En nuestro ser profundo hay Algo que poco a poco sutiliza la materia, que la torna receptiva a los impulsos inmateriales. Sin luchas, nos percibimos elevados y curados, impregnados por energías hasta entonces desconocidas. Quien es tocado por esas energías ya no se deja llevar por la tristeza ni por la alegría en el sentido humano, sino que aprende a permanecer en silencio. El ayer y el mañana no le preocupan, y su vida se sitúa en el eterno presente. En ese estado, recibe vibraciones y las irradia hacia el mundo.
Y como nos sentimos completamente seguros, descubrimos que nuestra vocación es la entrega a lo desconocido y nos colocamos ante una perenne fuente de inspiraciones. Eso ocurre en el mundo interior, con la colaboración de ángeles y de devas que nos ayudan a ser humildes, es decir, a permanecer silenciosos ante la misteriosa obra que presentimos que se desarrolla en nosotros.
Cada vez que nos aquietamos, que buscamos conectarnos con el mundo interior y que nos olvidamos de nosotros mismos, vemos que las transformaciones no se restringen a nuestro ser, sino que también actúan en el cuerpo planetario.
Para ser verdaderamente útiles, tenemos que buscar esos caminos. Sólo del interior puede provenir la luz verdadera, benéfica para todos. Pero antes que alcancemos cierto grado de purificación, los contactos con esas energías son esporádicos y tan sólo nos sirven de impulso. Cuando respondemos al llamado interno, llamado discreto y tenue, aunque hoy esté más vivo que nunca nuestra materia mental, emocional y etérica entra en un nuevo ciclo, un ciclo ascensional.
Por un lado, se ve el avance del caos. Por otro, se observa el aceleramiento del ritmo de la evolución espiritual en una parte de la humanidad. Hoy más que nunca son imprescindibles el contacto con las energías superiores (energías del alma), la formación de redes de sanadores y los ajustes magnéticos.
Por magnetismo interno entendemos aquella fuerza de atracción proveniente del interior del ser, de sus núcleos más profundos, que trae consigo la posibilidad de transfigurar todo lo que contacta en el mundo externo.
Los pensamientos influyen directamente en el magnetismo, dado que “la energía sigue al pensamiento”. Si son positivos y si permanecen estables en la intención de servir a Dios, al mundo y a los hombres, comienza a fluir por el ser un llamado a todo –un llamado a la vida interior.
Para quien decide mantener su ambiente magnético en el mejor nivel posible, se sugiere, además del control de los pensamientos, el control de la palabra y de la acción, de forma que todo en su vida transcurra según propósitos elevados. Sin embargo, al realizar ese autocontrol, nunca se debe dejar de tener presente el núcleo interno de la consciencia de donde proviene la energía transformadora. Así, autocontrol no significa represión, ya que las fuerzas del ser, dominadas, no se acumulan en ninguna área de la personalidad causando superestimulación, sino que se irradian por el magnetismo interno.
El principal empeño debe ser el contacto con los niveles de consciencia internos, de donde provendrán soluciones para todo lo que pueda surgir durante el proceso purificador por el cual todos estamos pasando.
Cuando fluye la energía del alma se desvanecen las ilusiones, se iluminan los ángulos oscuros del ser y nos llega la certeza de que estamos en el rumbo correcto. Si persistimos, comienzan a emerger en nosotros cualidades que estaban ocultas. Surge, también, la capacidad de transmutar fuerzas y energías que nos circundan; lo que nos lleva a prestar servicio al ambiente que nos rodea y a aquellos con quienes convivimos.
Debemos aspirar a servir y a donarnos incondicionalmente. Olvidarnos de nosotros mismos, aunque sin dejar de brindarle al cuerpo físico los cuidados necesarios. Y, reflexionar sobre la osadía, la audacia, el coraje, la prudencia, el silencio y la receptividad, cualidades que siempre necesitamos desarrollar.
No es algo fácil ni difícil. Sólo nos corresponde permitir que se realice. La ansiedad debe dar paso a la rendición al mundo interior, al lado interno de nuestro ser. Debemos tratar de profundizar nuestro silencio, de amar al yo interno y de observar si la actividad y el reposo, si las luchas y la calma adquieren valores equivalentes. Es esencial que los cambios, inevitables en el transcurso de la vida, no influyan en nuestro ánimo. La energía del alma emerge en ese clima de neutralidad, que en gran parte es creado por el lado más consciente de nuestro ser; siempre y cuando decidamos crearlo por amor a la paz y a la armonía. A cierta altura vamos percibiendo que es el alma, en realidad, quien nos aporta esa decisión y la capacidad de llevar adelante las transformaciones requeridas. En todo ese proceso jamás deberíamos olvidarnos que la aspiración es fundamental.
La fe es imprescindible. Es el impulso de todo. Si limitamos nuestra fe produciremos una interrupción proporcional en el fluir de la energía del alma.
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