El día 31 de Agosto, no existía pero por un capricho de un emperador romano, lo crearon y terminó "robándole" un día a febrero. Enterate cómo fue.
Hay meses de 30 días y los hay de 31. De pequeños, algunos aprendieron, entre cantos y poemas, a distinguirlos. Otros, tal vez en cuanto generación EGB, a buscarlos en los nudillos del puño. 30 y 31 casi alternativamente. Julio y agosto se repiten en 31. ¿Y por qué? Por un acto de soberbia. Hasta ahí puede llegar el orgullo y amor propio que todos llevamos dentro y que tanto cuesta domesticar.
No hace mucho me explicaban que los meses poseen nombres de raíz romana, que tienen que ver con épocas agrícolas o dedicatoria a figuras y emperadores de renombre. Así ocurrió con el mes dedicado a Julio César, el que acabamos de concluir, julio. César Augusto, quien hizo que le dedicaran el que comenzamos, agosto, no soportó que su mes tuviera solo 30 días, uno menos que el de Julio César. Y como poder tenía, y mucho, mantuvo en 31 días su mes. Pues repetimos los 31, y no pasa nada.
Pues sí que pasa. Porque para que unos tengan más de lo que les corresponde otros han de perder hasta lo que necesitan. Así es siempre. Si no, preguntémosle al de febrero que, aprovechando que es el de los bisiestos, nunca pasa de los 29. ¿No les resulta curioso? “Nadie tiene más de lo que necesita sin que a alguien le falte lo necesario”. Tal vez el mes de agosto y su orgulloso origen nos pueda invitar a vivir un poco “más sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”. Porque el Autor del Cielo y el Suelo nos ha puesto en un solo mundo, y nos ha distinguido con la inteligencia para poder discernir el bien del mal, para saber lo conveniente, para trabajar por ello. Pero cuando la inteligencia se aferra a lo propio y se cierra a los demás, convertimos nuestro entorno en un 31, caiga quien caiga, aunque a febrero le queden solo sus 29.