino de Roberto Calvi, es secuestrado en Estados Unidos, por un grupo de masones. Entre ellos están un tal Crimi, relacionado con la mafia siciliana.
A comienzos de 1981, dos magistrados milaneses que investigan los lazos de Sindona con la mafia ordenan un registro del domicilio de Licio Gelli en la localidad de Arezzo, que pone al descubierto las famosas listas de la P2, parte de las cuales había anticipado Pecorelli. Entre las 962 personas que aparecen hay políticos, militares, clérigos, agentes secretos, negocios, finanzas, y altos ejecutivos de medios de comunicación. Esas listas causan una auténtica conmoción en Italia, pues demuestran gran parte de las implicaciones mafiosas en el caso Calvi, acciones de terrorismo de derecha y conspiraciones para derrocar al gobierno italiano. A consecuencia de todo ello, Calvi ingresa en prisión, pero una semana antes, ocurre otra cosa importante, Juan Pablo II sufre un atentado.
La falsa pista búlgara
Al tiempo que Roberto Calvi pedía ayuda a su amigo Marcinkus, Juan Pablo II es tiroteado en plena plaza de San Pedro. Para muchos, el atentado del siglo, un embrollo tan grande que, siguiendo los consejos expuestos por el general Ambrogio Viviani, durante cuatro años responsable del contraespionaje italiano, hemos buceado en la política exterior: “para analizar el atentado del siglo es necesario escribir en tres columnas las fechas de lo que ocurría entonces en Polonia, los movimientos de Ali Agca y lo que sucedía en Italia” (la aparición de las listas P2).
Veintidós años después de aquel extraño atentado, la “pista búlgara”, es decir, la conexión entre Alí Agca, el partido mafioso turco Lobos Grises y los búlgaros, para un gran número de investigadores no se sostiene por muchas razones. La primera: un asesino experimentado como Ali Agca no podía fallar estando tan cerca del Papa. Ello lleva a pensar a diversos investigadores que Agca no intentó matar al Papa sino tan sólo mandarle un aviso (curiosamente, ese mismo año Ronald Reagan sufría un atentado muy similar a manos de otro aparente perturbado). López Sáez relaciona el proceso contra la logia P2 en el que caerían, entre otros, el mismísimo presidente del gobierno, Giulio Andreotti, y el jefe del partido socialista, Bettino Craxi, con la actividad del Banco Vaticano como tapadera del Banco Ambrosiano. Es decir, las mismas razones que habían mandado junto al Altísimo a Juan Pablo I estuvieron a punto de hacerlo con el papa polaco.
Juzgado y encarcelado en 1981, Roberto Calvi salió en libertad provisional; el Vaticano, la Democracia Cristiana y los socialistas habían defendido su inocencia, pero al salir de la cárcel se vio solo. Marcinkus se desentiende de él y también sus socios masones. Abandonado por todos, Roberto Calvi intentó dar un giro hacia el Opus Dei que incluía venderles sus acciones en el Banco Ambrosiano, con la consiguiente cuota de poder en el Vaticano que ello significaba. La presión sobre él para poner en orden unas cuentas con enormes agujeros, acabó llevándole al suicidio, según fuentes oficiales. Sin embargo, la forma en que fue hallado su cadáver en un puente del Támesis (Londres) al parecer forma parte de un rito masón. Antes de morir, Calvi escribe una carta a Juan Pablo II, en la que reconoce haber actuado de intermediario de la Santa Sede en diversos oscuros asuntos y parece pedirle cuentas al propio papa.
En 1982 la Justicia italiana procesa a Marcinkus y otros dos colaboradores en el Vaticano. El proceso se prolonga por cinco años, después de los cuales, el Tribunal de la Libertad italiano declara la inmunidad de los acusados en base a los particulares acuerdos de inmunidad con la Santa Sede.
En noviembre de 1982, el juez de Trento, Carlo Palermo, dicta órdenes de detención contra doscientas personas de diversas nacionalidades, vinculadas con el tráfico de armas y de drogas. En el curso de ese sumario, verdadero antecedente de la “globalización judicial”, aparecerán individuos y grupos tan diversos como mafiosos turcos vinculados a Ali Agca, el dictador panameño Noriega, la mafia pakistaní y por supuesto, la CIA. Tras interrogar como juez instructor a Agca en febrero de 1993, el magistrado Palermo afirmó “sobre la base de datos verificados a nivel bancario, el asesino turco aparecía vinculado a la cúpula de la masonería inglesa y a las sectas integristas inspiradas en el culto de Fátima”. Según las investigaciones de Palermo, los turcos de la organización que apoyó a Agca gozaban de la protección de Estados Unidos, “como informadores o agentes secretos norteamericanos” en sus negocios con droga y armas. Al parecer, Agca recibió ayuda de mafiosos sicilianos como Totó Riína y el alcalde democristiano de Trapani, Antonio Vaccarino. El turco Oral Cerik, “padrino” de Agca, hablará de dos monseñores de la Curia romana implicados en el atentado contra el papa: “Uno de esos monseñores dijo a Agca que su encuentro estaba ya escrito… Uno rezaba por él, el otro afirmaba que el papa polaco había armado el desbarajuste en todo el Vaticano… Ali Agca es un tirador formidable. Si hubiera querido, no hubiera fallado un blanco tan fácil a esa distancia. La verdad es que Agca no quería matar al pontífice. Su cometido era hacer exactamente lo que hizo: herirlo. Es lo que querían las personas de la Santa Sede que organizaron el atentado”.
Lo cierto es que unos días antes del atentado, el papa había cedido a las presiones del Opus Dei al concederle la Prelatura personal, con la merma de poder que ello suponía para los masones vaticanos. En 1998 esta lucha interna entre Opus Dei y masonería se cobraría, según López Sáez, otras tres víctimas, dos guardias suizos y la mujer de uno de éstos. El telón de fondo: conocer quien dirigiría la guardia suiza, la policía vaticana, con toda la información que ello implicaba.
Recuadro: La muerte de Juan Pablo I
La versión oficial habla de que no fue practicada autopsia a Juan Pablo I, un hecho ya en sí extraño, dada la repentina muerte del papa. Sin embargo, el profesor del Seminario Diocesano, Giovanni Gennari, afirma lo contario: “por ella se supo que había muerto debido a la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado por teléfono por su ex médico personal de Venecia”. Gennari le contó a López Sáez que su fuente fue “un ilustre prelado vaticano el mismo día de su muerte”. Pero ésa no fue la única anormalidad cometida: el papa fue embalsamado prematuramente, sin esperar las 24 horas que marca la legislación italiana.
Uno de los argumentos que desmienten la tesis de un infarto, defendida por la curia romana, es que la forma en que fue hallado no desvelaba la típica lucha con la muerte de un infartado, sino, más bien, una muerte provocada por una sustancia depresora y acaecida en el propio sueño. El Papa apareció con unos papeles en las manos, como si la muerte le hubiera pillado leyendo.
Gennari contó a López Sáez, de fuentes próximas a Benelli, entonces trabajando en la secretaría de Estado vaticano, “que el papa hizo abrir a las diez y media la farmacia vaticana y que debió equivocarse al tomar una dosis altísima de un medicamento que le provocó un infarto fulminante”. José Luis Martínez Gil, responsable de la farmacia vaticana, contó a López Sáez que de la farmacia vaticana no salió ningún producto esa noche. El libro que controla ese almacén sólo se puede ver con permiso de la secretaría de Estado (cardenal Villot, un masón), pero su interlocutor había llegado a verlo. Según el Dr. Cabrera, del Instituto Nacional de Toxicología, “los vasodilatadores producen hipotensión. Si se le dio un vasodilatador como Luciani, no me cabe duda, eso es una acción criminal”.
Sin embargo, el doctor Da Ros, médico de Luciani, afirmó que “el papa estaba bien y que aquella tarde no le prescribió absolutamente nada”. Todos sus máximos llegados coinciden al afirmar que Juan Pablo I estaba bien de salud.
En un primer momento, se dijo que fue Benelli quien le encontró, pero fue su asistente personal, sor Vicenza, quien en realidad lo hizo. Como todo en este asunto, se llevó con sumo secreto: Sor Vicenza fue obligada a callar.
Hace un par de años, la justicia italiana reabrió el sumario por la muerte del Papa Luciani.
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