Por más que el discurso de la gran mayoría de las personas sea el de que desean sinceramente experimentar una relación duradera, intensa e íntegra, la verdad sea dicha: ¡muchas ni siquiera consiguen creer en esta posibilidad y, consecuentemente, entregarse a lo que sienten!
Otras, a pesar de que crean y se empeñen en vivir una relación basada en estos preceptos, sienten tanto miedo de que salga mal y sufrir, o de no ser correspondidas, que comienzan y terminan con un “pie atrás”, como si tuviesen que mantenerse siempre defendidas para, caso algo salga mal, estén preparadas… ¡Pero, saben que nunca lo están, ni nunca lo estarán!
Claro, amar (y recibir amor) no son tareas fáciles! Entregarse requiere autoconfianza, confianza en el otro y coraje para correr riesgos. Coraje para, sobre todo, verse en el otro, a través de él. Además, puede ser que realmente no resulte, que acabe antes de lo que nos gustaría o que haya una buena dosis de sufrimiento involucrada en ese intenso aprendizaje.
Estamos hablando de un encuentro entre seres en evolución y maduración. Estamos todos aprendiendo, deseando acertar, pero equivocándonos muchas veces, sin conseguir vernos a nosotros mismos en aquello que tanto nos incomoda y nos asusta.
Además, somos también resultado de mucho de lo que aprendemos con nuestros padres, de lo que vimos en la dinámica de amor de ellos. Qué y como vivimos cuando niños dice mucho sobre el modo como nos relacionamos actualmente, ¡puedes apostar!.
Elis Regina inmortalizó muy bien esa verdad en los versos:
"...Minha dor é perceber / Que apesar de termos / Feito tudo o que fizemos / Ainda somos os mesmos / E vivemos / Como os nossos pais..."
(…mi dolor es percibir que a pesar de haber hecho todo lo que hicimos, aún somos los mismos y vivimos como nuestros padres…)
Pero eso no significa, definitivamente, que tú no tienes como hacerlo diferente, hacerlo a tu manera, del modo como crees que sea lo mejor. Eso significa que no estás listo para entregarte, para apostar todas las fichas en un encuentro sin que eso signifique perderte de ti mismo.
Para de creer que existirá un momento perfecto, con alguien perfecto, cuando estés completamente bien o tengas todas las respuestas. Ese momento simplemente no existe. ¡Nunca va a llegar!.
El momento de entregarse es ahora, hoy, desde ahí de donde estés, con quien estés, o aunque estés solo. La entrega no puede depender del otro. Es tu elección. ¡Es tu postura delante del amor, delante de la vida! Eso cambia todo!. ¡Eso es la gran diferencia!.
El hecho es que, en el exacto instante en que decides vivir, conectado con el momento presente, atento a las señales, fluyendo con los acontecimientos, en sintonía con tu corazón, la existencia recupera toda su fuerza y hace suceder lo que tenga que ser!
No estoy diciendo que las dudas, todos los miedos o todas las frustraciones desaparecerán. ¡No! Porque todo eso también es parte del proceso de amar y vivir. De crecer. ¡De hacer valer la pena!
Lo que estoy diciendo es que cuando paramos de poner excusas y comenzamos a vivir de verdad, el amor se llena de posibilidades y atajos. Que se vuelve más fácil lidiar con los conflictos. Que se vuelven mucho más llenos de significado tanto los encuentros cuanto los desencuentros.
Porque, al final de cuentas, cada detalle es parte fundamental de una historia cuyo enredo depende solamente de cuanto tiempo te quedas sentado en la platea pensando si debes arriesgar o no, y de cuanto tiempo subes al escenario y haces que las cosas sucedan.
Pensando, si. Pero sobre todo, ¡viviendo, amando y aprendiendo!
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