Ser auténtico es tener coherencia interna. Es decir, ser consecuente entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace.
La palabra “auténtico” procede del griego: “autentikós”, que significa que tiene autoridad, no sobre los demás, sino sobre sí mismo.
Implica desconectar en cierta medida con el afuera y enfocar la atención hacia dentro de uno mismo, o sea, hacer introspección, conectar con lo más profundo de nuestro interior.
La persona que pretende ser fiel a sí misma, no le queda otro remedio que aceptar el reto de salirse a menudo de los cauces y de las consignas sociales. No es nada fácil y requiere un cierto entrenamiento, porque lo que se promueve socialmente es el derroche, el consumo compulsivo, las satisfacciones inmediatas, el culto desorbitado a la imagen, a las máscaras.
Los antiguos griegos consideraban que “es más feliz el que menos necesita”. En la misma línea, Erich Fromm, discípulo de Freud y pionero de la Psicología Humanista, en su libro “Tener y ser” considera que el valor de un individuo radica en lo que es como persona, no en sus posesiones, pero que la sociedad contemporánea, fomenta en los seres humanos un perpetuo estado de carencia. Dice Fromm textualmente: “El individuo está listo en todo momento para el consumo….es un lactante, eternamente expectante, eternamente frustrado”…
Para ser auténticos sería necesario hacerse una escala personal de valores que se ajuste a cada uno. Conviene, pues, revisar y desechar muchos prejuicios, ideas preconcebidas, creencias erróneas, opiniones ajenas, así como muchos de nuestros hábitos y rutinas, que a lo largo de nuestra vida hemos ido acumulando a través de la educación y de la identificación con padres y demás familiares, profesores, amigos, lecturas y demás influencias de nuestro entorno social.
Si tenemos en cuenta que actualmente vivimos inmersos en un exceso de información, con consignas a menudo contradictorias, la autenticidad sería un modo de no perderse, de gobernar con acierto el timón de nuestras vidas.
Las siguientes pautas pueden servir como posibles orientaciones en este sentido:
1) Analizar las situaciones que nos rodean sin prejuicios o actitudes preconcebidas. Se trata de comprender, no de juzgar.
2) Ser constructivos, es decir, ver el aspecto positivo de lo que nos ocurre. La negatividad paraliza.
3) Fiarnos de nuestra intuición; ya que esta funciona teniendo en cuenta aspectos inconscientes y emocionales de uno mismo que el razonamiento y la lógica desconocen.
4) Rechazar el papel de víctima. El victimismo nos debilita y nos estanca, porque no se asumen las propias responsabilidades, culpando a otros. Así, nunca aprenderemos nada.
5) Aceptarse como diferente. Cada persona es única e irrepetible. Hay que evitar:
a) Querer ser “como todo el mundo” porque esto es una actitud totalmente conformista que nos convierte en “masa”, no en individuos libres.
b) Compararnos continuamente con nuestros semejantes. Las comparaciones son odiosas y desembocan en actitudes competitivas y hostiles con los demás.
6) Asumirse, en el sentido de aceptarnos a nosotros mismos, con todo nuestro bagaje positivo y negativo, reconociendo cualidades y defectos. Solo aceptando lo que somos podemos mejorar.
7) Tener valor para enfrentarnos con nuestros miedos, deseos ocultos, angustias, etc. “La verdad nos hace libres”. Mentirnos a nosotros mismos es el peor de los engaños y el más inútil.
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